Paysandú, Domingo 19 de Abril de 2015
Opinion | 15 Abr Cuando hizo la introducción a “Multi-Viral”, el último disco de Calle 13, Eduardo Galeano escribió que la vida se reduce al lapso entre los abrazos que reclaman el bebé al nacer y el anciano al morir. La vida, entonces, se reduce a los abrazos.
Ahora que ha muerto, es fácil expresar lo gran escritor que fue el uruguayo más latinoamericano. Porque después de todo, es cierto. Esa fina ironía que utilizaba al escribir, esa mirada cruel y despojada a su continente, esa defensa de los desposeídos y de los oprimidos, esa mirada descarnada a la América, como si tuviera las venas abiertas, así de sangrante.
Uruguayo y apasionado, pero al mismo tiempo dueño de casa en Argentina y ciudadano de América Latina. Morir tenía que morir Eduardo Galeano, ese rubio de ojos celestes que atrapaba con su voz, y también con sus pausas. No obstante, su poder de seducción mayor estuvo siempre en su literatura; es allí donde supo apasionar, sorprender, iluminar.
Quedan tantas cosas en sus libros, está tan vigente su inspiración, su búsqueda de la descolonización y de la liberación. Ya no vienen en carabelas los “Cristóbal Colón”, pero vaya si siguen viniendo, vaya si siguen colonizando.
Eduardo Galeano fue una voz y una pluma que se levantó en protesta y en lucha. En democracia como en dictadura, aquí y en América toda. No hay dudas, siempre hubo algo de utopía en su búsqueda de una sociedad mejor, pero no es posible llegar a ella sin la utopía, sin el sueño que parece inalcanzable.
La noticia de su fallecimiento tomó un poco por sorpresa, por decisión familiar se mantuvo oculto su estado de salud. Pero morir, moriremos todos, pues así ocurre desde el principio de la historia registrada.
Mas en el caso de Galeano (como también en el de Günter Grass, que falleció en las mismas horas), le hace una gambeta a la muerte, una futbolera escapada por la punta, contra la raya. Muere su cuerpo, queda su obra, esa que ha deslumbrado a las generaciones que han sido contemporáneas a su escritura y seguramente seguirá iluminando a las que están por venir.
Galeano, sin dudas, es un bien uruguayo, como el mate, la torta frita y la grappa. Y como cada una de esas cosas que siguen siendo discutidas porque hay otros países que defienden su paternidad, Galeano también es reclamado por América Latina toda, porque supo ser portavoz de todos los latinoamericanos.
En realidad, todo es como al principio, que también es un final: solo se trata de un gran abrazo. El de todos los países latinoamericanos unidos en el dolor ante su partida, pero al mismo tiempo unidos en la admiración a una obra sin par, que en buena medida en algunos temas profundamente humanos, políticos y económicos hizo repensar una realidad que nos había sido establecida.
Galeano ha muerto, pero a veces, la maldita muerte también se equivoca.
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