Opinion | 12 Mar Lo que en algunos lugares parece verdadero, en otros falso. Lo que a unos sectores les resulta indudable certeza, a otros una mentira mayúscula. Lo que ocurre con la orden ejecutiva del presidente estadounidense Barack Obama que afecta directamente a funcionarios venezolanos en Estados Unidos, es un buen ejemplo. Por un lado, además de señalar que el régimen venezolano se encuentra entre los más corruptos del mundo, el gobierno norteamericano también ha manifestado su indignación con los continuos ataques verbales del presidente Nicolás Maduro y sus denuncias de supuestas teorías conspirativas. Es que Maduro ha acusado reiteradamente a Washington de estar detrás de presuntos intentos de magnicidio y golpes de Estado, aunque no ha aportado pruebas para sustentar sus denuncias.
Eso ha generado a favor de Maduro aliados regionales, entre ellos el cubano Fidel Castro, el ecuatoriano Rafael Correa y el boliviano Evo Morales. Para el sábado Maduro anuncia grandes maniobras militares en las siete regiones de defensa de todo el país y que, dijo, dirigirá “personalmente”, aunque él no es militar, sino chofer de ómnibus.
Pero no tonto, de eso no hay dudas, más allá que anda viendo pajaritos parlanchines por todos lados. Porque así como el año pasado pudo actuar por decreto en economía (y así le fue), con una ley que acaba de ingresar al Parlamento podrá hacer lo mismo en asuntos de seguridad nacional y orden público. Ya anticipó que iniciará una lucha contra los “quinta columnas” del Twitter.
Entre medio de este lío que evidentemente provocará un mayor deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela (que vende combustible en aquel país a través de la cadena Citgo, a la que muchas empresas ya no le compran), aparece Uruguay, y especialmente su vicepresidente Raúl Sendic. Maduro no anduvo con medias tintas y lo llamó cobarde.
Es que Sendic quedó a contrapelo del discurso conspiracionista de Maduro al indicar que apoyaba la no injerencia de otros países, pero que no tenía pruebas de que Venezuela estuviera amenazada por una agresión exterior. Uruguay ya protestó formalmente, pero Maduro ni se inmutó o quizás aún no recibió el último comunicado del pajarito.
En definitiva, no participamos ni participaremos en la contienda, más allá que el gobierno uruguayo defina apoyar al régimen venezolano, aun cuando no depende de su petróleo como es el caso de Cuba.
Maduro no afloja y redobla la apuesta, mientras su país se cae a pedazos, realidad que no pueden maquillar los defensores a ultranza del sucesor de Chávez.
En tierra estadounidense, los principales beneficiados podrían ser los venezolanos que emigraron. Como antes pasó con los cubanos y más tarde con los colombianos, estos podrían recibir algún tipo de asilo o residencia legal a los fugitivos del régimen chavista.
Esto, claro, recién empieza. Y cada cual se está sentando del lado de la historia que le parece.