Paysandú, Domingo 01 de Marzo de 2015
Opinion | 25 Feb Fiel a su estilo, para bien o para mal, el presidente José Mujica ha hecho coincidir los últimos días en el cargo con reflexiones filosóficas sobre lo que es o debería ser el país, la región o el mundo, en su particular óptica de exrevolucionario de la década de 1960, pero con su posterior reconversión al sistema democrático que finalmente lo llevó a la presidencia con el voto popular.
Sin duda en el mandato de Mujica, como en todo gobierno, hay luces y sombras, y en su caso tiene el componente de ser un muy buen comunicador social para una buena parte del electorado uruguayo que sintoniza o gusta de su manera de ser informal, lo que ha sido fundamental para mantener su popularidad entre sus adherentes, y a la vez ha logrado transmitir una imagen particular al mundo en cuanto a su austeridad personal, que ha sido incluso tomada como ejemplo por varias publicaciones internacionales.
Pero una cosa es la proyección de imagen y otra la gestión de gobierno, donde el mandatario saliente ha hablado mucho, prometido bastante y hecho mucho menos. Y sobre todo ha sido el paladín de las contradicciones, sin que sin embargo se le pidan cuentas o hagan reproches por sus groseras incongruencias, con su personalidad impermeable a críticas que por mucho menos hubieran destrozado a otro presidente, y con justa razón.
Uno de los fracasos más rotundos ha sido el de la reforma del Estado, cuando por ejemplo había mencionado en su momento que el Estado uruguayo debería ser más o menos como el de Nueva Zelanda. En los hechos en lugar de promover una reforma en esa dirección solo cedió más poder ante los reclamos y presiones de los sindicatos de funcionarios públicos, aunque por supuesto más de una vez censuró la burocracia, la ineficiencia y la “cultura del sellito” en el ámbito del Estado.
En reciente reportaje concedido al diario argentino “Perfil”, ente otras reflexiones Mujica dijo que algunas medidas que impulsó, como la legalización del aborto en la Ley de Asistencia Reproductiva, su sucesor, Tabaré Vázquez, “por lo menos parece que las soporta”, a la vez que reconoció que “no hicimos esfuerzos serios en las transformaciones que necesita el Estado”. También criticó el funcionamiento económico de Venezuela y Cuba: “en Venezuela se metieron a nacionalizar estancias de cuarenta o cincuenta mil hectáreas, que hoy son la soledad, un páramo, no producen un carajo”, en tanto por otro lado “no puede ser que la revolución cubana lleve el montón de años que lleva y aún tiene dificultades para darles leche a los gurises, tiene que seguir importando”.
Sin embargo, el mandatario, pese a los cuestionamientos, no pudo con su visión ideológica y le condonó la deuda de 31 millones de dólares que mantiene con Uruguay el régimen cubano, en “compensación” por el apoyo cubano para las operaciones oftalmólogicas en nuestro país, y sin hacer mención a que la isla siga cerrada y no haya visos de apertura democrática en serio, más allá de algunas concesiones que no han podido disimular el carácter autoritario del régimen.
Tampoco ha habido una condena ni siquiera insinuada para el régimen de Nicolás Maduro, quien mandó encarcelar al alcalde de Caracas Antonio Ledezma, y ha metido en prisión a opositores y ha extendido la represión hacia quienes cuestionan a su régimen en todo el país.
Para no ser menos incongruente y a pocos días de abandonar su cargo el presidente José Mujica vuelve a arremeter contra el Poder judicial, amparado en esa suerte de impunidad popular que hace que sus exabruptos y contradicciones, el como de digo una cosa te digo la otra, pasen a un segundo plano y sus seguidores incondicionales le sigan idolatrando, con la condescendencia de los otros sectores de la población que no son afines con su modo de pensar y actuar.
Dijo al diario “Perfil” que “hablando de Justicia, Uruguay funciona con un sistema jurídico acorde con el pasado, pero no con los cambios necesarios en el presente. Si tú en el Uruguay le querés poner un impuesto a la tierra, la concentración de la tierra, te lo terminan declarando inconstitucional. Como en todo el mundo y siempre en la historia, la jurisprudencia fue pensada e instalada por las clases dominantes, las clases conservadoras”, a la vez de reflexionar que “nosotros hace rato que tendríamos que haber impulsado una reforma constitucional, porque si no cambias los instrumentos jurídicos después te encontrás con esas contradicciones, con un freno formidable”.
Por supuesto, Mujica se cuidó muy bien de no mencionar que en el tema específico del impuesto a la tierra, cuando los legisladores del Frente Amplio analizaban el proyecto en cámara, les fue señalado una y otra vez por expertos juristas, incluso de su partido, que la ley era inconstitucional, y no puede acusar a la Justicia por haber actuado conforme a lo que dice la ley, sino que es su responsabilidad y la del partido de gobierno el haber querido violentar la letra de la Constitución, nada menos.
Y las reflexiones sobre la Justicia y la clase dominante deja traslucir que todavía forma parte de su personalidad la visión del revolucionario de los años 60, pretendiendo llevarse por delante todo lo que no le simpatiza o no coincide con su manera de ver las cosas. Estas expresiones reflejan por lo menos un alto grado de resentimiento y de escaso apego a la democracia, pretendiendo trasladar hacia otras áreas la incapacidad de su gobierno de hacer las cosas dentro de la legalidad y con los instrumentos jurídicos que se dio el país a lo largo de su historia. Y lo que es peor, pretendiendo cambiar la Constitución para sentirse libre de torcer la ley a su conveniencia.
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