Paysandú, Viernes 07 de Agosto de 2015
Opinion | 01 Ago Las épocas de incertidumbre, como la actual, también suelen ser terreno fértil para oportunidades, cuando se trabaja desde determinado piso con perspectiva de futuro, y apostando a los ciclos económicos, es decir a la constante de que a un período de vacas gordas sigue uno de vacas flacas y viceversa.
En el caso de los gobiernos, naturalmente, el sentido común aconseja apostar a políticas anticíclicas, es decir no expandir el gasto cuando las cosas van bien, cosa de tener reservas para cuando el escenario se revierte, como ha ocurrido ahora, pese a que el ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori, procura enviar mensajes tranquilizadores señalando que no estamos en crisis.
Todo depende del cristal con que se mire, pero ello no quita que en este momento en la actual coyuntura haya que hacer lo que se tiene que hacer, por encima de las circunstancias y los costos políticos, y queda el sabor amargo de que efectivamente se perdió la oportunidad de más o menos ponerse a cubierto de avatares.
Pero las cosas son como son, y deben manejarse las alternativas que se está en condiciones de afrontar en estas circunstancias, y en tal sentido el exsecretario general iberoamericano, Cr. Enrique Iglesias, quien fue además secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), dijo a El Observador que ante el viraje del contexto externo de la economía uruguaya, el país debe apostar a sostener la demanda. A su juicio las claves deberían ser la inversión pública y el crédito a las pequeñas y medianas empresas, que son un canal vulnerable ante un escenario económico más complicado.
El economista evaluó que “además de tener que actuar con moderación en el gasto público para no impulsar presiones inflacionarias, también hay que estimular la demanda”. Para eso, recomendó dos áreas en las cuales el gobierno debería concentrar sus esfuerzos. Una de ellas es la inversión pública, “para lo cual el país tiene capacidad de endeudamiento”, manifestó.
La segunda área es el crédito a las pequeñas y medianas empresas. “Suele crearse en estos momentos (en referencia al contexto económico externo menos favorable que atraviesa la economía uruguaya) problemas de supervivencia de esas empresas”, explicó el experto.
Sin dudas que puede haber más de un camino a seguir ante este escenario. Es compartible la percepción de que debe buscarse generar empleo genuino y multiplicar riqueza a través de los actores privados, como es el caso de las pequeñas empresas, pero naturalmente el problema no pasa por el qué, sino por el cómo, porque uno de los serios inconvenientes y limitaciones que tienen las empresas de corto vuelo es la falta de capital y sobre todo de contar con reservas y capital de giro a la hora de salir al mercado a competir, y cuando los ingresos iniciales posiblemente no estén a la altura de las expectativas.
En este sentido Iglesias consideró que los pequeños y medianos emprendimientos concentran una importante participación en la actividad económica uruguaya y generan buena parte de los puestos de trabajo. Según explicó, se trata de un problema que surgió en Europa ante la crisis que atravesó en los últimos años, pero que se “vio tarde” y recién el año pasado impulsó medidas para facilitar el crédito a las pequeñas y medianas empresas. Si bien sostuvo que el Banco República debe actuar sobre ese segmento, el economista insistió en que además “hay que buscar mecanismos que comprometan a la banca privada”.
Respecto a la eficiencia del sector público, sostuvo que dentro del Estado uruguayo “hay instituciones comparables con cualquier otras en el mundo”, que implementan “las mejores prácticas institucionales”. Entre ellas enumeró al BCU, al BPS, la DGI y Aduanas, algo en lo que estamos de acuerdo; porque si hay algo en lo que realmente es eficiente el Estado Uruguayo es en recaudar y controlar. En eso, sin dudas somos el Primer Mundo.
En contraposición, reconoció que hay otras donde sobran empleados y actúan como una suerte de “seguro de paro”. Sostuvo que los “bolsones de modernidad” y de “eficiencia”, permiten pensar que si algunas instituciones del Estado lo hicieron, es posible reformar el resto del sector público.
Más allá de estas reflexiones certeras respecto a la reforma del Estado que nos estamos debiendo los uruguayos, nos permitimos discrepar con la posibilidad de que el Uruguay incremente su deuda para dinamizar la economía a través de obra pública con recursos estatales. Otra cosa sería lograr inversión --como se procura-- a través del instrumento PPP, es decir por concesión a privados, o con recursos genuinos en base al colchón de recursos que se debió haber generado durante la década de bonanza. Pero se trata de un proceso que requiere su tiempo, porque hay que identificar proyectos y quienes estén dispuestos a invertir con una rentabilidad por lo menos razonable, y que al fin de cuentas no se trate de un préstamo que en realidad termina pagando el Estado a la empresa privada.
El tramado socioeconómico que conlleva una mayor participación de las pequeñas empresas privadas asoma como una apuesta más lógica en el corto plazo.
Pero es impensable, de todas formas, que solo con el mercado interno se superen las dificultades, aunque sea un paliativo importante, sino que es preciso trabajar de cara a los mercados internacionales, encarando de una vez por todas el revertir el deterioro de la competitividad, que por supuesto no es un parámetro aislado sino un cociente que es consecuencia de varios factores que están a contramano del interés general.
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