Paysandú, Martes 23 de Diciembre de 2014
Opinion | 17 Dic Finalizó en Perú en los últimos días una nueva cumbre internacional en procura de encontrar nuevos acuerdos para llegar a un compromiso a escala planetaria para disminuir la emisión de gases que provocan el efecto invernadero, responsable del fenómeno conocido como cambio climático, cuyos efectos padecemos y seguiremos padeciendo en forma creciente.
La reunión del COP20, en Lima, concluyó con compromisos bastante genéricos, en los que no se establecen metas específicas y no hay avances sustantivos, especialmente con las mayores economías del mundo, con Estados Unidos y China a la cabeza rehuyendo a la cuota de responsabilidad que les cabe por ser los principales generadores de los factores que inducen al cambio.
Una de las apariciones llamativas fue la de John Kerry. El secretario de estado del país norteamericano hizo un llamado a los países en vías de desarrollo a disminuir sus emisiones de CO2. Si bien es absolutamente deseable que así acontezca, resulta paradójico que el pedido provenga de ese país.
Una y otra vez estas cumbres fracasan como mecanismo de búsqueda de acuerdos. Incluso cuando se logró establecer un acuerdo global, aun con metas trazadas que estaban lejos de lo que se requiere para comenzar no ya a revertir, sino a disminuir el ritmo en que se agravan las dificultades, hablamos del protocolo de Kyoto, estos compromisos de reducción de emisiones han sido incumplidos.
Sin embargo, estas cumbres son instrumentos a los que no se puede renunciar, especialmente aquellos países más comprometidos con un cambio cualitativo en materia ambiental.
Sobre fin del próximo año, en París se realizará una nueva cumbre en la que está previsto la suscripción de un compromiso que reemplace lo que se firmó en Kyoto. Deberían verse allí cambios importantes en la actitud de algunos de los mayores generadores de emisiones para esperar resultados diferentes.
Las noticias que llegan de lejos --y de no tan lejos-- seguirán mostrando desastres naturales originados en fenómenos climáticos cada vez más violentos o intensos. Inundaciones, sequías, olas de frío o calor, ciclones, huracanes. Vidas perdidas.
Hasta el momento nada de ello ha sido suficiente para que los gobiernos tomen conciencia del problema, o peor, aún en conocimiento, no se toman decisiones contundentes por proteger intereses económicos de sectores industriales que tienen un peso capaz de torcer realidades internas de la vida de esos países.
Lamentablemente el sector político está perdiendo una batalla histórica a escala mundial frente al mundo empresarial. En momentos donde se requiere una reivindicación de la validez de la política como instrumento para hacer frente a los problemas y encontrar soluciones para la humanidad, es el dinero el que está ganando una partida en la que el premio mayor es nada más ni nada menos que la vida misma.
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