Paysandú, Domingo 10 de Mayo de 2015
Locales | 10 May Hoy es un día especial, de fiesta. La mente está ocupada esperando saber qué Partido gana el partido. Si tiene un rato libre siga leyendo esto que es largo. Si no, le aconsejo guardarlo y dejarlo para mejor oportunidad. Pero hágalo porque es algo de que los sanduceros no hemos hablado, y debemos tomar el toro por las guampas.
Se trata de atacar un gran tabú para los sanduceros y que bien podría llevar por título: “La cuestión Leandro Gómez”, y sobre lo que todos debiéramos reflexionar y actuar en consecuencia.
El 2 de enero de 2016 se cumplirán cronológicamente 150 años exactos de la caída Paysandú. Nuestra ciudad (como corresponde) no celebra precisamente la “toma”, sino la heroica defensa de la plaza. Cuando se cumplieron 100 años, los sanduceros realizamos grandes actos. Está marcado en la retina de quienes tuvieron la suerte de vivir aquel año 1965, y registrado en diarios. Visitas de prestigiosas personalidades, gran desfile, muestras, homenajes, etc.
¿En qué situación nos encuentra ahora la realidad? En una vergüenza. A 150 años de la heroica defensa (reconocida por tirios y troyanos) el tema del mausoleo es la miga barrida debajo de la alfombra, es el escabroso asunto que nadie habla y nos hacemos los distraídos. Eso se llama falta de ganas o desidia, aquí y en la China.
¿Falso?… ¿Qué hemos hecho hasta hoy? Hablemos claramente de lo que no nos hemos animado a hablar, y pasemos lista…
En 1984 vivía entre nosotros un tal “Goyo”. Este Goyo moderno se decía blanco; pero no andaba revoleando el poncho en las cuchillas. Revoleaba sí la lengua para afirmar que en Uruguay no había desaparecidos, entre otras “cualidades” personales.
Un buen día a este funesto personaje se le ocurrió homenajear a su “héroe” y no tuvo mejor idea que profanar su tumba, robar sus restos y trasladarlos a donde él (y solo él) entendía debían reposar. Todo el mundo sabe que los restos de Don Leandro estaban donde estaban (en su ciudad natal, y con su familia) porque así lo quiso él y lo dejó bien establecido. Pues, a este caprichoso gobernante elegido por nadie, poco le importó la voluntad del “homenajeado” y la lógica defensa que de ella ejercieron sus familiares. Él quería tener su momento de gloria, su gran obra para la eternidad, y la hizo, sin consultar a nadie (para ser coherente con su manera de actuar). Y los sanduceros no pudimos impedirlo... (¿no pudimos?)… La sociedad se opuso a la “genial” idea. Pero siendo exactos, con poca fuerza.
Con el paso del tiempo, todos nos convertimos en cómplices de la “gran obra gregoriana”. Nos empezó a gustar eso de tener una grande y linda estatua de Leandro Gómez en el centro de la plaza, con mausoleo y todo (¡Como en Montevideo! ¡Qué lindo! ¡Qué importante era nuestra ciudad!)…
Protestamos por la arbitraria destrucción de una fuente, ¡pero no por la profanación de una tumba!… Nos pasamos, realmente nos pasamos de distraídos. Podríamos hacer un libro con esta historia, y bien titularlo: “Robarás las botas de los muertos”.
Vayamos al grano y, en vista de que lo que pasó pasó, y lo que no pasó no pasó, volvamos a preguntarnos cómo y dónde estamos parados hoy.
Tenemos un mausoleo inútil, decorado con lindas manchas de humedad; con un recinto central para urna, vacío; con una urna depositada “temporalmente” en un Batallón (que no sabe qué hacer con ella, ni hasta cuándo); en la que no se sabe qué hay, si es que hay algo todavía; un Museo de la Defensa (así dice el cartelito de la entrada) para orgullosamente mostrarlo a los visitantes… cerrado con un buen candado en la reja. Somos geniales. Dios nos ampare.
Olvidemos el “detalle” de la eterna duda de si los pocos huesos que estaban allí eran de Don Leandro. Supongamos que sí, para que todo lo hecho desde 1984 a la fecha tenga algún sentido. Si no, estamos todos o locos o tontos, o las dos cosas.
No nos alcanzó la inteligencia ni el coraje para --una vez recuperada la democracia-- haber devuelto los restos a su lugar. Sano y maduro es reconocerlo. ¿No era que había que reparar todo el daño hecho por la dictadura cívico-militar? ¿O será que nos gustó la idea y nos quedamos callados?
