Opinion | 12 Mar Con extrema rapidez y ante planteo de urgencia del presidente Nicolás Maduro, la Asamblea Nacional de Venezuela analiza otorgar poderes especiales al mandatario para legislar por decreto, teniendo en cuenta que el lunes el sucesor del coronel Hugo Chávez adelantó su intención de solicitar al Parlamento, constituido en su mayoría por aliados, que apruebe “una ley habilitante” para responder a sanciones de EE.UU. en contra de funcionarios de su gobierno.
El suceso detonante lo constituyó el hecho de que el presidente estadounidense, Barack Obama, declaró a Venezuela como amenaza a la seguridad de su país y ordenó sanciones contra siete funcionarios venezolanos por supuestas violaciones a los derechos humanos y presuntos actos de corrupción.
Por su lado Maduro se paró en los pedales y acusó a Washington --al que viene involucrando en planes de golpes y magnicidios-- de haber dado “el paso más agresivo, injusto y nefasto que se haya dado contra Venezuela”, antes de anunciar que pediría poderes especiales.
“He elaborado una ley especial que me dé poderes especiales para preservar la paz, la integridad y la soberanía del país, ante cualquier circunstancia que se pueda presentar por esta agresión imperialista”, dijo Maduro, acompañado por el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, y hace pocas horas, en el Parlamento, agregó que Venezuela “debe prepararse para un ataque militar”, ya que “en todos lados donde EE.UU. ha aprobado esta ley ha entrado militarmente”.
Por cierto, la política de Washington nunca se ha caracterizado por su habilidad ni “cintura” para discurrir por los meandros de la política internacional ni las relaciones diplomáticas, y en este caso ha puesto de manifiesto una vez más extrema torpeza, al dar por el pito más de lo que el pito vale, y de alguna forma “justificando” la radicalización del régimen de Nicolás Maduro.
Las provocaciones de Maduro han estado claramente dirigidas a que la población se distrajera o dejara en un segundo plano los serios problemas internos y se uniera contra un presunto enemigo común externo, en este caso Estados Unidos, y a la vez generar mecanismos para endurecer la represión de su régimen autoritario, como ha sido el pedido urgente de gobernar por decreto, es decir prescindiendo del Parlamento y adoptando medidas de excepción, que mucho necesita para acallar los planteos de la oposición y de las organizaciones representativas de su país. Y Obama en cuatro palabras le dio a Maduro lo que este necesitaba tanto como el aire.
Por su parte legisladores opositores rechazaron los argumentos del presidente y dijeron que en realidad Maduro quiere asegurarse el poder para legislar ante un posible revés para su partido en las elecciones parlamentarias de este año.
“El gobierno está aprovechando esta situación con EE.UU. para solicitar una ley habilitante que ya tenían pensado pedir”, dijo Elías Mata, diputado opositor. “Y no tengo duda de que el gobierno busca los poderes especiales porque teme perder las elecciones”, agregó. Por otro lado en las últimas horas se ha agregado otra perla al largo collar de entredichos y desplantes del gobernante caribeño, al criticar con dureza al vicepresidente uruguayo Raúl Sendic --aunque sin mencionarlo--, por decir que no tenía elementos para asegurar que hubiera injerencia de Estados Unidos en la política del país caribeño.
Al mandatario no le gustó que un “amigo” del “sur” haya puesto en duda la amenaza norteamericana sobre su gobierno. “Un amigo en el sur, un gran amigo, que tiene un buen cargo en el gobierno, declaró que no le constaba la injerencia de Estados Unidos sobre Venezuela. Qué vergüenza esa declaración. Estamos agredidos, intervenidos, amenazados, y todavía hay gente que dice eso en América Latina”, comentó en clara alusión a Sendic, aunque sin nombrarlo.
“(Hugo) Chávez me decía: ‘Tranquilo, Nicolás, que el mundo está lleno de cobardes’. Cuando por allá salió un cobarde, a tratar de ganar indulgencia con los gringos”, sostuvo Maduro en cadena de televisión el lunes 9.
Sendic había manifestado el 3 de marzo en una rueda de prensa antes de asumir como presidente del Senado que no tenía “elementos” para “acompañar” a Maduro en la afirmación de que existen “injerencias externas” en Venezuela. “Ellos están hablando de injerencias externas. Nosotros no tenemos elementos para poder acompañar esa afirmación, pero sin duda que es un proceso que a todos nos tiene preocupados y lo vamos a seguir mirando con mucho cuidado”, dijo ese día el vicepresidente uruguayo. Pero incluso antes de haber sido tratado de cobarde, el vicepresidente uruguayo ya había se había minimizado sus expresiones, cuando en un tono culposo expresó en una entrevista que le hiciera El Observador el viernes 5 que en Venezuela ocurrieron “muchos intentos de desestabilización que se han pasado de la raya” por lo que “estamos siempre atentos porque hay muchas intenciones de desestabilización”.
Pero ocurre que quien padece delirios dictatoriales y se considera dueño absoluto de la razón, para además utilizarlo como escudo para sus errores e incapacidad para enderezar la situación en su país, requiere frecuentemente de presentar cabezas de turco y denunciar conspiraciones de los enemigos de la nación que se mueven en las sombras, para justificar sus frustraciones y reveses. En este caso, quien es objeto de su encono es el vicepresidente uruguayo, quien con toda lógica y a la distancia había manifestado no tener “elementos” para acompañar a Maduro en sus acusaciones, como no los tiene naturalmente la enorme mayoría de gobiernos y opinión pública de todo el mundo que observa con preocupación como Venezuela se va por el despeñadero.
De ahí que esta puesta en escena que viene del Caribe deba tomarse con pinzas y sobre todo ser evaluada en el contexto de una arremetida que busca chivos expiatorios y pretende arrastrar a una región a conflictos artificiales, dividiendo al mundo entre buenos y malos, para atrapar incautos y llevar agua hacia su molino.