Paysandú, Sábado 13 de Diciembre de 2014
Opinion | 12 Dic La capital peruana es actualmente escenario de la cumbre sobre cambio climático, una más, de las que se vienen desarrollando desde hace tiempo, procurando acordar --y hacer cumplir-- acciones que puedan poner fin o por lo menos limitar efecto del fenómeno, cuya expresión más conocida es el denominado calentamiento global.
“Todavía hay tiempo, aunque muy poco tiempo”, alertaba durante la presentación del último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), su presidente, Rajendra Pachauri, el pasado 2 de noviembre en Copenhague.
En todo el entramado de la lucha frente al cambio climático, la sociedad civil se presenta como un elemento clave. Sin embargo, no hay unanimidad de opiniones o de disposición para evaluar y acordar qué se puede hacer.
Según Pachauri, la clave está en “enfocarse en las soluciones y no en el problema, creando un sentido de confianza”, y acotó que “el problema es bastante claro por su seriedad y por los impactos que tiene en la sociedad humana y en toda la Tierra”. Así el nivel del mar se eleva, los niveles de nieve y hielo de los glaciares disminuyen y la temperatura de los océanos y de la atmósfera sigue aumentando. El cambio climático es una realidad causada por el hombre, señalan los científicos del IPCC.
El informe también señala que la inacción determinaría efectos irreparables, afectando con más fuerza al medioambiente, la seguridad alimentaria y la pobreza. Por eso, el presidente del IPCC afirma que la sociedad civil debe desarrollar una perspectiva positiva, “porque puede hacer una gran diferencia para otros grupos de interés, como el gobierno, el sector privado, los investigadores y los académicos”, dijo.
Pero todo tiene su costo y debe tenerse presente que los principales contaminantes del medioambiente son los países desarrollados a través de las emisiones de gases, producto del excesivo gasto de energía, aunque en una u otra medida todo el planeta es responsable, incluso en el caso de los productores naturales de carne, como el Uruguay y gran parte de Sudamérica, por la emisión de gases de efecto invernadero y el metano que produce la actividad ganadera, por citar solo un caso notorio.
La ONU, en un foro realizado a principios de mes, expresó, a través del IPCC, formado por 830 científicos de todo el mundo, que hay que recortar emisiones de gases efecto invernadero entre un 40 y un 70 por ciento para 2050, pero para finales de siglo las emisiones deberían ser cero. De otra forma, los efectos serán graves para el medioambiente, la seguridad alimentaria y la pobreza.
En el encuentro que se extiende hasta este viernes en Lima, llamado Cop 20, vigésima conferencia de las partes organizada por Naciones Unidas, podría surgir un borrador de cara a la cumbre considerada decisiva, que tendrá lugar en 2015 en París, para fijar objetivos ambiciosos de reducción de emisiones, con la firma de un tratado que sustituya al de Kyoto.
El punto es que no solo se trata de la decisión de adoptar determinadas medidas, sino que toda acción que se adopte significa afectar intereses económicos de multinacionales, de países y hasta de las sociedades y, en este caso, nadie aceptará dar un paso si no se asegura que la contraparte hará lo mismo. Todo se mide en costos y beneficios y los puntos no siempre están claros cuando hay quienes respetan lo acordado y hay quienes no, o lo hacen solo parcialmente.
Así, debe tenerse presente que la cantidad de gases de efecto invernadero enviados a la atmósfera alcanzó un nuevo máximo histórico en 2013, según lo reveló la Organización Meteorológica Mundial. El dióxido de carbono ha aumentado su concentración a un ritmo que no se observaba desde hacía casi treinta años. Al mismo tiempo, los niveles de nieve y hielo descienden, a la vez que la temperatura de los océanos y de la atmósfera sigue subiendo. También se eleva el nivel del mar y todo indica que el cambio climático es una realidad, causada por la acción y la omisión del hombre, de acuerdo a la opinión de la mayoría de los especialistas en materia medioambiental.
Las opciones extremas aparecen claras: si no se hace nada, las temperaturas podrían subir hasta casi cinco grados, con lo que se reduciría en un 85 por ciento el volumen de los glaciares y el nivel del mar podría elevarse 80 centímetros, afectando gravemente el equilibrio de los ecosistemas. En cambio, si se consiguen emisiones nulas para fines de siglo, en forma gradual, se podría llevar el aumento de la temperatura a dos grados y este es el objetivo que se ha trazado.
No es nada fácil lograrlo porque implicaría, sobre todo, cambiar el modelo energético, económico y financiero mundial, de acuerdo a estimaciones, lo que aparece como difícil de lograr siquiera en el mediano plazo, pero sí debe apostarse por otras fuentes energéticas, aunque no hay fórmulas perfectas y habría que optar entre un cóctel de fuentes, favoreciendo a las menos contaminantes, al tiempo que sigue creciendo la demanda de energía mundial.
El desafío radica en si se podrá sostener el ritmo de vida de los países ricos con este cambio, por más gradual que se pueda hacer y si las nuevas fuentes cubrirán esas necesidades. Más allá de que se haga hincapié en que el costo de no combatir el cambio climático sería mayor al de reducir las emisiones.
Por ahora solo estamos en un diagnóstico, con algún ingrediente de tremendismo, y el reto está planteado. Solo falta ver hasta cuándo podrá sostenerse una actitud todavía prescindente, de falta de conciencia, antes de encarar una transición no solo enunciativa sobre lo que debería hacerse.
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