Paysandú, Sábado 13 de Junio de 2015
Opinion | 07 Jun Hasta el 9 de junio se desarrollará en Punta del Este, la 12º Reunión de las Partes o COP 12, de la Convención sobre Humedales, donde Uruguay asumió la presidencia por tres años.
Esta convención, denominada Ramsar, es un convenio intergubernamental enfocado a la conservación de estos espacios y fomento del uso racional de los recursos naturales.
Bajo el eslogan “Humedales para el futuro”, los participantes asisten a eventos paralelos acerca de temas globales, con circuitos de visitas y adhesiones de compromiso. En Uruguay, hay al menos 300 mil hectáreas de terreno protegido y en los últimos tiempos se incluyeron los humedales del río Santa Lucía, tras la preocupación gubernamental y comunitaria del estado de la principal fuente de agua potable de la zona metropolitana.
Es la decimotercera área que pasa a integrar el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP), --tras la inclusión de la Laguna Garzón y los Montes del Queguay-- donde se gestionan y monitorean los cursos, enmarcado en un momento de cruces polémicos por el estado de los recursos hídricos a raíz de la contaminación en cuencas productivas.
El medio ambiente como un derecho humano y la biodiversidad como valor patrimonial, interpelan sobre un estado de situación que atraviesa por dificultades, en tanto no se definieron sus soluciones en políticas de Estado que requieren una mirada conservacionista, a pesar del paso de los gobiernos.
Y no es un problema solo de Uruguay. En los últimos 300 años, el 87% de los humedales existentes en el planeta han sido degradados y el 90% de los desastres son causados por peligros relacionados con inundaciones o sequías. Esta preocupación se plantea durante la presente convención, donde se buscará a través de sus conclusiones, una mayor respuesta presupuestaria y social.
Las megaurbanizaciones, la producción y el turismo no sostenible conforman el caldo de cultivo que pone en peligro a los humedales. Los monocultivos y la expansión agrícola --de la mano de la soja-- generan pérdidas en los servicios que proveen estos ecosistemas, tales como la filtración de las aguas que transitan en mejores condiciones hacia los ríos o arroyos.
Es, además, la combinación que aporta a un cambio climático que llegó para quedarse y profundizarse, hasta demostrar que las brechas sociales y económicas, también subyacen en las superficies, al tiempo que ponen en peligro la soberanía de las comunidades aledañas.
Incluso esa falta de planificación actúa en desmedro de las labores activistas o voluntarias y no ponen su atención en el grave deterioro que causará en las vidas de las próximas generaciones.
El caso uruguayo sostiene realidades diferentes. El 12% del territorio se integra por humedales con dispar estado de conservación, mientras las comunidades reclaman soluciones al gobierno para mejorar el estado de algunos espacios concentrados en el área de mayor densidad poblacional y productiva.
Décadas de trabajo llevó enmendar el error de las generaciones anteriores que buscaron su desecación para aumentar las zonas de pasturas o plantíos. Sin embargo, en manos de las actuales se encuentra el desafío de transformar el presente con sabiduría para legar un mejor futuro.
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