Paysandú, Sábado 15 de Agosto de 2015
Opinion | 11 Ago Ha recibido amplia cobertura en los medios de difusión el retorno al país de Héctor Amodio Pérez, exintegrante del movimiento MLN (tupamaros) acusado por los subversivos de la década de 1960 de traicionar a sus compañeros, cuando a la vez ha sido protagonista directo en los crímenes cometidos junto a sus excompañeros a partir de 1963, es decir durante un gobierno democrático y que siguió haciéndolo, a medida que iba creciendo la guerrilla, hasta antes de la dictadura de 1973.
El énfasis en los detractores a ultranza de Amodio en la izquierda hace hincapié en que éste delató, sin haber sido torturado, a sus excompañeros y negoció por esta vía con los militares su exilio en España, pero en lo que al escenario macro refiere y visión retrospectiva, podemos evaluar claramente que sigue ausente en todo momento la autocrítica de los exguerrilleros, --tanto de Amodio como de quienes han salido a terciar en su comparecencia ante la Justicia-- por haberse levantado en armas contra la democracia.
En otros lugares del mundo estos sucesos de hace casi medio siglo estarían ya del otro lado de la página, no para olvidarlos, pero sí para mirar hacia delante y dejar de dividirnos entre buenos y malos. Pero en Uruguay, por ejemplo, todavía no ha sido reconocido ni pedido perdón por los exguerrilleros que condujeron al país en la vía de la intolerancia, de la violencia y el caos, haciéndole el caldo gordo a los extremistas del otro signo, a los militares que instauraron la dictadura como “salvadores”, ante el terror desatado por la izquierda.
Realmente a esta altura de los acontecimientos, las alternativas que se den en la comparecencia de Amodio Pérez ante la justicia, con un hábil relator como el extupamaro tratando de salvar su parte, es decir tratando de no aparecer como delator ni criminal, es de relativa trascendencia ante lo que surge del repaso de los hechos a los que refiere esta investigación para los uruguayos, cuando hay varias generaciones que nacieron mucho después que de la época del golpe de estado militar pero que una y otra vez son bombardeadas por el discurso oficial tupamaro de que los exguerrilleros se alzaron en armas contra una dictadura.
Pero debe tenerse en cuenta, para no recaer en el engaño y los eslóganes, que ésta se instauró en 1973 y sin embargo los robos de armas, los atentados, los asesinatos, los secuestros, las bombas, tuvieron su comienzo en 1963, contra un gobierno colegiado nacionalista, es decir durante la vigencia de la democracia, para tratar de hacerse del poder por medios violentos.
Nada importaba por lo tanto para los “revolucionarios” autóctonos que la ciudadanía votara otra cosa, que hubiera libre juego de las instituciones; con muchos defectos, sí, pero donde existía libertad y tolerancia, así como justicia independiente, como corresponde a un régimen democrático republicano de gobierno. Es que eran guerrilleros de una izquierda mesiánica que iba a dar todas las soluciones, pero ocurrió que como la gente no los votaba, había que imponer “la solución” por la vía de las armas, para que la población pudiera de una vez por todas recibir los beneficios del socialismo, aunque no lo quisieran.
Por lo tanto, en estas instancias judiciales por el caso Amodio pueden --seguramente va a ser así-- surgir versiones contradictorias involucrando a los excabecillas del movimiento subversivo, con acusaciones cruzadas, pero en todos los casos confirmando que la etiqueta de “traidor” que se maneja hacia la interna corresponde a un grupo irregular, de ideólogos y ejecutores de menor cuantía que actuaba absolutamente al margen de toda norma, que cometían actos delictivos con el argumento de servir a una ideología pero burlándose de las instituciones “burguesas”, sin que nadie se los pidiera y a su entera responsabilidad.
Lamentablemente, la mayoría de las veces por iniciativa del propio gobierno o de determinados sectores de la izquierda se sigue hurgando en el pasado, con una visión hemipléjica, poniéndose énfasis en determinadas violaciones a los derechos humanos pero sin a la vez asumir las propias y sacándose el lazo en cuanto a responsabilidades por los hechos que hicieron que el ciudadano pacífico quedara en medio del fuego cruzado de los intolerantes de izquierda y de derecha.
Pero en esta ocasión, cuando la presencia de Amodio expone parte de la ropa sucia, la anarquía, las rivalidades, los actos criminales, las intrigas, de un movimiento que sus ideólogos y simpatizantes se habían encargado de idealizar ante quienes no vivieron aquellos tiempos de intolerancia y violencia, ha quedado de relieve el doble discurso y la hipocresía de muchos personajes que han hecho de ese período de la historia una forma de vida, contándola de una forma funcional a sus intereses.
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