Paysandú, Domingo 19 de Abril de 2015
Opinion | 14 Abr Las expectativas respecto a la VII Cumbre de las Américas que se cerró el sábado en Panamá eran especialmente elevadas, teniendo en cuenta que suponía la primera participación de Cuba desde que fue suspendida en asamblea por la Organización de Estados Americanos (OEA) a instancias de Estados Unidos; pero naturalmente, las diferencias en las américas no se plantean a lo largo de los años solo por la cuestión cubana, con sus defensores y detractores, sino que ha involucrado conflictos que no han sido bien resueltos o que incluso todavía siguen vigentes.
Muchos de los problemas tienen un origen común, que es la política de Estados Unidos hacia la región, a la cual ha tenido generalmente en un segundo plano, que no ha sido su prioridad y en suma, desplegando políticas que han sido aprovechadas muchas veces por grupos de izquierda para señalarlas como factor exclusivo de imperialismo.
Últimamente, sobre todo a partir del retiro parcial del poder del exdictador Fidel Castro, y a la luz de aperturas parciales en las libertades restringidas en la isla caribeña, se ha logrado un acercamiento entre Washington y La Habana, pero en el caso de las américas, las esperanzas de que se concrete la centenaria idea de una región unida e integrada sigue en entredicho, con el agregado más reciente de la creciente tensión entre Venezuela y Estados Unidos.
Precisamente, el presidente venezolano Nicolás Maduro exige a Washington que derogue un controvertido decreto que califica a su país como una amenaza para la seguridad estadounidense, un reclamo que fue fervientemente apoyado por el cubano Raúl Castro y otros líderes latinoamericanos. “Es un decreto irracional, desproporcionado, yo no me creo este cuento (...) de que fue una declaración solamente”, dijo Maduro en su discurso en la Cumbre.
En tanto, la Casa Blanca insiste que la medida es un requisito para imponer sanciones sobre siete funcionarios venezolanos acusados de violar los derechos humanos. Obama incluso suavizó en los últimos días el significado de su decisión.
Este decreto de Washington es, sin duda una muestra más de la torpeza de la política exterior de Estados Unidos, que mediante esta iniciativa solo ha logrado dar argumentos a un Maduro que está encerrado en sus propios problemas por la inviabilidad del socialismo bolivariano, la corrupción en su gobierno y acuciado por la merma en el ingreso de divisas por la caída en los valores del petróleo.
Ergo, ha logrado en alguna medida fortalecerlo en su frente interno ante el “enemigo” común externo, lo que le es funcional a la eterna división que hace Maduro y muchos regímenes entre buenos y malos en el contexto internacional.
Igualmente todo indica que pese a subsistir diferencias, alimentadas muchas veces por mandatarios como Maduro, Cristina Fernández, Evo Morales y Rafael Correa, culpabilizando de sus propias limitaciones a las prácticas de Washington, no es posible seguir engañando a todos todo el tiempo, y en alguna medida con Obama al frente de su gobierno la Casa Blanca ha aprendido la lección y tratado de fortalecer lazos con América Latina y el Caribe, sin tratar de imponer sus propios argumentos.
El presidente sostuvo el sábado que su país “no será prisionero del pasado” con Cuba ni con la región, al mostrarse convencido de que si continúa el diálogo bilateral entre su gobierno y el de Raúl Castro habrá progresos pese a las “diferencias”.
Ahora, es notorio que en La Habana se está muy lejos de una democracia, y con Raúl Castro lo que se ha ganado es “maquillar” las graves limitaciones y la falta de libertades del régimen cubano, que se ha podido sostener por las políticas erradas de Washington, que mencionábamos, incluyendo el bloqueo económico, el cual La Habana utiliza como excusa para su caos interno, su desastre productivo y la pobreza de su población.
Hay algunos puntos en esta cumbre que deben ser tenidos en cuenta, más allá de que muchas veces lo que se dice en estos foros --así lo indica la experiencia-- vale solo por el momento y con valor meramente declarativo, pero que luego queda huérfano de hechos.
Así, Obama calificó la Cumbre, en la que estuvieron presentes los 35 países americanos y por primera vez Cuba, de “momento histórico” y dijo que el acercamiento entre EE.UU. y Cuba marca un “punto de inflexión” para toda la región.
“La Guerra Fría ya terminó”, dijo tajante Obama. “No estoy interesado en disputas que francamente empezaron antes de que yo naciera”, apuntó, al indicar que lo busca es “resolver problemas” trabajando y cooperando con toda la región.
El “giro” de la política estadounidense hacia Cuba “profundiza nuestro compromiso” con toda la región, según Obama, quien declaró que desde que llegó a la Casa Blanca en 2009 su propuesta ha sido la de mantener una relación de “socios” y de igualdad con el continente.
Hasta aquí las palabras, muy alentadoras ellas, como los enunciados, los presuntos compromisos, las buenas intenciones, las palmaditas entre presidentes, pero de ahora en adelante se abre la etapa de acompañar los deseos con la contundencia de los hechos, y para ello se requiere buena voluntad y disposición de ambos lados.
Y es en este punto donde la realidad obliga a guardar reservas, más allá de las expectativas y las esperanzas que, sin duda, todos abrigamos en cuanto a tener un continente con menos conflictos y diferencias, donde el diálogo genere salidas por encima de la retórica de confrontación y de corte ideológico.
Porque el bienestar de los pueblos debe estar por encima de toda otra consideración o interés sectorial o particular, de forma de deponer orgullos y fanatismos nacionalistas inconducentes, que siempre han servido como excusa para consolidar injusticias y frustraciones en nuestro continente.
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