Paysandú, Viernes 24 de Abril de 2015
Opinion | 22 Abr La historia de la Humanidad sostiene que los hijos fallecen naturalmente después que lo hacen sus padres. Y que los progenitores no dudan un instante siquiera si deben “jugarse” la vida para sostener o defender la de sus hijos.
La historia, también, permite descubrir que cuando el ser humano pierde la capacidad de razonamiento, comete las peores locuras, entre ellas las de cometer filicidio.
“No vas a ver más a tus hijos”, escribió un argentino llamado Juan Romero en un mensaje enviado a su exmujer diez minutos antes de estrellar el auto en el que viajaba con sus hijos --a los que no reconoció como tales en su último mensaje-- contra un camión que venía por la senda contraria.
Sí, ocurrió en Argentina, no en Paysandú. Pero, sin embargo, la locura no tiene nacionalidad. En su auto llevaba a sus dos hijos mellizos de 7 años. Uno falleció y el otro lucha por su vida; él está fuera de peligro, seguramente porque necesita de toda su vida para sufrir por lo hecho.
La violencia doméstica crece sin pausa, del mismo modo que las parejas divorciadas y las familias separadas. Por alguna razón, el ser humano es capaz de olvidar nada menos que el amor filial, el más grande, el esencial, el primogénito entre todos los amores. Por alguna razón, en algunos casos, la sed de venganza es más fuerte que el amor a los hijos.
Era solamente un padre que día a día levantaba a sus hijos por la tarde y los retornaba luego a su exesposa, madre de los niños. Era solo un padre asomándose a la vida de sus vástagos, compartiendo sus risas, mimando sus lágrimas, escuchando sus proezas infantiles.
Hasta que el monstruo del despecho se apropió de él, como Hulk de Dr. Banner. El amor puede morir, porque eso ocurre con las cosas que nacen, pero el producto de ese amor debe necesariamente mantenerse y crecer. No hay nada más sólido que la relación entre padres e hijos; esa sí que es para siempre (en términos humanos), o debería serlo.
Esta tragedia ocurrida cerca de Puerto Yeruá en Entre Ríos hace énfasis en la necesidad de continuar protegiendo a nuestros hijos de todo y todos, incluso de aquellos que dicen amarlos; incluso de nosotros mismos, porque también podemos ser víctimas de un momento de furia fatal.
Asimismo, se hace imprescindible que quienes deben velar por la sociedad, aplicando las leyes establecidas, actúen con mayor celeridad y dureza, porque en general, muchas veces una mujer denuncia acoso de una expareja y poco ocurre, hasta que sucede una desgracia que no tiene retorno. Es mejor pecar por exceso de celo, que tener que lamentar pérdidas de vidas inocentes.
El amor puede transformarse en odio y puede enceguecer. Corresponde a todos defender a los más débiles de esta sociedad, seamos jueces, policías o vecinos. Cuantas más veces alcemos nuestra voz de alerta, más ayudaremos a evitar tragedias como la que sucedió en la ruta 14.
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