Paysandú, Jueves 19 de Marzo de 2015
Opinion | 17 Mar Según indican los analistas, la depreciación del real frente al dólar sigue un camino persistente en Brasil, pero hasta ahora la postura del equipo económico brasileño ha sido la de “cruzarse de brazos” y dejar que las cosas sigan su camino, aparentemente sin intervenir, porque en definitiva esa es una buena forma de lograr mayor competitividad en los mercados internacionales.
Esta situación no es intrascendente para el Mercosur y menos aún para el Uruguay, que tiene en el Brasil uno de sus principales socios comerciales, y es el destino de buena parte de nuestras exportaciones, precisamente.
Mientras tanto, la Administración del presidente Tabaré Vázquez, con el Cr. Danilo Astori como conductor de la política económica, ya ha anunciado que adoptará medidas de ajuste ante la realidad que vive el país, sobre todo ante las dificultades en el mercado internacional, y ha anunciado que su gobierno llevará adelante una política de austeridad y de gasto criterioso de los recursos del Estado, lo que indica que se ha asumido la magnitud del reto que tiene el país por delante.
Pero no siempre se hace lo que se quiere, sino que las más de las veces lo que se puede, sobre todo en un país pequeño como el Uruguay, que tiene tanto condicionamientos internos como externos, es tomador de precios y de situaciones, y además tiene en sus costos internos el gran problema a superar.
Hay elementos que indican cuan acotado es el margen de maniobra en el Uruguay en los insumos que conllevan los costos más gravosos para los sectores reales de la economía, como los combustibles, y es así que ante una caída vertiginosa de los valores del crudo en el mercado internacional, el esquema de costos fijos por el peso del Estado en la economía, como señalábamos en reciente editorial, es de tal magnitud que si nos regalaran el petróleo, igualmente el valor de la nafta sería el mayor de la región.
No puede extrañar por lo tanto que deba tomarse con pinzas el “anuncio” formulado en febrero en comisión del Senado por el presidente de Ancap, José Coya, cuando dijo que “si los precios siguen así” en cuanto al valor internacional del crudo, es posible que Ancap disponga una nueva rebaja de los combustibles a partir de abril, al defender la rebaja de los combustibles decretada el pasado 7 de enero --3% en el caso de las naftas y 5,5% en el gasoil--, porcentaje que con justa razón ha sido considerado como ridículo y simbólico por la enorme mayoría de la población.
Coya “explicó” que la rebaja se determinó contemplando la composición de costos de Ancap y atendiendo al precio en que anteriormente compraba el crudo que se refinaba en el país, y sostuvo que para el ente, dados los distintos componentes del precio del petróleo, la rebaja para el ente implicó que por litro vendido le ingresan 8% menos para el caso de las naftas y 13% para el gasoil.
Los ajustes de tarifas de Ancap están asociados a una paramétrica que determina el valor del dólar y del petróleo, y si bien el precio del crudo sigue bajo, lo que ha variado es la cotización del dólar, que ha tenido una tendencia alcista en este verano. Ergo, la eventual rebaja de abril está por verse, sobre todo cuando el Estado tiene necesidad de recursos y mantener los precios de los combustibles es en los hechos un ajuste fiscal encubierto y de rápido cobro.
Además el ente necesita embolsar dinero extra porque está de por medio la necesidad de tratar de absorber por lo menos parcialmente el déficit de unos 160 millones de dólares que tuvo el año pasado, en parte por inversiones en las paraestatales como ALUR, más ineficiencias propias y costos de producción exacerbados.
Pero como contrapartida, están de por medio las necesidades de los sectores reales de la economía, y nos afiliamos a las reflexiones del analista Lautaro Pérez Rocha, en El Observador Agropecuario, cuando sostiene que “hay números que rompen los ojos y que muestran con clara evidencia nuestras dificultades para alinear la competitividad y sintonizar con lo que sucede en el mundo”.
En este sentido profundiza que a principios de año “el gobierno tuvo una gran oportunidad para ajustar algunos precios y tarifas y hacerlo a muy bajo costo, porque el contexto internacional y nacional lo permitía. Sin embargo, la línea fue contraria, optándose por ajuste encubierto y silencioso. Parecería que quienes determinan estas cosas no leen correctamente lo que ha sucedido en el mundo en los últimos meses”, incluyendo una baja generalizada de los precios de los commodities, y que “lo que hacen los países competitivos es ajustarse el cinturón, y rápidamente transmiten las señales de afuera al interior del país”.
Mencionó entre los factores que corroen nuestra competitividad “el precio del gasoil y de la nafta entre los más caros del mundo”, en tanto “el precio del gasoil en Chile ha bajado más del 30 por ciento en los últimos cuatro meses”, y a 0,7 dólares es la mitad que en Uruguay, en tanto en Nueva Zelandia es más o menos lo mismo, y en Brasil es el 35 por ciento menos que en nuestro país, al igual que la nafta.
A la vez en Uruguay el costo de la electricidad para una industria es 33 por ciento por encima de Chile y 15 por ciento más caro que en Brasil, al punto que mientras el costo de generación de UTE ha bajado y era posible rebajar las tarifas, se optó por aumentarlas para recaudar y contribuir al ajuste fiscal por la vía de lo que cobran las empresas estatales monopólicas.
Las devaluaciones monetarias son asimismo común denominador entre nuestros competidores o mercados de destino, y asoma por lo tanto una realidad que ha cambiado y no para bien, lo que indica que la conducción económica tiene por delante decisiones muy condicionadas entre la competitividad, la inflación y el déficit fiscal, sobre todo en un país en el que la experiencia indica que resulta prácticamente imposible evitar que la devaluación se traslade casi de inmediato a la inflación.
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