Paysandú, Sábado 27 de Diciembre de 2014
Opinion | 20 Dic La ciudad de Paraná, Entre Ríos, fue sede hace pocas horas de la Cumbre del Mercosur, oportunidad en la que los mandatarios de los países asociados e integrados al bloque regional una vez más trataron de impulsar al alicaído acuerdo, en esta ocasión con un ingrediente adicional de emotividad que significó el anuncio simultáneo en Washington y La Habana de la reanudación de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba.
Pero más allá de ese suceso, el foro de los mandatarios analizó una agenda que en líneas generales pone de relieve que subsisten los mismos problemas de hace ya años, los que incluso se han agravado debido a que se han acentuado proteccionismos, como el que practica Argentina, por ejemplo, así como un estancamiento del intercambio regional y la falta de acuerdos del Mercosur con bloques o países que permitan salir de esa parálisis.
Igualmente, surgieron planteos como el que formulara el mandatario uruguayo José Mujica, en su última reunión del Mercosur antes de entregar el mando, en el sentido de ofrecer a sus colegas compartir la propiedad del puerto de aguas profundas que el gobierno impulsa en Rocha.
En la oportunidad Mujica señaló que esta iniciativa tiene el apoyo del presidente electo Tabaré Vázquez y que pronto se enviará la documentación con la propuesta jurídica a Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay. Explicó a sus colegas que el tamaño de la economía uruguaya no justificaría una inversión de esta envergadura ni que tampoco controle ese puerto en solitario, por lo que considera que el camino está abierto para que se integren a la iniciativa países mediterráneos como Bolivia y Paraguay, que se verían beneficiados directamente por el emprendimiento.
Ocurre que una inversión de esta naturaleza, estimada en los mil millones de dólares, es imposible de ser afrontada por el Uruguay y ni siquiera ameritar la intervención privada, en el mejor de los casos, por cuanto ningún capital se interesaría en un puerto que no tendría retorno económico si se manejara solo con las cargas que podrían operar en Uruguay.
Un contexto regional ya sería otra cosa, pero es preciso asegurar de antemano que el puerto funcionará en las perspectivas en que está pensado, aunque hay especialistas que igualmente mantienen reservas sobre la real utilidad de la inversión en ese lugar.
Pero no debe olvidarse que las obras de ese perfil no se piensan para el presente ni para el futuro inmediato siquiera, sino que deben responder a la proyección de movimiento e intereses de aquí a cincuenta años, por mencionar un plazo, y en ese sentido se trata de un proyecto que merece ser analizado, si es que no queremos seguir muriendo en el puerto de Montevideo, con sus severas limitaciones de calado y operativas.
El gobierno tenía la intención de convocar este mes a empresas interesadas en construir el puerto y pretendía, además, obtener financiamiento de Brasil para cubrir su costo, pero hasta el momento ese llamado no se ha concretado.
Hay además una serie de incógnitas que resulta arriesgado despejar a priori, porque responden a los vaivenes diplomáticos y políticos que resultan imprevisibles si no se genera un marco de acuerdos a mediano y largo plazo para establecer reglas de juego claras a los potenciales inversores.
Así, la decisión argentina de prohibir los transbordos de mercadería en Uruguay y las dudas que han surgido sobre si se concretará finalmente la extracción y exportación de hierro por la minera Aratirí hacen que por ahora resulte temerario asegurar que el puerto tendría un volumen de cargas suficiente que permita su viabilidad.
Según Mujica, su idea es la de tener un puerto que sea de propiedad compartida para que sirva de punto de apoyo a todos los países de la región, “para compartirlo en una relación igualitaria”. Pero la visión del mandatario saliente --tal vez muy mercosuriana y regional, pero con un perfil de aspirar a ser epicentro logístico con beneficios para el país-- evidentemente no necesariamente es compartida por otros países, salvo Paraguay y Bolivia, suponemos, porque es sabido que Argentina está jugando fuerte para su puerto de aguas profundas del Río de la Plata, para lo que dragará especialmente un canal, y Brasil siempre juega su propio partido. Porque pese a que tiene algunos de sus puertos saturados, su tamaño y aspiraciones de jugar en la cancha más grande hace que resulte por lo menos arriesgado aventurar que “compartirá” un puerto que puede construir por sus propios medios en el lugar que más le interese de su extensa costa y en apoyo a su propia logística de país.
Por más proyección mercosuriana y de integración regional bien intencionada que se intente, hay realidades que no se pueden ignorar, con antecedentes inmediatos, que determinan que el Mercosur no haya funcionado porque precisamente han primado bilateralismos de Argentina y Brasil, que han jugado su propio partido en función de sus propios intereses y políticas, y que entre otros aspectos ha derivado en que desde hace quince años esté en discusión un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea que todavía no se ha concretado.
Sería muy bueno, pero tal vez hasta ilusorio a esta altura, que tanto Argentina como Brasil, en el contexto de estas rispideces regionales, den luz verde a un proyecto como el que mencionamos, en el que no se juegan la vida ni mucho menos, como sí lo harían los otros tres países involucrados, por lo que habrá que aguardar cómo se desarrollan los acontecimientos, más allá de lo sueños y las visiones integracionistas que hasta ahora han tenido muy poco y nada de frutos.
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