Paysandú, Miércoles 14 de Enero de 2015
Opinion | 14 Ene El Día Mundial de Lucha contra la Depresión, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recordó en la víspera, presentó cifras que se incrementan de manera sostenida en los últimos años.
Hay 350 millones de afectados y es la principal causa de discapacidad en un planeta donde sus habitantes cada vez presentan menos tolerancia al dolor, a la frustración y tienen la necesidad constante de utilizar psicofármacos para calmar su ansiedad, dormir, despertarse o simplemente para sentirse mejor.
Más de la mitad de los afectados no tiene un diagnóstico certero y en algunos países los índices se elevan al 90%, tanto por falta de recursos económicos, como de personal capacitado, estigmatización de los trastornos mentales o un problema sanitario no asumido. Por eso –tal vez-- la OMS registra un millón de suicidios anuales como resultado de esta enfermedad.
La última Asamblea Mundial de la Salud enfatiza desde 2012 en la necesidad de un abordaje integral y coordinado de la salud mental: un asunto en el que sin dudas, Uruguay permanece en el debe.
En nuestro país, las consultas por estas patologías tanto en salud pública como privada vienen en franco crecimiento desde hace años; sin embargo, no hay estudios epidemiológicos. El 75% de los trastornos se originan en la infancia, adolescencia o juventud, y de hecho la OMS estima que cerca de la mitad de los casos constatados ocurren antes de los 14 años.
En Uruguay existen aproximadamente unas 600.000 personas que padecen depresión y unas 480.000, o sea el 80%, lo desconoce. No obstante, en algunas profesiones no está reconocida como una enfermedad invalidante.
Ninguno de sus síntomas son nuevos: alteraciones en el sueño, insomnio o dormir en exceso, dificultad de la concentración, sentimiento de culpa, intento de autoeliminación, alteraciones en el apetito, pérdida de la autoestima y desesperanza. Lo novedoso es la frecuencia con la que se observan los casos en una sociedad que avanza a grandes pasos en otros aspectos.
Alcanza con relevar la cantidad de licencias médicas por esta causa en diversos ámbitos laborales para medir la entidad de un asunto, cuya problemática no es la accesibilidad a los tratamiento o fármacos, sino a un cambio de cabeza en la sociedad que ha recibido discursos de avances económicos y tecnológicos que –evidentemente-- no le alcanzan para ser feliz. Si antes era una enfermedad de los adultos o adultos mayores, hoy se presenta a menor edad y los guarismos de suicidios o depresión en poblaciones más jóvenes avalan esa desesperanza en el futuro.
Según la OMS, “el mundo no presta suficiente atención a la salud de los adolescentes”, que si son tratados a tiempo, se evitarían muertes y sufrimientos durante toda sus vidas.
Esta patología global parece no tener fin. Los profesionales enfatizan en la necesidad establecer límites desde edades tempranas, los padres refieren a influencias externas, los analistas hablan de una sociedad de consumo que presenta un sinfín de propuestas para alcanzar la felicidad, mientras que los gobernantes se esfuerzan por comparar mejores cifras económicas y la instrumentación de mayores políticas públicas que –hasta el momento-- no han llegado al centro de la cuestión. Al menos en Uruguay, la salud mental y sus múltiples trastornos, siguen en espera.
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