Paysandú, Viernes 17 de Julio de 2015
Opinion | 12 Jul El Día Mundial de la Población, que se recordó ayer, destacó una realidad que atraviesa los titulares de las noticias internacionales pero que –generalmente-- pasa desapercibida. Las guerras provocadas por extremistas y los desastres naturales han causado el desplazamiento de casi 60 millones de personas como “nunca antes, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”, precisó el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon.
El contexto de vulnerabilidad involucra específicamente a niños y mujeres que debieron huir con escasos enseres para preservar sus vidas. Mientras, los gobiernos frágiles o títeres de otros que permanecen ocultos no alcanzan a solucionar una problemática de ribetes históricos y poca trascendencia.
Las declaraciones de buena voluntad distan de transformarse en una solución efectiva y esa visión proactiva no traspasa los papeles que se leen en las cumbres de estados y gobiernos por voces que raras veces estuvieron en los frentes de batallas.
Los derechos humanos más básicos son pisoteados bajo miradas cómplices que sostienen intereses económicos y sustentan sus poderes con base en las deudas impagables, aprovechando –en ocasiones-- la ignorancia de sus pueblos perdidos en la afanosa búsqueda de la diaria supervivencia.
El “proceso de cicatrización de las heridas” al que se refirió el principal de la ONU en su discurso no se logra de la noche a la mañana y ha resultado dificultoso mantener la mirada fija en las imágenes de las cadenas internacionales o comprender las razones de algunos conflictos que traspasan las generaciones como un raro legado de deficiencia humanitaria.
Y ya no cabe el vocablo “víctimas” porque tampoco se encuentra a un culpable específico a quien aplicar justicia; sencillamente porque es una virtud de alcance y comprensión incierta bajo determinados sistemas.
En 2015, la ONU celebrará 70 años de su creación y las evaluaciones propias o ajenas quedarán en manos de aquellos que estuvieron en la primera línea de la gran batalla humanitaria que resta por enfrentar. A pesar de reclamar una mayor acción mundial, la prioridad no está centrada en las personas y la resiliencia no es una capacidad con similares resultados en todos los seres, al igual que la resistencia que permite mantener la esperanza en lugares que ya no son remotos ni resultan extraños.
La globalización nos presenta diariamente las más extremas contradicciones y paradojas, pero también constata la incapacidad de aquellos que deben dejar de lado sus discursos empáticos para comprender que todos formamos parte de una misma historia.
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