Paysandú, Viernes 23 de Enero de 2015

OPINIÓN

SOLICITADA

Locales | 18 Ene Dentista e Hipoclorito
de sodio
Voy a relatar lo que le sucedió a mi hija, y por ende afectó a toda la familia, el día 19 de noviembre de 2014, a las 18 horas aproximadamente. Recalco esto para que se tenga en cuenta que lo que voy a escribir no es “en caliente”, donde uno puede decir cosas de las que luego se arrepiente.
Ese día mi hija tenía hora con el odontólogo, donde se estaba haciendo tratamiento de conducto. El profesional le dio anestesia, siguió “en la vuelta”, su asistente preparando lo necesario para la atención, mientras le hacía efecto. Cuando comienza a trabajar, mi hija le dice que le duele todavía, le inyecta otro poco de ¿anestesia? Ella pega un grito de dolor y el profesional se da cuenta que le está inyectando hipoclorito de sodio. Sí, leyó bien, hipoclorito de sodio.
Bueno, a partir de ahí, el caos. Al parecer no sabiendo qué hacer, llama a otro colega, quien le dice que le inyecte suero, que no tenía en el consultorio. Llamó a la farmacia, le trajeron, le inyectó y la mandó para la casa con hielo y Perifar. Ya cuando llegó a la casa tenía la cara deformada y con hematomas. A la hora levantaba los techos con los gemidos de dolor, ante lo cual mi yerno llama al colega consultado, quien le dice que hielo de ninguna manera y que se inyectara algún calmante más fuerte.
Se van a la emergencia de la mutualista y yo me quedo con mis nietos y no habría pasado media hora que el “profesional” llama a ver cómo está mi hija; cuando le digo que fue a urgencia no puede creer. Al rato aparece allí, a ver qué pasa. Debo decir que en la mutualista la atendieron muy bien, hicieron todas las consultas y el personal que fue a domicilio también.
Mientras tanto, mi yerno llamaba a Toxicología, donde le dijeron que era impredecible el daño que le podía causar haberle inyectado hipoclorito, que iba de una lesión localizada superficial hasta una infección que podía llegar a ser generalizada porque se produjo una necrosis de los tejidos. También llamó, en su desesperación, a los odontólogos de su lugar de trabajo, quienes consultaron con profesores grado 5, quienes hicieron un ateneo porque no podían creer lo sucedido y avalaron lo realizado por el colega del “profesional” y pidieron que se le hiciera un estudio, a lo que accedieron no de muy buena gana porque no les gustó que se hiciera la consulta. Pero ¿mi yerno estuvo mal? ¿Podría confiar totalmente en el colega? Después de lo sucedido, ¿en quién confiar?
Cuando se relata esto, todo el mundo lo primero que dice es: ¿Cómo se llama? Denúncialo, así no atiende más a nadie. Pero mi hija no quiso porque eso no le devuelve todo el dolor que ella pasó, se le infiltraron las vías, estuvo con su cara deformada varios días, el sufrimiento de mis nietos que, en su inocencia ante el dolor de su madre, preguntaban: ¿Mamá se va a morir?
En esos días fue la fiesta de fin de año de mis nietos; cuando mi hija le manifestó que iba a ir y si le preguntaban qué le había pasado, iba a decir la verdad, el “profesional” le aconsejó: Maquillate bien y cubrite con el pelo. ¡Qué tupé! Cuando mi hija le preguntó a los días qué había pasado, él y su asistente se miraron y no supieron qué contestar. ¿Fue una distracción? Ojalá que sí, si no son asesinos en potencia porque se olvidaron que están trabajando con seres humanos, porque no sé si usar la jeringa de anestesia por más finita es lo correcto, si rellenar el tubito o lo que sea, está bien.
Gracias a Dios, a mi hija al día de hoy solo le quedó “una pelotita” en la encía que tal vez, si Dios quiere, se reabsorberá o no, pero por ahora nada más. Perdón por lo extensa de esta carta pero esos fueron los hechos y, como madre y abuela, tenía que hacerlos conocer para que no vuelvan a suceder y para que todos estemos atentos cuando trabajan con nuestro cuerpo.
C.I. 2.697.290-2


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