Paysandú, Domingo 22 de Febrero de 2015
Opinion | 15 Feb Este jueves se jugó en nuestro país, más precisamente en el Parque Central, un partido de fútbol correspondiente a la primera fase de la Copa Libertadores de América. Uno de los protagonistas era uno de los clubes denominados “grandes” del fútbol profesional, con un equipo chileno, en lo que fue el compromiso de vuelta entre ambos equipos por esta fase.
Hasta aquí nada de novedoso respecto a disputas que se dan año a año por este torneo internacional, más allá de los resultados, solo que en esta oportunidad el partido debió jugarse ante un estadio vacío de hinchas locales, en este caso del Club Nacional de Fútbol, cumpliendo una sanción impuesta por las autoridades del fútbol sudamericano debido a desmanes protagonizados por hinchas de esa escuadra en un compromiso internacional anterior, con un saldo lamentable de heridos.
Ocurre que en medio del partido de tribunas vacías, por esta sanción, el árbitro debió suspender unos minutos el encuentro porque el estadio se vio invadido por gas lacrimógeno, proveniente de las inmediaciones de la sede del club, como consecuencia de un enfrentamiento entre policías y parciales del club tricolor, quienes no tuvieron mejor idea que emprenderla a pedradas contra los funcionarios policiales.
La aglomeración de hinchas se manifestó, pese a la apelación de los dirigentes del club a que no concurrieran a las inmediaciones del estadio, de forma de no generar un conflicto que pudiera afectar nuevamente al club, lo que indudablemente no fue acatado y ni siquiera tenido en cuenta por quienes así actúan.
La reflexión sobre estos hechos trasciende la competencia deportiva, porque están en juego aspectos extrafutbolísticos que refieren indudablemente a una pérdida de valores por grupos que entienden que están por encima de toda autoridad y disciplina ni siquiera para defender aquello con lo que simpatizan.
No puede soslayarse que se trata de una expresión más de degradación de valores de la sociedad, en este caso seguramente potenciado por el consumo de drogas y bebidas alcohólicas, que hace que quien concurra a espectáculos y espacios públicos, deba pensarlo dos veces antes de arriesgar a su familia a quedar en medio de una refriega o sufrir agresiones, robos o arrebatos de barras que no responden a ninguna autoridad ni valor moral.
Esta reflexión involucra tanto espectáculos deportivos como otras expresiones deportivas y culturales, y nunca se sabe cuándo pueden llegar grupos de antisociales que copan lugares y estropean el sano intento de diversión y esparcimiento de familias, en cualquier espacio público.
Además, muchas veces se trata de menores infractores, a quienes no se les llama a responsabilidad ni se les sanciona y mucho menos procesa, ante una legislación permisiva, quienes además reciben el mensaje de que tienen luz verde para hacer lo que quieran, avasallando los derechos y la libertad de los demás, nada menos.
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