ESCRIBE EL DR. RODOLFO CANABAL

Locales | 11 Ago El tema que se ha considerado conveniente analizar ha sido ya motivo de análisis varias veces, verbigracia el 14 de agosto de 2012, con igual título que el de la presente columna. Pero, dada la frecuencia con que se incurre en tal error, se ha entendido conveniente volver a analizar dicha cuestión.
Es un tema ciertamente importante; significa que es reiterado el apartamiento de lo que se debe considerar como adecuada conducta en los casos, suscitados en muy diversas actividades, en las que se producen discrepancias, que generan luego poco explicables reacciones que llevan a la errónea descalificación del contrincante. Muy diversas actividades, decimos, pues se desenvuelven a través del periodismo, en el ejercicio profesional, con mucha frecuencia en el caso de aquellos que ejercen la abogacía, en el ámbito parlamentario, en el de la Justicia y en la vía administrativa, también cuando lo que públicamente se expresa ha de ser difundido por diarios, radios o televisoras.
El autor del presente comentario vuelve a recordar las enseñanzas que recibió cuando, hace décadas, tuvo el honor de integrar el núcleo de redactores del diario El Plata, que fundó y dirigió hasta su fallecimiento el Dr. Juan Andrés Ramírez, formidable periodista, pues allí el respeto al contendor cuando se discrepaba públicamente era ciertamente ejemplar.
Mucho debe preocupar el hecho de que sea indiferente que las discrepancias que generan duros enfrentamientos refieran a temas importantes o a cuestiones carentes de trascendencia o relevancia; en efecto, tal diferencia en su importancia no incide para alterar la dureza de la descalificación. Y es muy serio que dichos agravios sean algo relativamente frecuente, lo que sugiere que se pugne para que tan equivocada actitud sea corregida.
Paralelamente corresponde señalar que tan equivocadas conductas carecen sin duda de eficacia, cuando se controvierte, para impugnar la tesis o criterio planteado en el enfrentamiento. En efecto: para que una disidencia o controversia sea eficaz, lo que corresponde es oponer razones o fundamentos que expliquen, con la mayor claridad posible, lo que sería error o incorrección de la otra parte.
Y al respecto es oportuno reiterar que pocas cosas pueden prestigiar tanto y ser tan agradables de presenciar o de leer como las contiendas públicas o aquellas que se desarrollan en los estrados judiciales, desenvueltas en función de razones, fundamentos, argumentos, expuestos con el respeto que corresponde conferir a la contraparte.
Así lo señaló un magistrado hace algunos años, cuando, ante un debate judicial realizado en su sede, insertó en la sentencia los conceptos que se glosan a continuación: “en un tiempo en que se canalizan desprecios, descalificaciones y agresividades, es reconfortante ver a dos abogados debatir con altura, dignidad, gallardía, respeto, consideración y fundamentos, sin perder por ello ardor y convicción en sus planteos y efectividad en la defensa de los intereses contrapuestos que las partes respectivamente les confiaron”. Ello significa que los agravios, insultos y descalificaciones no son aptos, tampoco corresponden; sí es pertinente exponer fundamentos, razones. Y como también se ha señalado, no se debe emplear en tales casos adjetivos, sí sustantivos.
Se reitera algo ya dicho en anteriores comentarios, sería muy bueno que muchos se aliaran en una campaña en favor de eliminar la práctica que se explica e impugna, atento a que es factor indebido y que descalifica a su autor. Por tanto, sería eficaz y aportaría respeto que quienes se enfrentan en una controversia se limitaran a explicar, con precisión, el contenido sustancial de sus fundamentos.