Paysandú, Domingo 14 de Diciembre de 2014
Opinion | 10 Dic Estamos en una coyuntura por ahora incierta en cuanto al rumbo de la economía mundial y sobre todo en cómo nos puede afectar de una manera u otra la forma en que se decante este escenario, teniendo en cuenta que el Uruguay es tomador de precios internacionales en las materias primas que exporta, tiene serios problemas de competitividad para dar valor agregado a sus productos y competir con productos terminados o semiterminados y, además, tenemos salarios altos en dólares, que precisamente afectan los costos internos de producción, entre otros aspectos.
Como hemos señalado, un factor que en principio aparece como favorable en este reacomodamiento tras una década de vacas gordas, refiere a que está en baja pronunciada el valor del crudo, del que el Uruguay es un comprador neto. Por tanto, tendrá un alivio en su factura petrolera anual de varias decenas de millones de dólares, lo que no es poca cosa.
Pero a la vez hay elementos internos a tener en cuenta. Por un lado, el hecho de que Ancap, pese a tener el monopolio en los combustibles, que le permite fijar los precios administrativos de los carburantes, tiene un fuerte déficit, no menor a los 160 millones de dólares en el año, y lo que hace actualmente es simplemente valerse de este dominio exclusivo de la plaza para reacomodar su caja, a costo del sobreprecio que pagan los contribuyentes.
Ello explica que a meses ya de la caída internacional de los valores del crudo, Ancap sigue vendiendo los combustibles como si comprara el barril a más de cien dólares, cuando está en el orden de los 60, con sensible caída semanal, al punto de que hay países que ya están pensando en una reevaluación de la extracción de crudo.
Pero, naturalmente, estamos hablando de reacomodamientos en los que el petróleo es apenas un componente, solo que nada desdeñable y con un gran factor de arrastre.
Las primeras víctimas son los países productores, como es el caso típico de Venezuela, cuya economía depende prácticamente en un cien por ciento de las exportaciones de petróleo. Y al serio déficit fiscal y colapso de su sector productivo agrega esta merma sustancial de ingresos que corroe su ya desfondada y errática economía.
Ocurre que la economía global está fuertemente entrelazada y lo que hoy puede favorecernos por vía directa, como una menos gravosa factura petrolera, puede también por vía indirecta afectarnos negativamente, debido a que los que viven del petróleo tienen menos dinero para comprar lo que tradicionalmente les vendemos, por ejemplo.
Una cosa está en función de la otra, incluyendo rentabilidad de explotaciones cuando el petróleo está alto y cuando el carburante fósil se desploma.
El biocombustible es un ejemplo típico de esta relatividad, por cuanto al caer los valores del crudo resulta aún más caro en la coyuntura seguir apostando a la reconversión energética sobre la base de energías renovables, porque los costos se elevan sustancialmente en la relación con el uso del carburante fósil.
Naturalmente, las acciones en esta materia no deben responder a coyunturas, sino que se trata de políticas y emprendimientos de mediano y largo plazo. Estamos hablando de políticas de Estado donde puede haber un enlentecimiento de inversiones y la postergación de puesta en marcha de programas, pero sin abandonar objetivos y previsiones adoptadas para ponerse a cubierto de avatares, porque hay un factor extra que siempre debe sopesarse y es que con los biocombustibles estamos ahorrando divisas, que son reinvertidas en nuestro territorio en lugar de gastarse en el extranjero.
Cada coyuntura es distinta a la otra y las oportunidades y necesidades que se generan también, como pone sobre el tapete en un artículo del semanario Búsqueda el ingeniero Roberto Vázquez Platero, doctor en economía agraria y exministro de Ganadería, Agricultura y Pesca.
El profesional subraya que ante esta pronunciada caída de los precios del crudo, “hay más razones para preocuparse que para alegrarse” y uno de los factores es que “cuando el petróleo está alto, los países exportadores se transforman en grandes dinamizadores de la economía mundial, tal como ocurrió durante la década del 70 y también en la última década. Los países exportadores demandan los productos que nosotros producimos, como ha sido el caso de Rusia y Venezuela, que se transformaron en los más grandes compradores de nuestras carnes y lácteos, mientras que los países emergentes siguen con crecimientos débiles, cuando han sido los grandes demandantes de la última década”.
Por otro lado, hay que esperar un debilitamiento de las inversiones en fuentes alternativas de energía y se desestimularán las inversiones en tecnología para la producción de hidrocarburos no tradicionales, como shale oil y shale gas, que se fueron disparando por los altos valores internacionales del crudo.
Claro, si nos dan a elegir, preferiríamos petróleo barato, en tanto somos importadores del energético, pese a lo que se ha hecho en materia de reconversión de la matriz energética, pero tampoco nos favorece que haya menos dinero en nuestros principales mercados de destino. Es de esperar que el escenario pase a una situación de mayor equilibrio y podamos, de alguna forma, atemperar nuestra factura petrolera y seguir invirtiendo en la matriz energética, sin agregar más factores de incertidumbre, que nunca es un elemento deseable, sobre todo para países altamente vulnerables como Uruguay.
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