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Paysandú, Viernes 27 de Marzo de 2015

Aceptarnos para convivir

Opinion | 20 Mar Cuando Lucía Conde y Florencia Veiro se acercaron a bailar un tango en plaza Fabini (la del Entrevero) no soñaron con que serían protagonistas de un acto de discriminación que puso en el tapete el espinoso tema de los derechos de acción y de pensamiento.
No quedan dudas de que en un espacio público, como una plaza, y durante una actividad de convocatoria pública --como los bailes dominicales de la organización Yunta Brava-- no puede limitarse la participación a quienes bailen con personas del mismo sexo. Bailar no es un acto violento o que deba molestar a nadie. Buscar impedirlo es ciertamente un acto de discriminación en la medida en que se determina quienes sí y quienes no.
Lo mismo ocurre con el famoso “derecho de admisión”, aunque en este caso se aduce que se trata de ingreso a espacios privados. Aunque también es discriminatorio. Lamentablemente, aunque muchas veces no se asuma, la sociedad discrimina. A los altos, a los bajos, a los flacos, a los gordos, a los jóvenes, a los viejos, a los de derecha, a los de izquierda. En definitiva “a los otros”, a los que no son “gente como uno”.
Por algo simple: por un baile, el tema vuelve al tapete. Y está bien que la Intendencia de Montevideo haya suspendido el permiso para que se sigan realizando esos bailes en espacios públicos. Por esa razón, porque en el lugar que es de todos, todos podemos estar.
Ahora bien, se equivoca la intendencia capitalina cuando pretende que para renovar el permiso, los responsables de Yunta Brava deben concurrir a talleres de género. Deben, en definitiva, “reeducarse”. Esa actitud es tan discriminadora como la de impedir que dos mujeres bailen un tango en un lugar público.
La libertad de acción dentro de las normas de sociedad no puede desconocer la libertad de pensamiento, dentro del mismo ámbito. De hecho, es un derecho humano reconocido. No se trata de determinar si alguien con un criterio heterosexual que no reconoce como válido el homosexualismo está bien o está mal. Porque no está ni una cosa ni la otra. Tiene una manera de pensar, una convicción.
Lo que debe hacerse es respetar la libertad de acción de otras personas que, por su lado, pueden aprobar la homosexualidad o practicarla. Pero no tiene que convertirse para que la sociedad lo vuelva a recibir en su seno. Y eso es lo que pretende la intendencia capitalina.
Que cada cual piense como quiera y que cada cual aprenda a aceptar al otro como es. Ese debe ser el objetivo de todos. José Mujica, a principios de año, cuando aún era presidente, dijo que hay que soportar las diferencias y aprender a “convivir” con ellas, “sabiendo que nadie va a renunciar a lo que piensa y siente”.
No se trata de pensar iguales, se trata de respetarnos tal y cual cada uno es. Ahí estuvo el error de Yunta Brava. Ahí está el error de quienes quieren “reconvertirlos”.


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