Lo cierto es que por acción o por omisión, decidimos quedarnos quietos. Si al menos hubiésemos cuidado el lugar, no estaríamos hablando de esto ahora. ¡Y pensar que nos espantamos e indignamos por la “rapidez” de los investigadores y la justicia, porque ya van cuatro meses del crimen de una jovencita en una playa y no se sabe nada aún!… Entonces, salgamos corriendo despavoridos porque aquí van años de varios robos y ni idea todavía de quienes fueron los autores. La madre, el monumento a perpetuidad, la pistola, los huesos, el sable… toda la ciudadanía quiere conocer a los sagaces e intrépidos cacos. Pero no hay mago que los descubra. A esta altura cualquier bien nacido y pensado puede suponer --sin maldad-- que no se ha querido saber o no se ha sabido saber. En cualquier caso tiene razón.
Volviendo a lo que hemos llamado “La cuestión Leandro Gómez”, nos aferramos a una idea, que vale analizarla.
Dicen (y uno cree) que lo único que no tiene solución es la muerte. Pero parece que estamos errados. Hay dos cosas que tampoco la tienen: la humedad y la seguridad del mausoleo sanducero. Al menos, 30 años de cruda realidad demuestran que es así.
Estamos planteando matar el perro para eliminar la rabia. No tener el mausoleo sería mejor que tenerlo sin urna, mojado y cerrado.
Pero no hagamos lo mismo que el dictador Álvarez. No pensemos que somos dueños de la verdad y concretemos nuestro capricho en un chasquido de dedos. Ya que no tenemos problema en votar a cada rato y además nos encanta la democracia participativa y directa, hagamos un pay-plebiscito.
Sí, una consulta para los sanduceros solamente. Con tres boletas, que pueden ser verde, amarilla y marrón (colores adecuados para no pisar ningún callo).
La primera: por dejar todo como está. Seguir en estado permanente de babia y que la urna siga siendo una papa caliente que nadie quiera tener. Y cuando venga un turista, en la plaza, parado en la escalera que lleva hacia la nada, le contemos: “había una vez un mausoleo con una urna, y bla, bla, bla…”
La segunda: repararlo. Si hay que usar alguna técnica extraterrestre, hagámoslo. Y volvamos a colocar la urna y reinauguremos el Museo de la Defensa comprometiéndonos a mantenerlo como cualquier ciudad del mundo y sus alrededores lo hubiera hecho: (y no lo hicimos) o sea, con limpieza, seguridad y respeto.
La tercera: Cortar por lo sano, aunque duela. Lo tapamos. Y dejamos a nuestro héroe en la plaza por la que dio su vida, pero mejor ubicado, junto a los demás que también dieron su vida, al lado del monumento a los Defensores, sobre calle Florida.
Y así encaja todo en su lugar: Leandro Gómez junto a quienes se inmolaron por la libertad; sus restos en su legítima tumba del Central de Montevideo (sus familiares ¡y él mismo!, contentos); el Museo de la Defensa “defendido” de las humedades en un lugar más adecuado; la democracia reparando las macanas de la dictadura…
Y más todavía. Si juntáramos tan solo el 1% del coraje que mostraron quienes se defendieron hasta con piedras, podríamos ser un poco más audaces y volver a tener orgullosos el primer monumento del país en el centro de nuestra plaza. La señora “Libertad” estaría muy contenta. Los sanduceros que inauguraron el monumento en 1859 (si vivieran), estarían orgullosos, ni que hablar…
Los visitantes pasarían horas en nuestra plaza escuchando historias, que les contaríamos los lugareños; los directores de Turismo, chochos por el éxito del nuevo rubro “turismo histórico”… y todos felices comiendo perdices.
Un plebiscito por una única vez. Que defina un tabú interminable. Nos tomamos un tiempo para discutir, estudiamos, nos sinceramos, y votamos. Así de simple y efectivo. Los nuevos gobernantes que surjan hoy de las urnas, deberían hacerlo. Por respeto a nuestra sagrada historia y a nuestro esperanzado presente.
No es pedir “sangre, sudor y lágrimas”. Es apenas actuar con responsabilidad y seriedad, como Paysandú se merece.
Si Belvisi dejó la intendencia saneada, si Larrañaga también, si Lamas también, si Pintos también, y si Bentos también, entonces “problema de plata” no habrá para cubrir el costo de una obra que no debe ser tan alto, comparado con otras. Acción en serio y un poco de coraje es todo lo que se pide. Cosa que no hicimos antes, pero llorar sobre la leche derramada es tarea inútil, y siempre se está a tiempo, cuando se reconocen los errores.
¿Pay-Plebiscito entonces? El soberano tiene la palabra. Que sea el voto que el alma pronuncie, para solucionar una “cuestión” sanducera interminable, de una buena vez por todas. Sanducero preocupado
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