Paysandú, Lunes 08 de Diciembre de 2014
Opinion | 07 Dic Cuando una delegación conformada por los tres sectores más votados del Frente Amplio concurrió a comienzos de agosto de 2013 a la residencia de la calle Buschental a pedirle a Tabaré Vázquez que aceptara postularse como candidato a la presidencia para las elecciones de octubre de 2014, conocían de antemano el temple de su anfitrión.
Hombre frío, calculador, austero, conservador y con mucho carácter a pesar de su hablar pausado y andar cansino, había dejado su impronta durante el primer gobierno frenteamplista, por lo tanto era altamente improbable que a sus 73 años --en esos momentos-- se lograra cambiar una forma de ser.
Anteriormente a esa reunión había ocurrido un episodio con declaraciones acerca del relacionamiento de su gobierno con el de Néstor Kirchner y el pedido de auxilio a George W. Bush ante la posibilidad de “un conflicto bélico” por la ocupación de los puentes internacionales a cargo de activistas inconformes con la instalación de la pastera Botnia, que fueron grabadas y difundidas tras una reunión de Vázquez con estudiantes del Colegio Monte VI. Eso determinó que a través de un comunicado anunciara el retiro de la “actividad política pública”, que --dicho sea de paso-- el 85% de los uruguayos consultados por Factum en ese entonces, no creyó.
Sin embargo, los altos dirigentes debieron contener la respiración y disimular el pánico que significaba hacia la interna que Vázquez se enojara y desapareciera de escena. Con la confirmación de su candidatura en el chalet del Prado, respiraron profundamente y terminaron con una etapa de ansiedad que todos reconocían e incluso el presidente José Mujica hizo pública cuando dijo que esa decisión “ayuda al gobierno porque la tranquilidad política crea mejores condiciones para andar. Él sabía que la fuerza política y los compañeros lo precisan”.
Sabían además de la independencia vazquista a la hora de tomar decisiones y las dificultades que significan intentar “torcerle el brazo”. Por eso cuando se conocieron los resultados el pasado 30 de noviembre, tampoco resultó una gran novedad el anuncio de cargos por fuera de la cuota política, la reiteración de algunos actores que tuvieron especial relevancia durante su administración anterior y la confirmación de otros para mantener tranquila a una tribuna exigente que no estaba entre el público ni mucho menos en la vereda de enfrente.
Ahora se escuchan voces sorprendidas por designaciones que “no cierran” y otras que reclaman “bajar la pelota” por algunos adelantos de gestión que exigen resolverse “en unidad”.
Ante el escozor que provocan vocablos tales como “populismo”, entre otros, es bueno recordar que Vázquez no es Mujica, que un presidente no tiene obligación de elegir gabinete en base a “cuotas” sino por confianza personal y que los diputados y senadores fueron elegidos para legislar, antes que para actuar como consejeros del presidente. Mientras, desde la residencia de la calle Buschental, se continuará ignorando cualquier reacción trasnochada.
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