Paysandú, Lunes 29 de Diciembre de 2014
Opinion | 22 Dic La elevada cotización internacional de las materias primas, sobre todo de los commodities como los granos y las carnes que produce Uruguay, ha sido evidentemente el sostén de la buena coyuntura que ha atravesado nuestro país y la región en la última década. Y que ha permitido en alguna medida contar con más recursos y reciclar riqueza en la economía, con beneficio para la calidad de vida de la población y obrando por lo tanto como motor en la bonanza. Claro, un solo factor no es suficiente si no se le rodea de condiciones para potenciar las circunstancias favorables, de forma de hacer sostenible la reactivación económica, principalmente en el caso de Uruguay que ha salido de una profunda crisis --como la que se dio a partir de 2002-- como factor de arrastre de situaciones externas, sobre todo de la debacle argentina, pero también por carencias propias, tanto estructurales como coyunturales.
Uno de los déficit de la mejora económica de este período precisamente radica en que se ha sostenido en las materias primas, con escaso o nulo valor agregado, con creación de empleos que en su mayoría no son de la mejor calidad ni tampoco cuentan con la dosis de valor agregado que permita reciclar mayor riqueza dentro de fronteras. Y por cierto, una de las consecuencias visibles de este escenario es una paulatina desindustrialización del país, como lo ha señalado el nuevo presidente de la Cámara de Industrias, Washington Coralio, al semanario Búsqueda. Indicó en ese sentido que “estamos preocupados porque la producción en los anteriores trimestres cayó. Para 2015, si por lo menos logramos no caer, ya es positivo y si logramos crecer un poquito, es muy positivo”.
Evaluó que en el caso de la industria, “hasta el tercer trimestre la producción cayó un 1 por ciento, sin considerar refinería y la actividad en las zonas francas. El último trimestre repuntó y quizás logremos tener un punto neutro que dé la señal de que no estamos cayendo. Estamos preocupados porque la producción en los anteriores tres trimestres cayó”, y apuntó que “como dato curioso, en 1990 había 26.000 unidades industriales, y hoy hay 13.000. Hemos sufrido una desindustrialización”.
Claro, también han cambiado los tiempos y no puede asumirse este dato como rigurosamente exacto en cuanto al grado de la caída, por cuanto hay determinados ramos industriales que han desaparecido, se han creado otros de acuerdo con los desafíos y las necesidades de estos tiempos, pero en promedio el escenario da cuenta de que se han creado nuevos empleos en el sector servicios, por ejemplo, y en sectores primarios, con menor demanda de formación de mano de obra. Asimismo se han destruido puestos de trabajo en industrias tradicionales, tanto de exportación como las que compiten con artículos importados, sobre todo los terminados, y es en este sentido donde el desfasaje se acentúa.
Coralio señaló al citado semanario, ante el planteo de si las plantas de celulosa instaladas en las zonas francas serían pulmones del crecimiento industrial, que “no estamos en contra de ninguna gran corporación, pero a veces el valor agregado que deja una gran papelera más allá del efecto derrame --fletes, repuestos, energía, packing-- no genera una gran demanda de mano de obra, como sería esperable”.
Puntualizó que “hay que tener una buena educación, porque no es abundante la mano de obra calificada para captar inversores. Algunas industrias que venían a establecerse no lo han hecho, no porque Uruguay no ofrezca condiciones buenas, sino por los problemas de acceso a los mercados y eso sumado al costo industrial. Este es un país que cuanto más mano de obra usa, más caro resulta”.
Y este último concepto es el que está precisamente detrás de los problemas notorios que tiene el Uruguay en cuanto a competitividad, tanto para los productos de exportación como los de competencia con los importados: Uruguay tiene costos internos muy elevados respecto a la media internacional y, lo que es peor aún, estamos en un círculo vicioso en cuanto a los instrumentos para reducir costos, porque el margen de maniobra es extremadamente acotado y hay una relación de costos con el valor del dólar e inflación, así como de insumos relacionados, que hacen que no pueda atacarse ninguno de ellos aisladamente sin que los demás se vean afectados y generen encarecimientos adicionales por otro lado.
En ese contexto, el dirigente empresarial puntualizó que “hoy es un momento ideal para estudiar las tarifas públicas de energía, ya que hubo buena agua y el petróleo ha bajado. Hemos planteado bajar los aportes patronales hace tiempo. Podría ser el momento de estudiar todas estas medidas, que juntas y sumadas pueden ser tan efectivas como un dólar a 27 pesos. Buscar medidas que alienten a la producción y generar esa riqueza que luego se distribuye. En muchos países de Europa, si trabajás sábados y domingos, la electricidad tiene un precio especial y si tiene una planilla de trabajo estable y para una actividad puntual toma 40 o 50 personas o más, le dan beneficios marginales para que por esa gente no aporte totalmente”.
Además advirtió que hay sectores en el mercado interno uruguayo en serios problemas, entre los que figuran la industria textil, la vestimenta y la metalúrgica. Reflexionó que para generar buenos salarios e invertir hay que tener utilidades y “vemos con preocupación que han disminuido. En Uruguay está mal visto ganar plata”.
Captar inversores y bajar costos es un imperativo para un país con un escaso mercado interno y que depende marcadamente de sus exportaciones, por lo que el nuevo gobierno deberá afilar el lápiz y despojarse de corsés ideológicos para que el país resulte más barato a quienes crean la riqueza y sobre todo crean fuentes de trabajo. Acotar el gasto público y mejorar su calidad sería un muy buen aporte para empezar. Cambiar la mentalidad de una buena parte de la población respecto a que obtener ganancias es sinónimo de explotación, puede ser más difícil.
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