Paysandú, Domingo 05 de Julio de 2015
Opinion | 28 Jun El Congreso Forestal Mundial instauró en 1969 el Día Mundial del Árbol que se recuerda cada 28 de junio, a fin de promover la conservación de los recursos naturales. Los árboles han atestiguado el progreso del hombre y formaron parte de su vida desde los comienzos de la humanidad; crearon un entorno de pertenencia y ligazón con la naturaleza que no ha sido retribuido, sino todo lo contrario.
Las comunidades ancestrales y los pueblos originarios lo ubicaban en un lugar sagrado, en tanto representaba una fuente de vida inagotable que se perpetuaba a través de los bosques y trascendía a las generaciones. Cada pueblo americano o europeo tenía su especie: el canelo para los mapuches, la ceiba en los mayas y la encina en los celtas y así sucesivamente hasta nombrar variedades que existieron en cantidades y que hoy prácticamente no se encuentran o directamente se han exterminado.
Ocurre que su madera adquirió un importante valor económico y la necesidad de sostener un ecosistema con sus elementos purificadores, solo era un asunto de ecologistas o naturistas correspondientes a entidades diversas que no influían en las decisiones de los estados.
Y así, poco a poco se fue perdiendo ese sentido de pertenencia, comenzó una tala indiscriminada en diversas zonas del continente, la región y el país, donde precisamente se comprueba una reducción del monte indígena a niveles ínfimos. No es casualidad que ríos y arroyos salgan de su cauce con extremada facilidad y provoquen calamidades sociales en las comunidades costeras que nada pueden hacer contra una consecuencia, cuya causa no es tan difícil de ubicar.
Por eso se hace necesario --antes de que sea demasiado tarde-- un cambio cultural en las nuevas generaciones a través de la educación y el ejemplo, como único legado que generen principios esenciales y enseñen a poner por encima los valores integrales de los seres, donde el bienestar común llevará a una mejor calidad de vida.
En Paysandú, existen colectivos que intentan efectuar estas actividades de reflexión y forestación con el involucramiento de centros educativos y organizaciones sociales en la reposición de especies autóctonas en paseos públicos.
Sin embargo, deben tropezar con actos vandálicos o descuidos que lejos de impedir su prédica, los predispone a orientar el mensaje e involucrar a niños y adolescentes en su cuidado. Este día, pero cualquier otro, pueden transformarse en la motivación para respetar nuestro entorno desde lo colectivo y reflexionar que el progreso y un ecosistema cuidado no se excluyen, sino que se complementan e integran.
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