Paysandú, Miércoles 10 de Junio de 2015
Opinion | 10 Jun Por estas horas la comunidad aún está conmovida por la noticia de la violación de un niño de tan solo cuatro años en una vivienda de la zona Norte de la ciudad. El culpable fue detenido, procesado y está preso. Pero la aberración sigue golpeando fuerte en toda la comunidad. No obstante --y eso habla muy bien de los sanduceros--, nadie ha siquiera soñado con demoler esa casa, porque allí se cometió algo tan deleznable.
En la noche del 17 de julio de 2013, un grupo de personas, entre ellas algunas damas menores de edad, se reunieron para una fiesta en la cual, luego se comprobó hubo drogas y abusos sexuales --aunque en ningún caso al extremo de una violación-- en la “Casita del Parque”. La Justicia actuó de inmediato y hubo procesamientos, entre ellos el del entonces secretario general de la intendencia.
Hasta ahora, el inmueble no ha sido reabierto, después que en agosto de 2013 fuera cerrado “temporalmente”, precisamente por los hechos ocurridos.
Pocos días atrás, en EL TELEGRAFO, el intendente electo Guillermo Caraballo aseguró que tiene la intención de demoler la “Casita del Parque” y en su lugar construir un edificio nuevo. Sostuvo que no quiere que se siga hablando de aquel episodio y que quiere evitar que el lugar sea un sitio donde se toman fotografías que luego provocan escarnio a toda la ciudad.
No obstante hay, por lo menos, un grave error de apreciación en lo que expresa el intendente electo. La “Casita” es un inmueble, no es un protagonista ni mucho menos. No tiene lógica destruir un inmueble porque en su interior han ocurrido episodios vergonzantes, aberrantes o terribles. Un inmueble donde también pasaron cosas muy buenas, con mucha historia en sus ladrillos.
Seguir adelante con una idea tan radical que ni siquiera Los Shakers (con su famoso “Rompan todo”) habrían imaginado, es desconocer que nada termina con simplemente destruir un edificio. No podemos ser como sociedad tan ingenuos como para pensar que con esa acción se terminará con la prostitución de menores, con el abuso sexual o con otros males.
Entonces, si lo que verdaderamente el nuevo gobierno busca es hacer del lugar un gran monumento a lo que “ellos” hicieron allí, no necesitan demoler el inmueble y si es tanta la motivación, hasta pueden construir un gran obelisco al lado adonde ir a depositar una ofrenda floral cada 17 de julio, en recuerdo de los aberrantes hechos de 2013.
Pero la propia “casita” nada tiene que ver ni debe ser demolida, porque su construcción no está en peligro de derrumbe y porque es patrimonio de la ciudad. Tanto o más que un Cine Astor cuyo edificio --que nunca fue siquiera lujoso-- hoy está en ruinas; o que un árbol del Teatro de Verano “Eduardo Franco”, cuya remoción produjo tanta indignación en algunos y motivó la destitución de un director municipal. Lo es pese a que --hasta ahora-- ninguno de los defensores del patrimonio sanducero ha dicho “esta boca es mía”.
La “casita” fue construida en los años cuarenta por Pereira y Compañía, dueña de la tienda por departamentos París-Londres para el guardaparque y luego donada a la ciudad. Contra el arroyo tenía un murallón, una escalera de piedra y una explanada en lo que fuera un lago artificial, formado por una pequeña represa aguas abajo, todo lo que creaba un hermoso paseo a orillas del Sacra. Precisamente en la edición de ayer uno de sus hijos del funcionario a cargo del parque declaró a EL TELEGRAFO --con muy buen criterio-- que el inmueble “no tiene la culpa”. Y no, no la tiene. Y si, si puede ser usado para otros fines, tan bien intencionados como el que el intendente electo le quiere dar a un nuevo edificio que quiere construir sobre las ruinas de la “casita”.
La “casita” fue un legado a la ciudad y está en condiciones de uso, más allá que deba ser reparada. Ha sido reparada en otras oportunidades así que bien puede volver a ser reacondicionada. Y si no es lo suficientemente grande para los fines que se quieren dar al lugar, entonces sí, se puede construir un inmueble adicional, sin por eso perder el que ya tenemos, el que tiene historia, el que es parte del patrimonio sanducero.
No tiene defensores a la vista; se prefiere callar antes que defender lo que es de todos, pero se hace necesario llamar la atención sobre el tema, quizás en busca de la reflexión del intendente electo. Probablemente su decisión no se tomó con la debida consideración de todo lo que implica, debido a la enorme cantidad de temas que tiene que definir. Y probablemente, al poner el asunto en el tapete, llegue el momento de repensar lo que ya se ha definido y de tomar una decisión diferente.
La “casita” una noche fue sitio de lujuria y drogas, pero también puede ser sitio de muchos días de esfuerzo en beneficio de la mujer y de la familia en problemas. Un centro que atienda los problemas domésticos allí puede funcionar sin inconvenientes. Instalar allí un espacio de esas características sería algo así como un acto de exorcismo, para poner en fuga a los malditos demonios.
Si debe destruirse la “casita” por aquella noche de triste recuerdo, pues a no quedarse solo allí, porque en Paysandú --como en absolutamente cualquier otra ciudad del planeta-- hay otros inmuebles en cuyo interior se produjeron actos viles. Habría que tirarlos abajo también siguiendo ese criterio.
El intendente electo es sanducero, bien y buen sanducero. Seguramente por eso, como les ha sucedido a tantos otros que nacimos o vivimos en este suelo heroico que tanto orgullo nos provoca, ese rechazo visceral, esa furia por la vergüenza ajena y totalmente inmerecida. Quizás también por eso la decisión de romper todo, demoler piedra por piedra y sobre los escombros construir otro edificio, inmaculado. No sería un acto digno, porque la “casita” es de todos más allá de una noche que generó tanto escarnio. Renovarla, darle un destino que nos dignifique a todos y mantenerla para las generaciones que vienen como el legado que nos viene desde el siglo pasado es el camino. Hacia él hay que ir. Ahora que se está a tiempo.
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