Paysandú, Miércoles 13 de Mayo de 2015
Opinion | 13 May Karl Marx aseguraba que cualquiera que creyera en Dios debía tener un desorden mental que causaba la invalidación del intelecto. Sostenía que era solo una creación del estado burgués y del sistema capitalista. Tanto uno como el otro no son, según Marx, esencias de la religión, sino que son religiosos, y la única manera de acabar con esto, según su teoría, es a través de la dictadura del proletariado, pues una vez que este tenga el poder, no habrá más alienación y por ende tampoco habrá necesidad de crear un dios todopoderoso situado fuera del hombre.
En el mundo, una de las pocas naciones comunistas que aún existen es Cuba, tal y como lo establece en su propia Constitución, específicamente en el artículo quinto. Esto viene a cuento porque, el pasado domingo, el gobernante cubano Raúl Castro fue recibido por el papa Francisco. Toda una sorpresa sin dudas. Pero más sorpresivas resultaron las palabras de Castro al final de la audiencia, quien dijo que se sintió tan impresionado por el pontífice que seguramente volverá “a rezar y a la Iglesia”. Y la sorpresa se basa porque con esa frase que pronunció en Roma despojó al Partido Comunista, a “la vanguardia del proletariado”, de uno de sus pilares ideológicos: el ateísmo.
Del otro lado, el papa Francisco podría aprovechar esta nueva postura del régimen cubano y pedir más terreno para la práctica del catolicismo en la isla. También, cuando visite Cuba en setiembre, deberá preocuparse de que no haya otra ola de arrestos como la que sufrió la disidencia cuando el papa Benedicto XVI visitó la isla en marzo del 2012. En aquel momento, la policía cubana efectuó 1.158 detenciones de carácter político, mayormente para evitar que los disidentes se reunieran con el pontífice. Entonces, algunas integrantes de las Damas de Blanco fueron arrestadas y encarceladas por unos dos años.
Pero más allá del discurso oficial contra la religión, Cuba nunca dejó de ser un territorio de creyentes, aunque durante años fueron objeto de discriminación y persecución. Quizás este reconocimiento de Castro no es otro que uno mayor, el de aceptar indirectamente la derrota de su discurso ateo ante la devoción religiosa de gran parte de la sociedad cubana.
No quedan dudas de que la historia de la Humanidad ha ido cambiando y que las ideologías, del mismo modo, se han transformado. Lo que los pueblos piensan y defienden también. Por tanto, debe aceptarse que la retórica oficial cubana pueda transformarse. La religión parece que ya no es el opio de los pueblos, tal como pensaba Marx, después de todo --como cada ser humano-- hijo de su tiempo, del siglo XIX. Probablemente por eso, Castro justifica su postura de volver a la iglesia. Y rezar.
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