Paysandú, Domingo 30 de Agosto de 2015
Opinion | 30 Ago La Declaración del Milenio de las Naciones Unidas reconoció que la solidaridad es uno de los valores fundamentales para las relaciones internacionales en el siglo XXI y actúa como una garantía para la paz mundial.
Es, incluso, una condición previa para la eficacia de las políticas sociales de los pueblos, que deben aprender a distribuir con justicia y equidad. Sin embargo, vemos diariamente un ensanche de la brecha existente en la sociedad, mientras las presiones políticas se bifurcan en senderos de declaraciones políticas y alegatos de dudosa franqueza. La solidaridad no se construye con adjetivaciones ni presentando las diferencias por oposición de los términos que se utilicen para definir a quienes necesitan ayuda de otros que pueden otorgarla, ni confrontándolos hasta ubicarlos en la vereda de enfrente.
En sociedades acostumbradas a conceptos globalizadores y consumistas, se observa a escala mundial –sin embargo-- un aumento sostenido de la pobreza con especial énfasis en mujeres y niños, que se han transformado en un asunto de difícil resolución para la diversidad de enfoques gubernamentales e imposibilitan la sostenibilidad de cualquier modelo socioeconómico. Mientras tanto, a nivel internacional se presenta una multiplicidad de propuestas para actuar solidariamente con acciones voluntarias y de apoyo a las ONG o la creación de campañas que permitan un aporte efectivo en el cumplimiento de una meta particular.
En el Día Internacional de la Solidaridad, la ONU recuerda cada 31 de agosto que no es un requisito de carácter moral, sino un camino que permitirá el desarrollo sostenible de las comunidades y su legado hacia las futuras generaciones. En tal sentido, no se ha logrado depositar el mensaje adecuado en los destinatarios y a escala global se tiende a manipular algunos objetivos, en tanto no se distinguen los límites en cualquier actividad, tanto política como económica.
Por lo tanto, un adecuado empoderamiento --que permita potenciar las capacidades de las personas-- llevará al respeto y la dignidad. Y si bien ambos aspectos no se logran instantáneamente, subyacen a través de continuos cambios culturales que fortalezcan sus oportunidades. La solidaridad es, además, un motor que mueve un engranaje de capacidades propias que permiten la consolidación de comunidades que ejercen diariamente con equidad social.
De allí surge su raíz diferente al sentimiento caritativo, de corte asistencialista. La solidaridad es un modus operandi que moviliza y transforma credos y estructuras hasta convertirlas en lugares de apego y afinidad con el otro.
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