Paysandú, Sábado 04 de Julio de 2015
Opinion | 29 Jun Con acierto, el representante del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Hans Schultz, planteó recientemente en Santiago de Chile que los países en desarrollo no son los principales responsables de las emisiones que causan el calentamiento global, pero sí son vulnerables, y consideró que “nos guste o no, lo que está ocurriendo va a cambiar el funcionamiento de toda la industria”.
En este contexto, evaluó que deben acelerarse las acciones para la incorporación de las energías renovables a la matriz, y consideró que pese a las dificultades de una redefinición del aparato productivo de acuerdo a la realidad a la que se pretende llegar, subrayó que el mundo --incluidos los países en desarrollo-- debe transitar inevitablemente por la vía de optimizar el uso de la energía, que apenas se está descubriendo en América Latina.
Puntualizó que en esta dirección debe apoyarse con énfasis el enfoque de sostenibilidad social y ambiental en la región, y evaluó que en los últimos años los bancos comerciales de la región también han descubierto las oportunidades de la economía verde, lo que “se manifiesta por el gran interés que tienen nuestras líneas de financiamiento verde y la presencia cada vez más notable de la banca local en el financiamiento de infraestructura verde”.
De una u otra manera, y con manifestaciones distintas, gradualmente va in crescendo a nivel mundial la concepción de que es preciso encarar acciones para detener o al menos revertir la tendencia del cambio climático, pero a la hora de acordar responsabilidades y financiación hay posturas discordantes, más allá de las grandes líneas.
Igualmente, debe reconocerse que pese a su importancia para el mundo científico, estamos ante un tema que en mayor o menor medida puede ser de relativa trascendencia para el ciudadano común, inmerso en sus problemas cotidianos, en la búsqueda de mejorar su calidad de vida, y en muchos casos de lograr subsistir, por lo que en su óptica es natural que se presente como una perspectiva ya lejana y que entiende debe ser más bien cosa de estudios científicos a nivel macro y que no le atañen directamente.
Es entendible, si tenemos en cuenta que son muy difíciles de cuantificar e incluso de identificar estos cambios, que se procesan a largo plazo, y cuya influencia real en la vida humana aún no está determinada, pero sin dudas hay una conciencia global al respecto que va en incremento y que se traslada a estos foros.
Pero una cosa es que se tenga la intención y otra efectivamente poner en marcha acciones que puedan poner fin o por lo menos limitar el ritmo del cambio climático, cuya expresión más notoria es el denominado calentamiento global, pero que también registra variantes por zonas, con perspectivas de que se siga agravando en las próximas décadas.
Aun así, pese a la convicción que tienen muchos de los integrantes de la comunidad científica respecto a la pertinencia de ocuparse de la problemática, no hay unanimidad sobre las eventuales consecuencias y hasta causas, por lo que para poder acordar en las acciones es preciso a la vez coincidir en el diagnóstico y tener voluntad consensuada de llevar a cabo las acciones correctivas consecuentes, cuando están al alcance.
El presidente del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), Rajendra Pachuari, ha alertado respecto al panorama en este aspecto que todavía hay tiempo, “aunque muy poco tiempo” en cuanto a eventuales medidas para contener o enlentecer el cambio climático, que entre otras consecuencias provoca que se eleve el nivel de los mares, disminuyan los hielos y nieve de los glaciares y la temperatura de los océanos y de la atmósfera aumentando.
Es cierto que en el entramado de las negociaciones en torno al clima y la evolución de los cambios la sociedad civil es un elemento clave, pero no hay unanimidad de opiniones y de voluntad manifiesta para evaluar y acordar lo que se puede hacer en torno a esta problemática. De acuerdo con el presidente del IPCC, la clave debe estar en enfocarse en las soluciones y no en el problema, creando un sentido de confianza, y sobre todo no minimizar la seriedad y los impactos en la sociedad y en el planeta.
El último informe del panel intergubernamental señala que dejar las cosas como están tendrá efectos irreparables, al afectar el medio ambiente, la seguridad alimentaria y profundizar la pobreza. A juicio de Pachuari, la sociedad civil debe encarar una perspectiva positiva y está en sus manos hacer una gran diferencia para que participen más activamente grupos de interés como los gobiernos, el sector privado, los investigadores y los académicos.
Pero a la hora de establecer responsabilidades, sin dudas los que están en el banquillo de los acusados son los países industrializados, que son los principales contaminantes por el volumen de actividad que desarrollan, sobre todo en sus plantas fabriles, por la emanación de gases derivados de los procesos, con la salvedad de que todos los países y regiones del planeta tienen su cuota parte en la degradación del ecosistema y concretamente en el cambio climático, porque hasta los productores naturales de carne, como el Uruguay y otras naciones del Cono Sur latinoamericano, contribuyen con la emisión de metano y otros gases que provocan daño ambiental.
En cuanto a las respuestas, en su gran mayoría la comunidad científica estima que es preciso recortar las emisiones de efecto invernadero entre un 40 y un 70 por ciento para el año 2050, con la meta de que para finales del siglo la emisión llegue a cero, desde que de otra forma los efectos serán graves para el medio ambiente, la seguridad alimentaria y la pobreza.
Sin embargo, hay demasiados intereses económicos en juego, y todo lo que se haga estará signado por el grado de involucramiento, en todos los sentidos, de multinacionales y países; sobre todo del cumplimiento de los compromisos que se asuman, lo que demandará una vigilancia permanente y la concreción de acuerdos viables, para que una nueva frustración no vuelva a alejar el logro de los objetivos trabajosamente identificados.
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