Paysandú, Miércoles 31 de Diciembre de 2014
Opinion | 29 Dic El perfil demográfico en la región, más allá del crecimiento poblacional, revela que hay cambios significativos desde el punto de vista etario, que son consecuencia de situaciones pero que a la vez serán generadores de causas a tener en cuenta desde ya, pues estamos ante procesos de mediano y largo plazo que no resultan para nada fáciles de revertir o siquiera atenuar.
Según el reciente informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el siglo XX estuvo caracterizado en esta región del mundo, en términos demográficos, por el crecimiento de la población, en tanto el presente siglo estará marcado por su envejecimiento debido a la reducción de la fecundidad y el aumento de la esperanza de vida.
El estudio “La nueva era demográfica en América Latina y el Caribe: la hora de la igualdad según el reloj poblacional” señala que la población de la región aumentó de 161 millones en 1950 a 512 millones en el año 2000, y las proyecciones para este siglo prevén un incremento de hasta 734 millones en 2050, aunque habrá un descenso posterior de hasta 687 millones en 2100.
Pero las mayores variantes se registrarán en la estructura por edad de la población debido al avance del proceso de envejecimiento y en este sentido, el estudio indica que en las últimas seis décadas la esperanza de vida en América Latina y el Caribe aumentó 23 años y la brecha con las zonas más desarrolladas se acortó a la mitad. Es así que la esperanza de vida se incrementó de 55,7 años en 1950 a 74,7 años en 2015, lo que se entiende ha respondido en buena medida a la reducción de la mortalidad en las edades tempranas, sobre todo en la mortalidad infantil.
América Latina y el Caribe, además, han pasado de tener índices reproductivos que estaban entre los más altos del mundo, con una tasa global de fecundidad de cada seis hijos por mujer entre 1950 y 1955, a un nivel menor de 2,2 hijos en la actualidad, lo que incluso está ligeramente por debajo de la media mundial. Un indicativo que refleja que en alguna medida nos estamos aproximando más a la composición de los países desarrollados que a los del Tercer Mundo, sobre todo los del África profunda y algunos países de Asia occidental.
Pero, claro, el informe de la Cepal toma al Caribe y Sudamérica como un todo, y la realidad indica que hay zonas con marcadas diferencias entre sí, pues no es lo mismo Honduras que Argentina, o Uruguay que El Salvador, por citar ejemplos de contrastes notorios. Por lo tanto, estamos ante indicadores que deben ser evaluados como lo que realmente son, tomados globalmente, que dan cuenta de una evolución significativa en cuanto a la expectativa de vida y con ello la mejora en general de la calidad de vida, asociada a la vez a un progreso económico que se ha dado sobre todo en la última década a partir de la favorable coyuntura internacional.
Y ya adentrándonos en similitudes y diferencias, en lo que respecta a nuestro país, hay solo algunos aspectos que encuadran en este promedio del estudio, ya que tanto desde el punto de vista socioeconómico como demográfico, Uruguay tiene determinados componentes que responden a los de países en subdesarrollo y algunos similares a los desarrollados.
En nuestro país la pirámide demográfica es más parecida a la de los países europeos, con un marcado envejecimiento poblacional, que a la de los centroamericanos. Pero en lo que refiere a la economía y escenario socioeconómico, tiene mucho en común con la mayoría de las naciones del subcontinente, es decir dependencia de la exportación de materias primas con base agropecuaria, baja industrialización e innovación tecnológica, baja calidad de la enseñanza, escaso espíritu emprendedor, burocracia y alto costo del Estado, así como falencias en logística, servicios públicos de baja calidad, una cobertura en salud mediocre pese a la reciente reforma --buena en los papeles, pero con serias carencias en la realidad-- y un esquema previsional que depende en extremo de los aportes de los actuales trabajadores.
Se infiere de este escenario que, como bien señalara en más de una oportunidad el presidente José Mujica, las actuales y próximas generaciones de trabajadores tendrán que afrontar una mayor carga tributaria y dedicar una creciente porción de sus ingresos a pagar la jubilación y seguridad social de las siguientes generaciones de pasivos. Es decir que mientras tengamos una actividad económica más o menos al nivel de la que hemos tenido en los últimos años, podrá sustentarse el esquema previsional, pero en nuestro país todavía no se ha elaborado un diagnóstico ni un debate profundo. Lejos estamos de ideologías sobre eventuales correctivos para enfrentar la contingencia, con la suficiente antelación para no tener que salir a apagar incendios ante cambios no deseados en la coyuntura económica.
Desde hace años hay opiniones de expertos que indican que sería inevitable hacer ajustes a la baja en el nivel de beneficios que ofrece el actual régimen jubilatorio uruguayo para asegurar su estabilidad financiera, sin excluir un aumento de la edad de retiro.
Aunque no hay recetas mágicas en esta materia y las respuestas pueden pasar por una diversidad de grados y tiempos, con mayores o menores urgencias, de acuerdo al desarrollo de los acontecimientos.
En todos los casos, nada hace pensar que las cosas mejoraránpor sí solas ni mucho menos, sino que cuanto más demoremos en asumir y actuar ante esta realidad, más difíciles y traumáticos serán los correctivos, por lo que se impone hacer frente al desafío sin medias tintas, con una respuesta acorde del sistema político, con base en grandes acuerdos sin cortoplacismos ni especulaciones electorales inconducentes.
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