Paysandú, Viernes 05 de Diciembre de 2014
Opinion | 29 Nov “Eran como 40 los gurises que se acostaron delante del camión y lo rodearon; si avanzaba los aplastaba”, relató al diario El País el camionero Julio R., quien fue asaltado por la banda de “Los Tatitos” en la tarde del martes 18 en el barrio montevideano de Maroñas, una de las zonas periféricas de la capital donde se manifiesta con mayor énfasis la inseguridad ciudadana por la proliferación de bandas integradas sobre todo por menores.
Julio, quien hace fletes para una empresa estatal en un camión semipesado, circulaba por la avenida Pedro de Mendoza, luego tomó la calle José María Guerra y vio unos caballos sueltos, y temiendo la presencia de delincuentes, hizo un desvío, cuando se vio rodeado por un grupo de niños.
Se trataba de un “operativo” de “Los Tatitos”, una banda de adolescentes y niños que opera en un barrio denominado “Siete Manzanas”, que se sitúa a poca distancia del Hipódromo de Maroñas. En los últimos dos meses, “Los Tatitos” --los vecinos del barrio los denominan “Los Pitufos” por su baja estatura-- han sido protagonistas de por los menos seis asaltos.
Las víctimas de estas bandas son taxis, camiones, autos, camionetas de reparto, entre otros. El modus operandi clásico es que los niños se tiran frente a los vehículos y los obligan a frenar, en tanto otros, generalmente adolescentes, se abalanzan sobre el vehículo y rompen los vidrios para robar lo que encuentran de valor.
Pero este escenario, con características similares, puede extrapolarse a otros barrios de Montevideo y de las ciudades, incluyendo a Paysandú, donde hay lugares en los que la Policía no puede ingresar porque son apedreados e insultados, y donde incluso algunos vecinos dan cobijo a los delincuentes, como una de las manifestaciones más notorias de la inseguridad y la degradación de valores en buena parte de nuestra sociedad.
Hasta ahora el gobierno no ha encontrado respuestas valederas para este escenario, más allá de culpar al “neoliberalismo” de la década de 1990, en una suerte de autocomplacencia respecto a lo que no se hace desde el Estado por efectivamente proteger a los ciudadanos que son objeto de los desmanes de estas “víctimas”.
Mientras tanto hay un núcleo duro de delincuencia que se automargina porque no tiene interés en dedicarse a otra cosa, y que no hay pretendida política de inclusión que valga ante esa opción de vida.
Lamentablemente, el trabajador, el ciudadano honesto, sigue como verdadera víctima de esta venda ideológica que se resiste a asumir la realidad, y que insiste en ubicar a la sociedad como victimaria, lo que posiblemente hubiera ocurrido una vez más naturalmente, con gran escándalo, si el camionero al que nos referimos hubiera seguido su marcha ante la inminencia del asalto y eventualmente lesionado o dado muerte a alguno de los menores.
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