Paysandú, Sábado 06 de Diciembre de 2014
Opinion | 05 Dic Tras la década de bonanza que ha vivido América Latina, sustentada en la buena demanda y precios de los mercados mundiales para los commodities, existen diagnósticos coincidentes en cuanto a materias pendientes en la región, que condicionan ya el futuro inmediato, y en este sentido pocas veces el diagnóstico sobre qué necesita una región es tan unánime como lo es ahora respecto a América Latina, “aunque generalizar con una región con tantas diferencias es arriesgado”, sostiene Carlos Malamud, investigador de América Latina del Real Instituto Elcano.
La tesis mayoritariamente respaldada por los expertos es que Latinoamérica necesita adoptar una agenda audaz y creíble de reformas estructurales, focalizada en la mejora de la educación, las infraestructuras y el clima de negocios, diferentes del sesgo liberalizador de las de los años 90 y adaptadas a unas economías que han abandonado los últimos puestos en desarrollo económico pero que aún están lejos de dar respuesta a las demandas de su creciente clase media, según evalúan.
Puede decirse que Latinoamérica ha superado con nota la mayor crisis financiera desde la gran depresión (en 1929), cuando las economías de la región se beneficiaron en gran medida de la fuerte demanda asiática de materias primas y bienes básicos industriales y de la gran entrada de capital extranjero, como consecuencia de las políticas de tipos de interés mínimos.
De hecho, según datos de BBVA Research, la economía latinoamericana crecerá 0,9% este año y 1,8% en 2015, debido a la desaceleración de la demanda interna y un entorno exterior menos favorable, en el que se destaca el freno de la economía china y la menor demanda global de materias primas.
“En el promedio de la región es probable que ya se haya dejado atrás lo peor de la desaceleración”, dice la entidad en su último informe de coyuntura regional, donde se constata, además, la brecha creciente entre la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile), que registrará un crecimiento del 2,8% y un 3,8% en 2014 y 2015, respectivamente, y Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Venezuela), cuyo PBI se contraerá un 0,5% este año y crecerá apenas un 0,4% el que viene, lo que pauta asimetrías significativas en los escenarios y sobre todo del grado de aprovechamiento de la bonanza de la década.
Según el Fondo Monetario Internacional, la región queda lejos del crecimiento promedio entre 2003 y 2011 de 4,5%, y de los ritmos de otras economías de renta similar, como las asiáticas, que registrarán un crecimiento medio este año superior al 7%.
“El frenazo en economías como la de Brasil y el efecto arrastre de la situación en Europa y en China hace que los gobiernos latinoamericanos tengan que tomar medidas tanto de ajuste como de reformas para poder afrontar de una forma adecuada los próximos tiempos”, subraya por su lado Javier Santacruz, economista e investigador en la Universidad de Essex, del Reino Unido.
A su juicio los gobiernos tendrán que abordar esas reformas en un entorno mucho menos favorable, como apuntan fuentes financieras internacionales, y que pasa por “las consecuencias que tendrá sobre la inversión la normalización de la política monetaria en EE.UU., la necesidad de volver a emprender ajustes para reducir los déficit exteriores y un escenario de menores precios de las materias primas”.
Es cierto que los economistas del FMI recuerdan la importancia de que “la región tenga políticas fiscales prudentes, baja inflación y tipos de cambio flexibles para mejorar su capacidad de respuesta frente a eventuales shocks”, pero más allá de las políticas macroeconómicas, también reconocen que es hora de aplicar reformas destinadas a elevar la baja productividad de la región y subir en la cadena de valor, de corregir la escasez de infraestructuras de transporte y mejorar el clima para hacer negocios.
Claro que las recomendaciones o apreciaciones de los técnicos refieren a que todo lo que pueda encararse a partir de ahora deberá abordarse con menos recursos que los que se generaron para la región en la última década, donde hubo otras prioridades que se atendieron en varios países con gobiernos “progresistas”, para hacer frente a lo que denominaron “deuda social”, atendiendo situaciones puntuales pero a la vez postergando decisiones importantes para dotación de infraestructura con vistas a apuntalar sectores productivos y hacer sustentables las mejoras y el crecimiento en la actividad económica.
“Es necesario pasar de las reformas que permiten el crecimiento, a las dirigidas a la estabilidad macroeconómica, que exigen inversión en capital físico y humano y una reducción de la economía sumergida”, apunta por su parte Jorge Sicilia, economista jefe del Grupo BBVA, al señalar que “el problema no es el diagnóstico, es la voluntad y la capacidad para implementar las reformas”. Pero es indisimulable que las primeras consecuencias de la desaceleración ya se dejan sentir en forma de flujos de inversión, aunque con notables excepciones, como México, y este factor influye decididamente en la estabilidad política y social, teniendo en cuenta además que a esta altura los flujos de capital hacia los mercados emergentes ya están dando la espalda a Sudamérica en favor de Asia.
Este factor es de gran incidencia en el escenario latinoamericano, que lentamente va virando hacia un período menos favorable y va determinando con ello el deterioro de la cuenta corriente, la depreciación de las divisas y la ampliación de los diferenciales de la deuda soberana en toda la región, según estiman analistas internacionales.
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