Paysandú, Domingo 15 de Febrero de 2015
Opinion | 09 Feb Es positivo que durante los últimos años se haya avanzado significativamente en el esquema de formalización del trabajo en nuestro país, junto con la regularización de empresas que estaban total o parcialmente en negro, de la mano de una mejora en la recaudación y una favorable repercusión socioeconómica en miles de dependientes de todo el país.
En un escenario en el que felizmente se mantienen buenos índices de empleo en nuestro país --muchos de ellos de baja calidad, es cierto-- existen igualmente grupos de trabajadores independientes denominados “cuentapropistas”, que resultan aún difíciles de insertar en el esquema formal de trabajo.
Periódicamente se dan a conocer estudios relacionados con esta problemática, que indican que pese a las medidas para regularizar esas situaciones, un porcentaje importante de trabajadores independientes no aporta el monotributo por dificultades económicas, quedando fuera de la seguridad social.
Este déficit no puede llamar la atención a quien más o menos conoce la realidad del país y la situación socioeconómica que se da, sobre todo en el Interior. Aún tomando en cuenta la muy buena intención de este mecanismo --que ha sido sucesivamente mejorado-- para el acceso a los beneficios de seguridad social a quienes no son dependientes, los desafíos y exigencias de la vida cotidiana plantean prioridades en necesidades básicas que hacen que el “cuentapropista”, quien teóricamente está en condiciones de acogerse al tributo, muchas veces tenga que optar entre hacer frente a las necesidades básicas o hacer el aporte correspondiente. Un estudio de técnicos de la Facultad de Ciencias Económicas advierte que las mejoras en términos de protección social no son todavía muy relevantes y el acceso a la protección continúa vedado para los trabajadores de menores ingresos.
Paralelamente, la alternativa del régimen de monotributo social del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) es una apuesta todavía parcial, cuyo funcionamiento y eficiencia es necesario evaluar con mayor precisión. Si bien los regímenes específicos, como el sistema simplificado del monotributo, son intentos en la buena dirección, sus resultados “son moderados, ya que se sigue manteniendo un importante sesgo en la cobertura”.
En este contexto corresponde traer a colación datos de la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística, que indican que existe un 34 por ciento del total de trabajadores independientes que son un 12 por ciento más que en 2006, lo que se vio favorecido por la flexibilización de las condiciones exigidas en 2007, que se instrumentaron a través de la Ley de Reforma Tributaria.
De ese grupo, por lo menos la mitad no estaba efectuando aportes, lo que de todas formas es una mejora ante los índices previos que se habían detectado. De acuerdo con el informe, el elevado porcentaje de potenciales monotributistas no registrados “se asocia directamente con un menor nivel de ingresos, que a su vez se vincula con menos horas de trabajo en promedio y menor nivel educativo”, con un promedio mensual promedio de unos seis mil pesos, en oposición de unos $16.000 de los que sí han estado aportando.
Otro elemento da cuenta de que prácticamente el 97 por ciento de los trabajadores por cuenta propia sin local carece de cobertura de seguridad social, y este universo de trabajadores que explotan su propia empresa sin ocupar a ningún trabajador remunerado y sin ninguna intervención de bienes de capital fijo está más afectado por la inestabilidad laboral propia de empleos de subsistencia.
Incluso la falta de cobertura en seguridad social tiende a aumentar entre estos trabajadores a lo largo de la década, contrariamente a lo que sucede con el total de ocupados.
Estamos ante una realidad social muy compleja, que no se corresponde con las respuestas que se diseñan en los papeles, con muy buena intención y buscando alternativas para un universo de trabajadores que ha quedado marginado del sistema.
Suele suceder que lo que en la teoría aparece como muy claro, basado en estudios académicos, a la hora de cotejar la propuesta con lo que indica la realidad, las cosas se presentan distintas. A las carencias y dificultades que se mencionan, suele agregarse el factor humano, es decir la conducta del involucrado, que no siempre se orienta a lo que debería ser más lógico y racional, teniendo en cuenta que está en juego lo que le deparará el futuro.
La vida real suele presentar disyuntivas de hierro, y para los “cuentapropistas” muchas veces, con ingresos menguados e insuficientes, cuando hay que elegir entre alimentarse todos los días, pagar la UTE y OSE o abonar el monotributo, las urgencias mandan por sobre lo que debería hacerse de cara al futuro, incluyendo la cobertura social y asegurarse por lo menos el pago de una pasividad al término de su vida de trabajo.
El monotributo ha sido una solución positiva, pero todavía insuficiente. Y si bien esta regularización ha beneficiado a miles de “cuentapropistas”, quienes dentro de sus posibilidades aportan y mantienen una situación regularizada, hay todavía un núcleo duro, nada despreciable, que sigue al margen de la cobertura.
Hay avances respecto a la situación anterior, pero es preciso seguir trabajando y promoviendo respuestas acordes a la realidad, con mecanismos que permitan incorporar a los trabajadores que no cuentan con gremios que los defiendan, que cada día enfrentan el reto de depender de sí mismos y del trabajo que les llegue, y que cuando se presentan enfermedades o imprevistos, se encuentran sin ingresos que les permitan subsistir y mucho menos seguir aportando.
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