Paysandú, Lunes 16 de Febrero de 2015
Opinion | 11 Feb Desde que asumió el nuevo gobierno de izquierda en la convulsionada Grecia, sus gobernantes han proclamado enfáticamente que los días de austeridad han terminado para la nación helénica, y que ya es hora de que el país deje de hacer los deberes a que fue “sometido” por la Unión Europea para que pusiera sus cuentas en orden y redireccionara su economía en profunda crisis, para enderezar el rumbo y retomar la senda del crecimiento.
Es así que el nuevo primer ministro griego Alexis Tsipras expuso las políticas de su gobierno en un discurso ofrecido el domingo, en el que rechazó firmemente la anteposición de cualquier medida de austeridad sobre el endeudado país por sus socios de la zona euro.
Tsipras también aseguró que su gobierno curará las “heridas” de la austeridad, cumpliendo así las promesas que formuló en su campaña electoral de dar comida y electricidad gratis a los más desposeídos, y recontratando a los funcionarios civiles despedidos como parte de las medidas que fueran incluidas en el rescate financiero.
En su primer gran discurso ante el Parlamento en calidad de primer ministro, dijo que es optimista todavía acerca de alcanzar un acuerdo con los socios de la UE sobre la deuda, así como como establecer un pacto transitorio para que su país no sufra las consecuencias de las medidas.
Sostuvo ante los parlamentarios que “el rescate fracasó. El nuevo gobierno no tiene justificación para pedir una ampliación, porque no puede pedir una ampliación de los errores”, elevando así su mensaje a los gobernantes de los países de la zona euro, que no ven con buenos ojos la vuelta de tuerca que promueve el nuevo primer ministro en su país, tras recibir miles de millones de dólares de asistencia. A cambio de la asistencia el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea han puesto como condición una política de austeridad que ha tenido como una de sus manifestaciones más notorias la eliminación de miles de puestos de trabajo en los organismos del Estado griego, así como una contención del gasto público, además de correcciones en medidas y políticas que se estaban implementando en el país del Mediterráneo.
Lo que ocurre en Grecia es ya una película que se ha visto recreada una y otra vez a través de países con regímenes voluntaristas, que han vivido años por encima de sus posibilidades, y como no producen suficiente riqueza como para mantener este nivel, “inventan” una calidad de vida a fuerza de endeudarse y patear la pelota para adelante, hasta que las cosas no dan más y luego se vienen los efectos traumáticos de ajustarse a la porfiada realidad. Es así que la deuda externa griega asciende actualmente al 170% del Producto Bruto Interno, lo que es lo mismo que 3 veces y media la producción total del país en un año.
La historia griega tiene mucho que ver con lo que ha sucedido también en forma simultánea en España e Italia, que sucumbieron a la tentación de un modo de vida que resultó imposible de sostener, y debieron en su momento encarar también políticas de ajuste muy severas, que fueron acompañadas de recesión, pérdida de ingresos y destrucción de empleos, de lo que todavía no han salido, porque a la vez han obtenido igual que Grecia una asistencia financiera enorme, con la contrapartida de compromisos que han cumplido, aún en medio de dificultades serias y costos políticos, naturalmente.
Es que la austeridad no es una medida simpática, pero los milagros en la economía no existen y no se puede salir de una crisis gastando más de lo que se produce, y mucho menos se puede vivir eternamente de esa forma.
Pero el nuevo mandatario griego llegó a este cargo con promesas de que las cosas iban a arreglarse sin mayores sacrificios y descartando la política de austeridad, es decir en ancas de promesas demagógicas y una visión ideológica que demoniza a los estados ricos europeos y los organismos internacionales, a los que sin embargo no se ha vacilado en acudir para obtener cuantiosos préstamos porque la situación no daba para más. O sea, exige que le den plata con la promesa que será bien desperdiciada y no tendrá retorno, y pretende que los países ricos acepten tan “generosa” propuesta sin chistar.
Tsipras ha asumido el riesgo de plantarse contra los países de la UE, y ejerce una especie de chantaje, porque se ha abonado a la tesitura de que aunque Grecia destierre las políticas de austeridad, no le sirve a la Unión Europea una debacle griega que terminaría arrastrando a otros países y afectando el delicado equilibrio del sistema que rige al bloque económico.
Es una apuesta de riesgo de quien tiene poco y nada que perder --más allá de su carrera política--, si las cosas no le salen como espera. En este tire y afloje, tampoco puede aceptar la UE que Grecia se salga del molde, porque se estaría ante un ejemplo de rebeldía que rinde sus frutos, y a la vez legítimamente otros países a los que se ha exigido –y lo han cumplido-- políticas de austeridad, con razón reclamarían por qué no se aplica a Grecia el esfuerzo que sí se pidió a España, Italia y Portugal, entre otros, para poder hacer efectivo el rescate. Sin dudas que para la Unión Europea no sería una buena cosa el dejar que la sangre llegue al río y abandonar a Grecia, como así tampoco aceptar que se deje sin efecto la austeridad e ingresar nuevamente en una espiral de gasto por encima de las posibilidades, todo bancado por Alemania, Francia y alguno más, en una suerte de esfuerzo liviano para seguir tirando, sin a la vez recomponer la economía malherida y sin inversiones en infraestructura para hacerlo sustentable.
El punto es que uno de cada cuatro griegos no tiene empleo y la austeridad no ayuda en un primer momento a superar este problema, más allá de la promesa de una lenta salida de la crisis, pero con un alto costo social. Igualmente, el nuevo gobierno griego, más allá de anatemizar la austeridad, debería reconocer que lo que está sucediendo en su país es consecuencia solamente de que se hicieron mal las cosas, y que hay historias que no deben repetirse.
Pero en cambio, Tsipras ya ha anunciado que recontratará funcionarios estatales, que aumentará el salario mínimo y otras medidas para las que naturalmente su gobierno tiene recursos, por lo que la gran interrogante se plantea hasta donde la UE consentirá medidas voluntaristas para salir de los problemas causados justamente por este tipo de políticas.
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