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Paysandú, Jueves 19 de Marzo de 2015

Jóvenes

Opinion | 15 Mar El director más joven de un organismo del Estado se llama Santiago Soto, tiene 28 años y está al frente del Instituto Nacional de la Juventud (INJU) en la administración Vázquez. Este economista y politólogo trabajó en la estrategia por la Infancia y la Adolescencia en el Ministerio de Desarrollo Social hace siete años y a fines de 2009, concursó para obtener un espacio dentro del INJU que funcione como generador de información para instrumentar las políticas orientadas a su población objetivo.
En un país envejecido, dividido en dos mitades, mediatizado y con altos contenidos de violencia escrita a través de las redes sociales aparece este joven con una prédica tardía pero relevante. Soto apela a la necesidad de educar en los ámbitos formales y con espacios curriculares abiertos, acerca del uso de estas redes porque “la educación también es aprender dónde termina lo público y empieza lo privado”.
Su generación --acostumbrada a publicar viajes, fotografías de la familia o detalles de la vida cotidiana-- relativiza algunos hechos de violencia e inseguridad y los resultados son una sociedad que aprendió a ver la violencia en los “otros” antes que en “nosotros”. “Ese es un tema que está sobre la mesa en varios países y creo que vale la pena que lo miremos con atención”, dijo en una reciente entrevista.
En la misma línea se refirió al trabajo que desplegará desde el INJU, orientado al rol de los jóvenes ante problemáticas vinculadas al trabajo y la educación para minimizar sus frustraciones, habilitar nuevos espacios de participación en comunidades donde se dificultan los cambios de referentes y apeló a una readecuación de las dinámicas educativas a los nuevos tiempos.
Incluso fue más allá y consideró que el desafío es poner a los jóvenes “en el centro de la agenda desde un lugar positivo”, “como un actor político más”, en tanto no se apuesta al desarrollo “sin pensar en los actores que van tirando del carro”.
Su reclamo se orientó a “una sociedad tan envejecida como la uruguaya” que no le otorga el destaque que se merece. No obstante, los liderazgos están ejercidos por personas mayores de 50, 60 o 70 años, incluso casi 80 y esos personajes han sido posicionados por una franja etaria menor, atomizados por discursos que fogonearon esas brechas que hoy aparecen tan visibles.
Revertir esos mensajes será una ardua tarea que deberá comenzar a instalarse en la sociedad para cambiar, en primer lugar, el perfil que le asignan los referentes político-sociales y finalmente instarlos a participar activamente en la materialización de propuestas efectivas que mitiguen los riesgos, pero también los discursos.


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