Paysandú, Viernes 03 de Julio de 2015
Opinion | 01 Jul No es fácil situarse en la perspectiva del significado que reviste para la empresa periodística, pero mucho más lejos aún, para Paysandú, para el país y la región, que hoy EL TELEGRAFO celebre sus 105 años de existencia, cuando sus fundadores, Miguel A. Baccaro y Angel Carotini se lanzaron aquel 1º de julio de 1910 a la aventura de contar con un medio para hacer de su pluma un instrumento de lucha por ideales que siguen vigentes aún hoy, por cierto, pese a que en la sociedad hay valores que han cambiado y no siempre para bien.
El tiempo, que todo lo puede, ha dado la razón con creces a los visionarios que en aquel entonces buscaron su lugar en la lucha por un Paysandú mejor, por su gente, por el desarrollo de emprendimientos que generaran empleo para los sanduceros, pero a la vez para trascender las inquietudes lugareñas haciéndolo por una región pujante, que por su ubicación estratégica ya perfectamente identificada en aquellos años tenía enormes perspectivas, que con el paso de las décadas se confirmaron.
Corresponde situarnos en aquel Paysandú joven, en aquella ciudad con apenas algunos miles de habitantes, que no hacía muchos años había vivido el holocausto, su destrucción por el sitio y martirologio de sus defensores, para pasar luego a ser además testigo y protagonista de las cruentas guerras civiles que asolaron nuestro país.
Eran tiempos de construir los pilares del desarrollo, pero también días turbulentos, en los que era fundamental cerrar heridas sin conculcar libertades y por el contrario, contribuyendo con la pluma y la defensa de la libertad de expresión a construir la tolerancia y la paz para asomar al mundo civilizado de entonces.
Lamentablemente, en ese mundo civilizado se desataron dos guerras mundiales, que fueron atenta y dolorosamente seguidas por los sanduceros desde las páginas de EL TELEGRAFO, como así también hubo de transmitir la enorme alegría de la firma de los armisticios y el advenimiento de la paz.
Mientras tanto, Paysandú y el Uruguay todo fueron recibiendo olas migratorias de gente que se integró al trabajo, y fueron materia prima del crisol de razas, de religiones, de culturas, que en las sucesivas generaciones hicieron al ser sanducero, a generar el nunca desmerecido espíritu de Paysandú, el que, pecando de inmodestos, podemos decir con orgullo que fue potenciado desde las páginas de EL TELEGRAFO, no solo como caja de resonancia de las inquietudes lugareñas, sino también promoviendo ideas e iniciativas y hasta organizando a la sociedad, a las fuerzas vivas, a los prohombres que contribuyeron a hacer grande a Paysandú.
No es porque sí que a partir de la década de 1940 se construyeron las grandes fábricas, que industrializaban la riqueza generada en la zona, como antes habían hecho los saladeros, y fueron así fuentes de empleo que derramaron riqueza sobre un departamento que fue de avanzada en calidad de vida, en el desarrollo a partir del puerto al que llegaban buques de ultramar y salían productos primarios, en la infraestructura de apoyo a los emprendimientos industriales, en los talleres, la formación de mano de obra calificada, y en las explotaciones agrícolas.
Ese Paysandú pujante fue el signo de otra época, y fue preciso irlo acompasando a los nuevos tiempos, que no han sido fáciles, porque todo cambio es traumático sobre todo cuando se parte de un piso de bienestar y calidad de vida que en un principio se creía poco menos que inamovible, pero que gradualmente se ha ido perdiendo o por lo menos cambiando. También ha debido acompasarse a los nuevos tiempos EL TELEGRAFO, naturalmente, porque desde que nació y hasta ya fines de la década de 1970, todo el proceso se hacía en plomo, primero por el armado tipográfico a mano, para luego modernizarse sustancialmente con el empleo de las linotipos, y en la impresión pasarse de las viejas prensas a la rotoplana que se utilizó hasta que fue preciso cambiar radicalmente el sistema al offset, un cambio traumático en toda la línea, que demandó una gran inversión pero que a su vez era imprescindible para no quedar a la vera del camino.
No fue fácil tampoco hacer este cambio radical manteniendo y capacitando al mismo personal que trabajaba en el plomo, pero tanto la empresa como los trabajadores tuvieron la mejor disposición para que esto se lograra sin traumas y sin perder el contacto con nuestros lectores.
Y seríamos tremendamente injustos si en esta celebración en que levantamos las copas festejando nuestros 105 años no expresáramos nuestro especial y eterno agradecimiento al leit motiv de nuestros desvelos en el trabajo diario al pie del cañón: los consecuentes lectores, los que por sucesivas generaciones nos han acompañado y alentado a seguir adelante, contribuyendo a superar los tiempos difíciles.
Son por cierto el pilar en que nos apoyamos para seguir en el rumbo que nos hemos trazado desde hace más de un siglo, con errores y aciertos, pero siempre imbuidos del mismo entusiasmo por hacer un Paysandú mejor, por responder a la confianza de nuestros coterráneos y entre todos, demostrar que siempre se puede si se mantiene viva la llama del Espíritu de Paysandú.
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