Paysandú, Domingo 19 de Abril de 2015
Opinion | 15 Abr La conjunción de menores rendimientos, debido sobre todo a la falta de agua en los momentos clave, y la baja del precio del producto en el mercado internacional, son factores negativos que parecen signar la cosecha de soja, el principal producto agrícola de producción y exportación del Uruguay, al haber superado en pocos años a tradicionales cultivos como el trigo, el girasol y la cebada, que hace no muchos años eran las explotaciones predominantes en la agricultura nacional.
Los rendimientos que se van apreciando en la cosecha de soja de primera permitirán, en el mejor de los casos, que los agricultores cubran los costos productivos, sin obtener siquiera un mínimo margen de ganancia. Muchos, incluso, perderán dinero en la explotación del cultivo más extendido en la chacra uruguaya, ocupando este año cerca de 1,4 millones de hectáreas, según evalúa un análisis de especialistas del agro para El Observador
A su vez la caída en los rindes, consecuencia de una persistente sequía que se ha dado en las principales zonas agrícolas del país desde hace ya más de dos meses, establecerá que en el caso de las sojas de segunda directamente no se cubran los costos de producción.
Como contrapartida, persiste la tendencia en el mercado a la caída del precio de la oleaginosa, que cotiza unos U$S 150 menos por tonelada en relación a lo que valía a esta altura de la zafra anterior. Es así que este lunes el indicador de www.agroterra.com.uy daba cuenta de un precio por la tonelada de soja (julio de 2015, Chicago) de U$S 351,3 (con una baja del 0,8% en relación a la referencia del viernes pasado).
Por supuesto, el mayor o menor rinde de una cosecha está dentro de los avatares de la agricultura, una explotación para la que hay millones de hectáreas adecuadas en nuestro país, pero sujeta a un clima cambiante que es precisamente el albur que corren todos los productores que dependen de las explotaciones del agro, en mayor o menor medida, incluida la pecuaria, pese a que el ganado resulta más curtido para resistir los embates de estas condiciones adversas.
Pero la regla en estos emprendimientos es el riesgo, es decir el poner en juego capital, inversiones, incorporación de infraestructura, tecnología, logística, fuentes de trabajo, rentabilidad, todo en uno, con márgenes que se han ido reduciendo en los últimos años, y no tanto por factores exógenos, sino porque el Uruguay tiene altos costos de producción, en energía, en insumos, en cargas sociales, en salarios, en servicios y con un Estado insaciable siempre buscando más y más recursos.
De todas formas, cualquier emprendimiento puede funcionar y hasta dar pingües ganancias si por factores coyunturales el valor del producto es suficientemente alto, por lo que vale la pena correr el riesgo y aventurarse a producir aun con todo el peso impositivo y de costos que se tienen en Uruguay. Pero cuando se trabaja en el filo de la navaja, como está ocurriendo en los últimos tiempos, el inversor pone en riesgo mucho, demasiado, y ya se pone en peligro la propia subsistencia de la explotación y con ella todo lo que la rodea, todo el esquema de apoyo al emprendimiento, con decenas y centenares de puestos de trabajo directos e indirectos en juego, aún de aquellas personas que ni siquiera sabían que dependían de la suerte de tal o cual cultivo.
Este mismo riesgo es precisamente lo que hace temer por la suerte de industrias locales como Azucarlito, entre otros emprendimientos productivos locales y de todo el país, que encuentran que los ingresos no compensan los costos fijos, y por ende el riesgo es demasiado alto respecto a lo que se pone en juego.
Es en este tipo de coyuntura, cuando no se corrigen los serios problemas estructurales que llevan a esta situación, que se pone en tela de juicio la real existencia de estímulos para el emprendedor, porque la incertidumbre le gana a la expectativa de rentabilidad, y se desestimula la inversión, la expansión, la toma de personal, la búsqueda de la excelencia, porque cualquier movimiento conlleva una jugada que determina que se pase a los números en rojo, sin ninguna certeza de poder salir si la situación persiste y el emprendedor se va descapitalizando.
Este escenario es el que tenemos en el Uruguay de hoy, por multiplicidad de factores, pero sugestivos en cuanto refleja una tendencia que se ha ido acentuando. El actor privado, por naturaleza, que sabe como viene la mano, se va adecuando a las circunstancias. Sin embargo sigue ausente en cuanto a responsabilidades un primer actor, que es el Estado, que no crea riqueza, sino que recauda a partir de que genera el inversor privado, para administrar recursos en base a políticas que bien o mal orientadas, tienen una cuota parte de burocracia, de incapacidad de gestión, de sobrecostos, de prescindencia.
Cuando la soja se paga a precios que no compensan los costos fijos crecientes, sobre todo para quien arrienda la tierra, cuando los exportadores con cierto valor agregado hace rato que están bailando en la cuerda floja, y los que producen para el mercado interno no pueden competir con lo que viene desde afuera, nos encontramos con que el emprendedor pasa del riesgo a las arenas movedizas, y siente que debe parar la mano, salvo que tenga vocación suicida.
Sin dudas es hora de que el Estado, el principal responsable de esta situación, cuyas empresas nunca se funden porque son monopólicas o siempre cuentan con el apoyo de Rentas Generales, donde tampoco hay desempleo, y el gobierno, que es el administrador de turno, ponga las barbas en remojo y se amolde a la situación, a cuidar y racionalizar el gasto, a generar condiciones en apoyo a quien crea la riqueza, en lugar de seguir mirando para otro lado y anatemizando a los que advierten que es momento de hacer algo antes de que las paredes y el techo se nos caigan encima.
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