Paysandú, Jueves 25 de Diciembre de 2014
Opinion | 23 Dic El presidente José Mujica en más de una oportunidad ha “rezongado” a los uruguayos por el acentuado consumismo de la sociedad, que trata de tener el último modelo de celular, el último televisor led, el cero kilómetro y acceso masivo a bienes de uso doméstico. Y ha señalado que el ciudadano no debería esforzarse por entrar en esa corriente, debería dejar de tener dos o tres trabajos y afanarse por los elementos materiales para cultivar su espíritu, el espacio y el tiempo para la familia así como el ocio y el entretenimiento, entre otras posibilidades.
Y por cierto que desde el punto de vista filosófico es difícil no estar de acuerdo con una reflexión que refiere al cómo debería ser y no a lo que realmente es, porque el ciudadano tiene otros horizontes, ha ingresado en otra era, que podrá ser mejor o peor, según el punto de vista desde el que se mire. Podría resumirse en que por un lado, no debería haber conformismo exacerbado, pero tampoco una ansiedad consumista sin límites que genera una especie de carrera febril por tener más, en lugar de disfrutar de lo que se tiene y dar gracias por ello.
No es menos cierto, como hemos señalado en más de una oportunidad, que también hay que tener cuenta que el Estado, socio obligado de todas las actividades para recaudación de impuestos y cargas sociales, es el principal beneficiario de este consumo y ha obtenido los recursos para sostener el funcionamiento del aparato estatal, de la burocracia, la salud pública y la enseñanza, así como de programas sociales, por lo que mal puede renegarse de la inclinación por consumo si es que realmente se quiere mantener el paquidermo alimentado.
Por lo demás, no es menos cierto que no se trata solo de tener dos o tres trabajos para satisfacer ese consumismo, sino que en miles y miles de familias esta es la única posibilidad de llevar una vida decorosa, teniendo en cuenta el alto costo de bienes y servicios en nuestro país.
Igualmente, existen aspectos que también deben tenerse en cuenta en un país como el Uruguay, que tiene un mercado interno muy estrecho, que depende de exportaciones de base agropecuaria y de las condiciones que ofrece para la inversión en emprendimientos de riesgo, que son --al fin de cuentas-- el factor diferencial para la creación de riqueza.
Por sus dimensiones, con escasa capacidad para generar producciones masivas, con o sin valor agregado, al nivel de naciones como Brasil, India, China, Estados Unidos o Argentina, el énfasis debería estar puesto en la búsqueda del conocimiento aplicado, de la formación, de la inteligencia y la calidad antes que la cantidad, como se ha hecho en otros países de escaso tamaño, sobre todo desarrollados, para compensar las asimetrías. Ocurre que este escenario no se genera en forma espontánea ni de un día para otro, sino que debe ser consecuencia de una visión, de tener liderazgos, el convencimiento y poder de convencer, así como incorporar instrumentos y formas de concientizar al respecto en los respectivos actores que tienen la decisión y la forma de contribuir a generar este circuito virtuoso.
El punto es que estamos lejos de esta masa crítica virtuosa, y un razonamiento a partir de estas carencias lo aporta Orlando Dovat, fundador y presidente de Zonamérica, el parque empresarial y zona franca que reúne en las afueras de Montevideo a 350 compañías de todo el mundo, emplea a 10.000 personas y tiene ya en marcha una inversión de 150 millones de dólares.
Entre los conceptos desgranados en ese reportaje, el inversor señala que en Uruguay, el país real pesa porque “hay como una tendencia a la mediocridad, la excelencia no está en el ADN de los uruguayos, nos conformamos con poco. Tenemos que ser más exigentes. Cuando viajamos nos parece fantástico lo que vemos, pero llegamos acá y decimos que es el ‘paisito’ y eso nos conforma. Eso es lo que no hay que hacer, debemos lograr salir de todo eso”.
Y entre las carencias o dificultades para quienes vienen a invertir, para entender al Uruguay, mencionó que “lo que más cuesta entender son los problemas de carácter sindical, como acá, porque los sindicatos están para defender al obrero y eso es muy bueno, pero han ido más allá. Vemos que en las reglas con las que se mueven los sindicatos no hay demasiadas transparencias. Viene gente de afuera a tratar de convencer a los obreros de que hay que tener actitudes combativas, hay muy baja productividad y no se puede echar a nadie. Es muy difícil trabajar en las condiciones actuales con los sindicatos”. Evaluó que “tendría que haber un pacto social, hablar de las reglas de juego que tendría que haber y no hay. Yo ya no quiero saber de nada con el sector de la construcción, he vivido calvarios y eso no conduce a un país que quiera progresar”.
Complementó este análisis aludiendo al exceso de burocracia en el Estado, “por ejemplo, un contrato de zona franca puede demorar seis meses o un año en ser aprobado y así se puede perder un cliente. Es un tema a corregir y lo quiero hablar con las autoridades del gobierno entrante”.
También expresó que si bien el presidente saliente es un personaje único, sobre todo en cuanto a la comunicación hacia sus seguidores y en la imagen que ha ganado en el exterior, “no veo que en el gobierno de Mujica haya una base para el Uruguay moderno y el país con el que muchos soñamos, los problemas de la delincuencia no se resolvieron y los de la educación tampoco, por lo que con los años nos vamos a acordar de Mujica como una persona muy particular, pero no como el gran presidente que nos deja mucho”.
Podrán compartirse o no estos conceptos, pero no es menos cierto que el empresario ha desgranado con explicaciones claras uno de los grandes déficits del Uruguay, que tiene que ver con aspectos estructurales y culturales, además de visiones político-ideológicas, donde la competencia es mala palabra y procurar ganancias es pecado. Pero no puede negarse que es una verdad claramente apreciable si se dejan de lado preconceptos, evaluaciones condescendientes y cortoplacistas. Considerar que hay un culto exacerbado --estimulado desde el gobierno-- a la mediocridad y al pobrismo, mucho más que a la necesidad de aspirar a la calidad y la excelencia para tener más para distribuir y para mejorar la calidad de vida de la población sobre la base de su propio esfuerzo, mucho más allá de asistencialismos.
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