Paysandú, Martes 24 de Febrero de 2015

Alta inflación y riqueza comprometida

Opinion | 18 Feb Durante 2014 el aumento de precios en Venezuela, principalmente de los alimentos, se aceleró hasta alcanzar una tasa del 68,5 por ciento anual, consolidándose así como la más alta de América Latina, según cifras divulgadas esta semana por el Banco Central del país caribeño.
Este crecimiento fue considerablemente mayor respecto a 2013, cuando fue de casi 13 puntos menor, lo que indica que la distorsión que atenaza la economía de ese país se ha agudizado, mientras el presidente Nicolás Maduro se dedica a denunciar una y otra vez presuntas confabulaciones y complots desde el exterior contra Venezuela, principalmente acusando a Estados Unidos. De esta forma pretende disimular que los problemas no están en lo que hacen los otros contra Venezuela, lo que solo existe en su imaginación, sino en las políticas que se han aplicado en su país a través del socialismo bolivariano de su antecesor Hugo Chávez, quien por cierto ya había adoptado la conducción de un país enfermo, pero aplicando medidas que lejos de atender el origen de los desfasajes, los tiñó en cambio de populismo exacerbado que ha contribuido a agravar sensiblemente los males.
En este guarismo anual del 68,5 por ciento, el mayor crecimiento correspondió a los alimentos, que trepó al 102 por ciento, mientras el jueves comenzó a operar un mercado marginal de divisas que se inició con una tasa de 170 bolívares por dólar, casi 27 veces más que la cotización de la tasa oficial para importar alimentos y medicinas.
El mismo día el gobierno anunció un alza del 40 por ciento en las tarifas del transporte público urbano, donde además se utiliza la gasolina más barata del mundo, altamente subvencionada.
Asimismo, en la última semana también decretaron aumentos en los precios regulados del azúcar y la harina de maíz, de 47,6 y 53 por ciento respectivamente, que además fueron considerados insuficientes por los gremios industriales y agrícolas.
Claro, el gobierno venezolano considera o pretende hacer creer que no tiene nada que ver con este escenario crítico, y en cambio ha atribuido el salto en los precios a un plan “desestabilizador” de empresarios y políticos de derecha, afirmando que hay una “inflación inducida”, por los conspiradores que quieren sacar al gobierno “de la revolución”.
Pero, más allá de la teoría de las conspiraciones por las que el gobierno procura salvar su deteriorada imagen, economistas y analistas coinciden en que la política fiscal, monetaria y cambiaria del gobierno de Maduro, a través del financiamiento monetario del déficit, ha sido un factor que ha realimentado y potenciado la inflación venezolana, que tiene varios orígenes, incluyendo las expectativas negativas de los operadores y la propia población.
Los últimos meses han sido una sucesión de malas noticias para Venezuela a partir del estancamiento y posterior caída en picada de los precios internacionales del crudo, que Maduro ha intentado revertir en febriles negociaciones ante la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que acordó sin embargo seguir con la misma producción y por ende descartó una reducción, como pedía Venezuela, para tratar de recuperar la cotización de esta materia prima, que constituye nada menos que el 96 por ciento de sus exportaciones.
Y no se trata solo de que constituye el 96 por ciento de sus exportaciones, sino que toda la economía del país caribeño depende de las divisas que obtiene por el petróleo, porque con esta riqueza a lo largo de las décadas ha descuidado la creación de por lo menos un mínimo aparato productivo, aunque sea para atender producciones primarias básicas, como los alimentos, y nos encontramos con que al amparo de estos dólares por el mar de petróleo los venezolanos importan prácticamente todo lo que consumen, lo que ha sido a la vez un factor adverso, pese a la enorme riqueza petrolera, para conformar una economía autosustentable que no dependa exclusivamente del crudo.
Esta situación no es nueva, sino que ha existido desde siempre, durante todos los gobiernos, pero a partir del advenimiento del desaparecido coronel Hugo Chávez, a la vez de seguir dependiendo cada vez más del petróleo, se han incorporado subsidios para potenciar políticas populistas apuntando a obtener réditos electorales inmediatos, y conformando por lo tanto una base de apoyo sustentada en políticas asistencialistas, con distribución de recursos provenientes del petróleo, aunque siempre con serios problemas de disponibilidad, aún en los tiempos en que la cotización del crudo permitía generosos ingresos adicionales que hasta financiaron que Chávez derramara políticas solidarias en toda América Latina, amparadas en los petrodólares.
Los tiempos han cambiado, los escenarios también, pero el déficit en la economía venezolana, azotada por males crónicos, se ha acentuado, sin que Maduro se anime ni por asomo a cambiar la pisada de sus políticas voluntaristas, al seguir distribuyendo riqueza que no tiene, con una visión cerrada a la realidad, y sin que esté dispuesto a perder base popular por medidas necesarias de austeridad y de restricción de subsidios, para tratar de reducir el déficit del sector público que hace que el país se siga endeudando y no encuentre salidas posibles en el futuro inmediato.
Es decir que mientras Maduro pretenda endilgarle los problemas a los otros, a los que “conspiran” desde adentro y desde afuera contra su gobierno, su país no solo no va a estar en condiciones de encontrar respuestas en el corto plazo, sino ni siquiera de enderezar el rumbo para lograrlo en un futuro más o menos cercano.
Aunque siga esperando la multiplicación de los precios del crudo como salida milagrosa a una situación ya insostenible.


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