Paysandú, Sábado 09 de Mayo de 2015
Opinion | 02 May Una realidad diferente en el contexto económico mundial, después de una década que favoreció el crecimiento económico en la mayoría de países América Latina, ha comenzado a dejar al desnudo situaciones distintas y poniendo de relieve quien más o menos hizo los deberes en la bonanza, y quien vivió solo el momento.
Hay una serie de aspectos en juego, pero sobre todo el común denominador en países con gobiernos de izquierda han optado por atender urgencias y problemas de hoy, que incorporar respuestas de mediano y largo plazo, sobre todo en soluciones estructurales que permitirían coyunturas distintas, como las que se avecinan, contar con instrumentos que atenúen impactos negativos.
Carlos Steneri analiza para el diario El País el escenario que asoma tras la década de bonanza por los altos precios de las materias primas y bajas tasas de interés, así como mercados internacionales receptivos, y da cuenta que las proyecciones de las entidades multilaterales de crédito, incluido el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), estiman para toda la región una desaceleración constante del nivel de actividad que confluirá en una senda de menor crecimiento que, entienden, permanecerá durante varios años. Se espera que el crecimiento sea similar a los promedios vigentes en los comienzos de este siglo, del orden del 3% anual.
Claro, para América Latina, que ha crecido por encima de este porcentaje en los últimos años, volver a estas tasas implica que se afronten problemas que hasta ahora se habían disimulado, y no puede extrañar que las urgencias tuvieran prioridad ante lo importante, con inmediatismos e ideologías de por medio. A efectos de no pagar costos políticos en las siguientes elecciones, se ha seguido pateando la pelota para adelante apostando a que el llamado de la realidad se postergara lo más posible.
Steneri indica que es imperioso conocer las causas de esa realidad para adoptar los correctivos necesarios de manera tal de escapar lo más rápido posible de esa suerte de retorno hacia un pasado que las grandes mayorías de nuestras sociedades pensaban que se había sepultado. “El dictamen duro de la realidad desmintió que se hubiese encontrado un nuevo paradigma de crecimiento regional, y confirmó que los ritmos de crecimiento extraordinarios correspondieron en su casi totalidad a un período extraordinario del crecimiento de la económica mundial. Una vez enfriado ese fuego motor, el crecimiento de la región refluye hacia sus cauces históricos. Y para algunos, esa marcha atrás es un camino cargado de riesgos, dadas las expectativas creadas por una bonanza que, posicionada en tiempos históricos, luce pasajera”, dijo.
Y estos riesgos, precisamente, son consecuencia de que los altos precios de los bienes de exportación y el bajo costo del financiamiento dada la alta liquidez global, no tuvieron en América Latina la contrapartida de cambios estructurales que mejoraran la productividad global, y no puede extrañar que transcurrido el ciclo mundial favorable el comercio comenzara a apaciguarse en volúmenes y precios. Los mismos problemas de antaño se traducen en ritmos de crecimiento que vuelven a su media histórica, y en este sentido el BID, al analizar en el período 2001-2010, la desagregación del crecimiento per cápita en cambios en la productividad total de factores (PTF) y cambios en los insumos de trabajo y capital, encuentra que apenas un poco más del 1% del crecimiento se debió a cambios en la PTF.
La región alcanzó un crecimiento per cápita relativamente alto debido a un aumento importante en el empleo, equivalente aproximadamente al 2%. Por otro lado, se observa una contribución casi nula del capital. Constata que gran parte del crecimiento logrado fue a través del aumento físico del empleo, el factor más abundante, seguido de aumentos de productividad (relativamente bajos) y un escaso aporte del capital. Es decir que el tipo de crecimiento corresponde al de estructuras productivas anquilosadas cuando se la compara con el de otras áreas que han logrado deshacerse de su condición de economía emergente, caso concreto de Corea, Taiwan y Finlandia.
Y en este contexto de materias primas con valores en descenso, en Uruguay --como en la mayoría de los países de la región-- la caída de ingresos por este concepto se proyecta en la economía, porque ya no es posible disimular las falencias estructurales que han quedado sin tocar durante la bonanza, lamentablemente, y como bien indica Steneri, estas falencias se traducen en una baja productividad.
Agotada su cantera de fuerza de trabajo disponible como fuente de crecimiento, con escaso ahorro doméstico para financiar un aporte masivo de inversión, a nuestro país no le queda otra que encarar políticas que permitan incrementar la productividad global, es decir producir más con lo mismo de siempre, o en su defecto, lo mismo por menos.
La falta de productividad hasta el presente fue disimulada por los ingresos excepcionales provenientes del exterior, pero ahora viene el llamado a la realidad, como en toda la región, con una diversidad de situaciones sí, pero con el común denominador de la imprevisión y los inmediatismos electorales, populismos y paños tibios, cuando se requerían medidas drásticas pensando en el futuro, ante la oportunidad de hacer menos traumáticas las reformas estructurales.
Pero el tiempo ha pasado, y la realidad también muestra que en rubros donde la actividad privada ha mejorado su perfil, e incluso mejorado productividad, se mantiene una logística deficiente en sus diversos modos, que aplica costos superiores al servicio que entrega como contrapartida efectiva, afectando la productividad global y por ende el crecimiento, en tanto el déficit en la educación lejos de revertirse, en muchos casos se ha acentuado. Los problemas subsisten, por lo tanto, las materias pendientes están pasando factura, y no por culpa de los de afuera, precisamente, y en este caso, tampoco se le puede culpar al neoliberalismo de los 90.
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