Paysandú, Domingo 01 de Febrero de 2015

Distribución de riqueza y el premio al trabajo

Opinion | 31 Ene Durante su reciente presencia en la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el presidente José Mujica recibió calurosos aplausos de los mandatarios asistentes, al desgranar conceptos como “los mejores dirigentes son aquellos que cuando se van dejan un conjunto de gente que los supera ampliamente. Esta lucha es colectiva y es de generaciones”, a la vez de criticar los fanatismos y valorar el esfuerzo de los organismos de integración regional.
Mujica defendió asimismo “la política” como mejor herramienta para resolver los problemas de los países durante su discurso ante la III Cumbre de la Celac, y dijo que “quiero romper una lanza por la política, no por la politiquería, sino por la alta política, y los partidos políticos”, enfatizando en temas como los valores humanos y su influencia en el desarrollo de los países.
Entre otros conceptos sostuvo que “si esperamos que el mercado suture las desigualdades, nos vamos a encontrar con lo contrario, confío más en la política”, y agregó que “el problema es que la corrupción es natural e inherente a las claves que nos ha dado este progreso del capitalismo. El capitalismo es capaz de dar riqueza, pero con una enorme pobreza moral en sus entrañas”, por lo que se hace necesaria la política de quienes la ejercen “no para hacer negocios o ganar dinero, sino para ganarse el cariño de la gente”.
Sobre los problemas de Latinoamérica, Mujica dijo que no va “a pedir cuentas al imperialismo yanqui ni a la prepotencia europea, porque el problema ha sido nuestra incapacidad”.
Son compartibles buena parte de los conceptos que ha volcado en esta cumbre el mandatario uruguayo, pero naturalmente, sus expresiones reflejan un sesgo ideológico manifiesto que le restan objetividad y credibilidad a sus reflexiones. Empezando porque en los años 60 el actual mandatario formó parte de un grupo subversivo que se alzó en armas contra el régimen democrático que regía en el Uruguay, que intentó derrocar al gobierno elegido por los ciudadanos para tratar de instaurar un régimen tiránico a semejanza del de Cuba, que era el paradigma de todos los movimientos de izquierda de aquel tiempo. Por otra parte, la corrupción no es exclusiva del capitalismo, y en buena medida la caída del socialismo real en el mundo se debió a que era impracticable, por el insostenible nivel de corrupción de los gobiernos comunistas, como fue el caso de la URSS.
Es de valorar que a más de cuarenta años de aquel infortunado período de la vida del Uruguay, del que el movimiento Tupamaro tuvo mucho que ver y no exactamente como víctimas, el actual mandatario, ungido legítimamente por el voto popular, hable de la necesidad de practicar la tolerancia y promover la paz, por encima de las diferencias. Si se hubiera hecho medio siglo antes, tal vez los uruguayos nos hubiéramos ahorrado mucho drama y derramamiento de sangre, cuyas consecuencias se proyectan todavía hoy.
Tiene razón igualmente el jefe de Estado compatriota cuando considera que hay una distribución de la riqueza que no es la más adecuada, y que si bien el capitalismo, en conjunción con el trabajo, no la distribuye equitativamente, por las leyes del mercado, al fin de cuentas, y que por lo tanto desde el sistema político se deben generar instrumentos que tiendan a reducir desigualdades y que haya una mayor participación en el reparto de la torta.
Ello debe abordarse mediante más oportunidades pero a la vez sin caer en asistencialismos que solo generan ocio y más dependencia del Estado de quienes reciben este beneficio sin contrapartida y por lo tanto detrayendo compulsivamente recursos a muchos de quienes trabajan en dos o tres empleos para mejorar sus ingresos.
A la vez debe compartirse en todo su significado la concepción de que la mayoría de los problemas de América Latina no son consecuencia del imperialismo yanqui ni de la “prepotencia europea”, sino consecuencia de la propia incapacidad de los gobiernos y del cuerpo de una nación, sobre todo por razones culturales, para ordenarse y crecer con desarrollo, a través de una mejor educación, afectación de recursos para infraestructura que sustente el desarrollo, y a la vez dejar de lado políticas voluntaristas para ganarse simpatías y a través de subsidios obtener apoyo popular para perpetuarse en el poder, como ha ocurrido en varios países.
Así, el resultado es que solo se comparte pobreza y más temprano que tarde se termina el dinero de los otros para practicar asistencialismo puro, sin sacar realmente a las familias de la pobreza, sino manteniéndolas por encima del umbral mínimo en las estadísticas y encontrarse con que tan pronto no llegue la asistencia del Estado, estos sectores volverán nuevamente a la pobreza y a la indigencia.
Nos quedamos por lo tanto con la reflexión de que deben procurarse caminos para seguir atrayendo capitales de riesgo hacia la región, que crean fuentes de trabajo, con reglas de juego claras y con la oferta de un nivel de rentabilidad razonable, muy lejos de los buitres y de los piratas con el parche en el ojo como los representaba la izquierda cuando era oposición.


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