Paysandú, Viernes 30 de Enero de 2015
Opinion | 29 Ene Es notorio que la década de bonanza que ha vivido América Latina ha repercutido positivamente en la situación socioeconómica de los países del subcontinente, por cuanto se trata de un mayor ingreso de recursos que de una forma o de otra se derraman sobre la sociedad, incrementando y potenciando actividades, generando puestos de trabajo y oportunidades de emprendimientos que son consecuencia de una mejora en la economía.
Las mediciones de los organismos encargados de registrar estos cambios sociales coinciden en señalar que el escenario ha cambiado en estos años en la región y para bien, en cuanto a la calidad de vida de millones de personas, pero en cambio hay matices y muchas veces también diferencias en cuanto a la real proyección de estos cambios, de la sustentabilidad de la mejora socioeconómica. Pero sobre todo si se trata de una consecuencia efímera que tenderá a desaparecer tan pronto las cosas cambien en el escenario económico internacional, tan favorable para las materias primas que se producen en la región y para el ingreso de capitales e inversiones, la génesis de tales mejoras.
En este sentido, de acuerdo con las proyecciones de un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la pobreza afectó en 2014 al 28% de la población de América Latina, lo que revela que su proceso de reducción se ha estancado en torno a ese nivel desde 2012, mientras que en ese mismo período la indigencia aumentó de 11,3% a 12,0%, todo ello en un contexto de desaceleración económica.
El documento Panorama Social de América Latina 2014 señala que la situación de la pobreza en la región se mantuvo estable entre 2012 y 2013, cuando afectó en ambos años a 28,1% de la población. Para 2014 se estima que en términos porcentuales se mantendría en torno a 28%, lo que unido al crecimiento demográfico, se traduciría en un aumento en números absolutos hasta alcanzar a 167 millones de personas.
En tanto, la extrema pobreza o indigencia aumentó de 11,3% en 2012 a 11,7% en 2013, lo que supone un incremento de tres millones hasta afectar a 69 millones de personas. Las proyecciones indican que en 2014 se habría registrado una nueva alza, hasta 12%. Ello significa que de los 167 millones de personas en situación de pobreza en ese año, 71 millones se encontraban en condición de extrema pobreza o indigencia.
“La recuperación de la crisis financiera internacional no parece haber sido aprovechada suficientemente para el fortalecimiento de políticas de protección social que disminuyan la vulnerabilidad frente a los ciclos económicos. Ahora, en un escenario de posible reducción de los recursos fiscales disponibles, se requieren mayores esfuerzos para apuntalar dichas políticas, generando bases sólidas con el fin de cumplir los compromisos de la agenda de desarrollo post 2015”, subrayó la secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena. Además de analizar la pobreza por ingresos, la edición 2014 de este estudio anual presenta una medición complementaria de carácter multidimensional que abarca cinco ámbitos: la vivienda, los servicios básicos, la educación, el empleo y la protección social, y el estándar de vida (referido a los ingresos monetarios y la posesión de bienes duraderos). Se considera que una persona es pobre si tiene carencias en más de una de estas dimensiones.
De acuerdo con este índice, entre 2005 y 2012 la incidencia de la pobreza multidimensional se redujo, como promedio para 17 países de la región, de 39% a 28% de la población, cifras similares a las de la pobreza por ingresos. En todos los casos se registraron caídas en esta medición y los mayores descensos se produjeron en Argentina, Uruguay, Brasil, Chile y Venezuela.
En materia de gasto social, la región hizo un esfuerzo significativo a partir de 2008 para enfrentar la crisis financiera internacional, pero en 2012 y 2013 se observó una desaceleración del crecimiento de éste, que responde principalmente al escaso dinamismo de la economía internacional y al impulso de la inversión en los sectores no sociales, según evalúa el informe.
Por otra parte, el estudio refleja notables avances en la cobertura educativa de los jóvenes latinoamericanos, pero indica que estos sufren mayores tasas de desempleo y menor protección social que los adultos, por lo que el beneficio ha sido solo parcial, aunque no ha pasado desapercibido.
El punto es que estamos ante escenarios cambiantes, y en la desaceleración que se manifiesta en el subcontinente por efectos de un menor precio y demanda de los commodities, --el caso de Venezuela, con la caída de los valores del crudo, es el de mayor trascendencia-- el estancamiento de los porcentajes de reducción de la pobreza denota que las estructuras que llevaron a este estado de cosas antes de la última década no han cambiado significativamente.
Por el contrario, subsisten condiciones para que gran parte de la población latinoamericana siga situándose promedialmente en esta línea de pobreza, porque se sigue dependiendo de coyunturas internacionales, con empleo de baja calidad, nivel de educación insuficiente, escasa industrialización y extensión de servicios, así como dependencia de la economía de algunos rubros clave, que están sujetos a los vaivenes valores internacionales, precisamente, y por regla general con escaso valor agregado.
Es decir, los cambios de la década se han manifestado para bien, y han permitido que millones de personas traspasaran la denominada línea de la pobreza, pero las condicionantes históricas que han llevado a esta situación todavía subsisten en mayor o menor medida, lo que indica que todavía hay mucho por hacer y materias pendientes en los países de la región.
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