Paysandú, Domingo 26 de Julio de 2015

Inoportuno

Opinion | 19 Jul Tomando un café, un señor mayor nos comentaba que se sentía mal, marginado, decepcionado por lo que acontecía con su nieta de 16 años. Explicó que cuando ella iba a su casa a visitarlos --a él y su esposa, es decir la abuela-- la chica los saludaba, les daba un beso y se acurrucaba en un sofá, del bolsillo trasero de su vaquero extraía el “bendito celular” --así lo describió--, y se ponía a “mensajear”. Lo más que se le podía reclamar era un “sí” o un “no” cuando la abuela le ofrecía una taza de chocolate calentito y un trozo de la torta que había hecho especialmente para ella. Decía el caballero que la chica “estaba en otro mundo” y que le dolía no saber qué hacer para comunicarse con su nieta.
Días atrás, en un ómnibus de la línea Paysandú-Montevideo una dama mantenía una larga, muy larga, estruendosa y casi vociferante conversación con alguien que, aparentemente, era amiga y consejera. Un hombre que viajaba en el asiento inmediato anterior, seguramente saturado, se dio vuelta y le dijo casi textualmente, con voz fuerte y ronca: “Mire señora que nosotros no tenemos ningún interés en saber cómo debe hacer para sacar una mancha de sus prendas interiores y mucho menos conocer las aventuras de esa desvergonzada que usted nombra a cada rato. Aquí todos pagamos el boleto y tenemos derecho a viajar tranquilos. ¡Hágame el favor!”
Recientemente una persona que conducía un auto modelo 2012 por el centro de Paysandú no advirtió que había cambiado el semáforo y chocó con una motocicleta que avanzaba con luz verde. La persona que conducía el automóvil llevaba con su mano derecha un celular pegado al oído de ese lado. Afortunadamente el conductor de la moto sufrió lesiones de escasa entidad aunque la moto se rompió bastante.
En su columna del semanario “Búsqueda”, bajo el título “La explosión de Roberto Jones”, Claudio Paolillo escribe: “El 18 de junio Roberto Jones explotó. El renombrado actor uruguayo, que protagoniza en Montevideo el excelente unipersonal ‘La memoria de Borges’, había tenido que soportar por enésima vez el ruido de un teléfono celular de uno de los espectadores y no estaba dispuesto a seguir padeciendo aquella falta de respeto”.
A título experimental, la ciudad de Washington está implementando un sistema de división, de separación en las aceras. Una parte de las mismas está destinadas a quienes usan el celular mientras caminan y la otra parte a quienes no lo hacen.
Se procura así disminuir la cantidad de inconvenientes que permanentemente causan las personas que, ensimismadas en el uso de su celular, “no ven por dónde caminan”, aunque en realidad el verdadero fin es que los usuarios tomen conciencia de su actitud.
El teléfono celular es un invento maravilloso, o, mejor dicho, es un desarrollo formidable de un invento que comenzó a cambiar el mundo.
Hace treinta años ni en las más creativas obras de ciencia ficción hubiésemos encontrado un aparato que permitiera todas las prestaciones que se ofrecen hoy. Hablamos de una maravilla que nos comunica con cualquier persona en cualquier parte del mundo, que nos permite solicitar auxilio en cualquier situación cien veces más rápido que antes, que hace posible tomar fotos o videos y enviarlos a la otra cara del planeta; en fin, todo lo que ustedes saben.
Pero, como muchas veces pasa, unos cuantos genios desarrollaron este aparato y muchos de nosotros nos encargamos de agregarle una función más, transformándolo en un instrumento de tortura. Ni los mejores especialistas de la Gestapo de Hitler ni de la NKVD de Stalin imaginaron un método tan sencillo para destrozar el temple del prisionero más “duro”.
Imaginemos a una persona normal que se despierta temprano en la mañana con una llamada que le ofrece dos entradas al precio de una para ver los “Breaking Eggs” en el anfiteatro de Curuzú Cuatiá, luego un mail le informa que la tienda La Moderna de Tierra del Fuego tiene en liquidación las mallas de baño y, para completarla, recibe una llamada de una seductora voz con acento centroamericano que le dice: “Hola, ¿eres Juan Roberto Sánchez Pérez? Te felicito, Pepe’s card te acaba de otorgar, a sola firma, un préstamo por mil quinientos pesos”.
Y no volvamos sobre el tema porque ya hemos ejemplificado lo que puede pasar en el transporte público, en el tránsito o en un espectáculo.
En definitiva, como decía un filósofo criollo: “La libertad es libre”, pero como preceptúa la sociedad toda, nuestro derecho termina donde comienza el derecho de los demás.
Por esto, seamos simplemente conscientes de lo que hacemos y hasta qué punto podemos perjudicar a los demás.
Cada vez que vayamos a utilizar un teléfono celular veamos primero si no vamos a interferir, molestar o poner en peligro a otras personas.
En realidad, no estamos de acuerdo con ningún tipo de segregación (separar y marginar a una persona o a un grupo de personas por motivos sociales, políticos o culturales, según el diccionario de la Real Academia Española) pero reclamamos respeto, simplemente respeto (miramiento, consideración, deferencia) como queremos que nos respeten a nosotros. Es todo lo que pedimos.


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