Paysandú, Jueves 30 de Abril de 2015
Opinion | 24 Abr Durante la Administración de José Mujica el expresidente relanzó la idea, que data desde hace más de 100 años, de la construcción de un puerto de aguas profundas en Rocha, justificado en las limitaciones del puerto de Montevideo, que se han agudizado en los últimos años por una serie de factores, que incluyen la necesidad de mayor amplitud y profundidad de los puertos ante el aumento sostenido de la envergadura de los buques de ultramar.
Pero en este caso la intención del expresidente era conseguir una financiación externa, sustentada en la participación de Brasil y Argentina en el emprendimiento de forma que para Uruguay resultase prácticamente gratis, además de que la terminal sería funcional al proyecto de megaminería de Aratirí, que necesitaría sacar a ultramar decenas de miles de toneladas de hierro al año.
El problema es que nuestros vecinos son poco confiables y ciertamente la mirada regional no es su fuerte, sino que velan por sus propios intereses y sectores por encima del Mercosur, en este caso, y ello explica que un proyecto de aguas profundas haya sido recibido en teoría bien por Brasil --nunca se manifestó nada oficial, sin embargo, y ahora ha quedado aparentemente diluido-- y con indiferencia por la Argentina, que en cambio ha optado por hacer su propio canal en el Río de la Plata, abandonando el que utilizaba en conjunto con el puerto de Montevideo, simplemente porque Buenos Aires no tiene ningún interés en este emprendimiento logístico ajeno a su soberanía marítima.
Pero la mirada debería elevarse mucho más allá del corto plazo y los recursos con que hoy se cuenta para la apertura de una terminal de estas características, y sobre todo que el gobierno nacional se despoje de la mirada centralista que siempre tuvo y que es precisamente la que ha postergado una y otra vez que podamos contar con el puerto de aguas profundas en Rocha.
Ocurre que un puerto de ese perfil requeriría una inversión del orden de los mil millones de dólares, que es una suma considerable si se evalúa aisladamente, pero que no suena disparatada ni mucho menos en términos de porcentaje del Producto Bruto Interno (PBI) de nuestro país.
Pero sí hay resistencias provenientes del propio centralismo, por cuanto este reclamo histórico en realidad no se ha concretado porque colide con los intereses de Montevideo, hacia donde históricamente han convergido todas las rutas, las vías y prácticamente toda la infraestructura que se ha construido en el país.
Es que si dudas de prosperar un puerto de aguas profundas en Rocha, Montevideo se quedaría sin gran parte de las cargas que hoy capta artificialmente, teniendo en cuenta además factores como su ineficiencia crónica y el haber quedado constreñido en medio de la ciudad, con problemas en accesos y de “piso” para las cargas, en tanto sus costos serán aún más elevados desde el momento en que Argentina no aporte para financiar el dragado del canal que abandona Buenos Aires.
Desde el punto de vista histórico, precisamente, Montevideo nunca debió ser el “gran” puerto uruguayo, porque sus características naturales, que pudieron ser adecuadas para los paquebotes del siglo XIX, hace rato que han sido superadas por los requerimientos en calado e infraestructura de las agencias internacionales. Algunos visionarios ya lo habían advertido a principios del siglo XX, y es así que pensando en las necesidades e intereses reales del país desarrollaron el proyecto original para un puerto de aguas profundas en La Coronilla, que no necesitaría dragado y aún hoy podrían llegar los buques de mayor porte del mundo, para transformarse desde aquellos tempranos tiempos en un adelantado hub regional de cargas.
Y este escenario nos lleva a imaginar lo que hubiese sido de Montevideo si se hubiera construido el puerto de gran calado en Rocha. El Uruguay de seguro no sería lo mismo y sería posiblemente menos asimétrico, no tan macrocefálico, con rutas, vías férreas e infraestructura mejor distribuidas, por lo menos, con un Interior fuerte con peso económico y político para hacer frente a una capital cuya única razón de existir siempre ha sido alimentar la burocracia.
Por otra parte, en el pecado está la penitencia: si durante la bonanza de la que gozamos durante la última década, por la favorable coyuntura internacional, se hubiese priorizado o por lo menos atendido mejor la inversión en infraestructura, los recursos alcanzaban para construir el puerto y atender la recuperación y construcción de la red vial, lo que haría que el Uruguay fuese hoy más eficiente y generara menos costos a los productores y los sectores reales de la economía.
Pero hoy, con un escenario internacional más complicado, nos hemos quedado con menos ingresos, menos margen de maniobra y un significativo déficit fiscal, mientras que todo aquel dinero que ingresaba a manos llenas se evaporó, dejando al país sin las obras que necesitábamos para apuntalar al mentado Uruguay productivo y necesidades que han quedado sin satisfacer, de aquí hasta quién sabe cuándo.
El punto es que de todas formas necesitamos el puerto de aguas profundas, para que dentro de 100 años las próximas generaciones no se encuentren con que se perdió todo ese tiempo crucial para desarrollar el soñado hub de cargas del Atlántico sur de América, y con un puerto montevideano asfixiado dentro de la ciudad a la que sirve. Porque no es verdad que sin Aratirí no hay cargas para justificar un puerto de aguas profundas en Rocha; si éste se construye, es Montevideo el que no tendrá cargas.
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