Paysandú, Domingo 01 de Marzo de 2015
Opinion | 27 Feb Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) publicados en 2014, Uruguay ocupa el primer lugar en América Latina en cuanto a la tasa de mujeres asesinadas por su pareja o expareja. La lista sigue en aumento, en tanto en lo que va del año murieron mujeres, dos hombres y un niño por violencia doméstica.
A ocho semanas de comenzado el 2015, el panorama es desalentador y muestra el lado oscuro de un problema cultural, con bases bastante más profundas que no solo se cimentan en la búsqueda de una solución a través de las jurisprudencia.
El Sistema de Naciones Unidas en Uruguay emitió un comunicado en las últimas horas que ha recorrido el continente y subraya su “conmoción” por las mujeres fallecidas bajo estas circunstancias e indica que los avances en la instrumentación de políticas públicas al respecto, no alcanzan para erradicar este flagelo. De acuerdo a la ONU, hace falta un “cambio cultural que asegure una verdadera igualdad de género”.
Tal como informara EL TELEGRAFO los resultados de la última Encuesta Nacional de Prevalencia de Violencia Basada en Género y Generaciones, destacaba que “siete de cada diez mujeres han vivido algún tipo de violencia basada en género en algún momento de su vida”. Esto significa más 650.000 afectadas.
Los expertos han señalado en reiteradas ocasiones que la imposibilidad de solucionar los problemas económicos que aquejan a una familia, se transforman en una fuente generadora de violencia. Sin embargo, la “bonanza económica” y las “nuevas oportunidades” existentes han dejado al desnudo la raíz de este mal.
La desvalorización del ser humano y la revalorización de otros aspectos materiales han hecho mella en las conciencias y los resultados se volvieron en contra. Las sociedades desatentas a un problema que contiene innumerables pedidos de auxilio antes de la tragedia, demuestra que todo va mucho más allá del “no te metás”.
“Una verdadera igualdad de género” parece una frase hecha por los gobiernos progresistas pero involucra mucho más. Requiere de sociedades comprometidas por el otro y que no sean fácilmente permeables a los discursos violentos que provienen desde diversos ámbitos y que acostumbran a dividir en dos mitades.
Esto --que también genera violencia-- amolda las formas de actuar y pensar frente a lo diverso y lo adjetiva hasta límites inimaginables. Por eso, las oportunidades de género --por sí mismas-- no pueden con el problema. Debe necesariamente recibir la ayuda de la tolerancia que emanará desde el poder político hasta el último ciudadano y no permitirá la confrontación ni el fogoneo continuo de situaciones que también generan violencia.
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