Paysandú, Sábado 31 de Enero de 2015
Opinion | 26 Ene La semana anterior, en un discurso que se extendió por unas tres horas, el presidente venezolano Nicolás Maduro presentó un informe conocido como Memoria y Cuenta, en el que anunció una serie de disposiciones en el sistema cambiario de su país, que empieza por mantener el cambio oficial del dólar a 6,3 bolívares por unidad, “para proteger la demanda y la sociedad” venezolana. Aunque en este país caribeño hay un control de cambios que opera desde 2003 y en la actualidad se manejan tres tipos de cambio, con otros dos mercados bajo un nuevo mecanismo.
“He decidido trabajar en un esquema que atienda a los tres mercados de manera más eficiente, con un mercado primero de necesidades alimentarias, de salud, fundamentales del país, para garantizarlo con un dólar a 6,30”, indicó el mandatario, lo que revela que se está en realidad anteponiendo un subsidio a esos sectores a cuenta de lo que se recarga por la realidad en la cotización de la divisa, ante la crisis venezolana.
Los analistas políticos consideran que la magnitud de la crisis y la caída de los ingresos por venta de petróleo es tal que el impacto esperado de sus medidas es a todas luces insuficiente, y lo que brilla por su ausencia son explicaciones respecto a como se financiará el país obteniendo en 2015 apenas la mitad de los ingresos petroleros y a la forma en que se rescatará la confianza perdida en la moneda local.
Como consecuencia de un descenso sostenido en los precios internacionales del petróleo, los ingresos de Venezuela siguen cayendo, por cuanto se trata de su casi exclusivo producto de exportación. Debe tenerse presente que Venezuela, el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, recibe un 96 por ciento de sus ingresos de divisas de la venta del crudo, cuyo precio en los mercados internacionales está en los mínimos de los últimos cuatro años.
Esta coyuntura debe evaluarse en un contexto muy particular, pues tras una década de bonanza inédita en América Latina, por un escenario internacional favorable y ampliamente receptivo en precios y demanda para las materias primas de la región, es preciso determinar si los ingresos adicionales han permitido mejorar la calidad de vida y el perfil económico-financiero de los países de la región, no solo por un mayor Producto Bruto Interno (PBI) sino por una mejor redistribución de ingresos, la creación de infraestructura, reducir vulnerabilidades y aportar a la vez desarrollo al crecimiento coyuntural.
Entre los países que no han estado a la altura de las circunstancias, debido a populismos y voluntarismos, tenemos a Venezuela, que depende de su enorme riqueza petrolera. Venezuela no solo no tiene un mínimo desarrollo acorde a los ingresos que recibe por sus exportaciones de crudo, sino que tampoco ha mejorado en calidad de vida y redistribución, pese a las políticas implantadas por el desaparecido expresidente Hugo Chávez. Es que se han buscado inmediatismos político-electorales y soslayado los remedios siempre amargos que necesita todo país que pretenda hacer las cosas en serio para acometer los desafíos.
Es así que sucesivamente las consultoras internacionales han rebajado de categoría la calificación crediticia soberana de Venezuela ante lo que consideran creciente riesgo de un colapso financiero y económico en el país. Advierten que Venezuela enfrenta desequilibrios macroeconómicos cada vez más insostenibles --incluyendo una inflación galopante y una fuerte depreciación del tipo de cambio paralelo-- y a medida que las políticas del gobierno han exacerbado estos problemas, el riesgo de un colapso económico y financiero ha aumentado considerablemente.
La nación caribeña tiene la más alta inflación del Cono Sur, una tasa de cambio en el mercado negro que es ahora treinta veces superior a la oficial, escasez generalizada de bienes, disminución del superávit de cuenta corriente, reservas internacionales “peligrosamente” bajas y un “anémico” crecimiento, con lo que la capacidad del país de acceder a los mercados ha sido severamente disminuida.
Ante este panorama realmente inquietante, por decir lo menos, sobre la marcha de la economía y la realidad socioeconómica venezolana, en los últimos meses el gobierno de Nicolás Maduro ha profundizado los intentos por consolidar el control estatal sobre la economía, fijando precios administrativos hasta para las cosas más inverosímiles y --lo que es peor aún-- alentando expropiaciones y saqueos a supermercados. Porque los empresarios “enemigos de la revolución”, se solazan poniendo los artículos fuera del alcance de la población.
Ante esta persistente caída en los precios del crudo, abrumado por la porfiada realidad económica del país, Maduro ha puesto también sobre el tapete el espinoso tema del aumento del precio de la gasolina, luego de que su gobierno había guardado silencio sobre la posible medida. “Cuando llegue la oportunidad, en consenso con toda nuestra patria, con nuestro pueblo, restableceremos un nuevo sistema de precios para la gasolina”, dijo el mandatario.
Es decir, a una sistemática política basada en el delirio y ceguera ideológica, en contra de las leyes de la economía, Maduro ha reconocido que la realidad es mucho más poderosa que los discursos y que como no se puede seguir mintiendo todo el tiempo, no tendrá más remedio que buscar algún peso más en el consumo interno, subiendo los combustibles pese a que los precios del crudo están bajando en el concierto internacional.
Las interrogantes planteadas a propósito de las recientes medidas anunciadas por Maduro, como bien sostienen los analistas, refieren a como afrontará Venezuela los compromisos externos con un flujo de caja tan comprometido, con alta ineficiencia de las empresas expropiadas y a la vez ante la necesidad imperiosa de estimular un aparato productivo prácticamente inexistente.
Demasiadas interrogantes, y ausencia de respuestas, con la consecuencia de una gran incertidumbre, mientras se siga delirando y atribuyendo todos los problemas a los “enemigos” de la revolución, sin mirar los gravísimos problemas que de no introducir profundos cambios hacen inviable a una Venezuela con los precios del petróleo en picada.
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