Paysandú, Miércoles 01 de Abril de 2015
Opinion | 27 Mar Admitámoslo. Los aviones no se precipitan del cielo porque sí. La nave de Germanwings (propiedad de Lufthansa) que cayó el martes en Francia estaba en la parte más segura del vuelo, pero algo salió horriblemente mal y derivó en la muerte de 150 personas.
El vuelo 9525 de Germanwings que se dirigía de Barcelona, España, a Dusseldorf, Alemania, se realizó en un Airbus A320, una aeronave de amplio uso en la aviación moderna, similar al Boeing 737. Hay más de 3.600 de ellas en operación a nivel mundial, según Airbus, que fabrica versiones casi idénticas del avión: los A318 y A319, más pequeños, y el A321, ligeramente más alargado. De estos últimos hay 2.500 en los aires, además de los 3.600 del A320.
Los investigadores, en las primeras horas, se mostraron perplejos, pues el avión tiene un excelente historial de seguridad y no había inconvenientes en el vuelo, a la vista al menos.
La última posibilidad fue la que tristemente se convirtió en realidad. No fue un accidente, fue un asesinato en el aire, con la misma lógica de quienes detonan bombas colocadas en su propio cuerpo: ya que quieren morir, que no sea solos, que se “vayan unos cuantos conmigo”.
El copiloto Andreas Lubitz, de 28 años, de la localidad alemana de Montabaur es indicado por todos los reportes técnicos como el responsable de la muerte de las 150 personas a bordo. Quedó establecido que estaba solo en la cabina y activó los botones para accionar la caída del avión.
El comandante del avión había salido de la cabina y luego no pudo reingresar porque el copiloto trancó la puerta y luego accionó lo que se conoce como “fly monitory system”, el sistema de control de vuelo, para iniciar el descenso del aparato.
El transporte aéreo es por lejos el más seguro, pero sus accidentes --muy raros-- resultan en la inmensa mayoría de los casos mortales para todos los ocupantes de un avión siniestrado.
No obstante, no es la primera vez que un piloto toma la terrible decisión de estrellar el avión, arma poderosa si las hay, como quedó demostrado en los atentados a las Torres Gemelas, en Nueva York.
En una sociedad donde no es difícil pasar por situaciones críticas, parece que los humanos cada vez con más frecuencia tendemos a solucionar nuestros problemas poniendo fin a nuestra propia vida, pero en situaciones en las que otros --totalmente inocentes-- también la pierdan. Eso pasa, por ejemplo, en los atentados a centros de estudio en Estados Unidos. Y en catástrofes aéreas como estas.
Decir simplemente que los pilotos deben tener un seguimiento más estricto es no ver realmente el problema. Es la sociedad con sus urgencias, su locura cotidiana, la presión de obtener éxito que nos empuja a situaciones límite. Es como sociedad que debemos unirnos para reducir estos estados de alienación. Que, como se ve, provocan terribles consecuencias.
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