Paysandú, Miércoles 02 de Septiembre de 2015
Opinion | 01 Sep Incluso desde antes de comenzar a ejercer funciones como ministro de Transporte y Obras Públicas, Víctor Rossi descartó que en la actual administración se generaran grandes inversiones en infraestructura, desde que para ello se necesitan recursos con los que no cuenta el país. Además, los potenciales inversores e instituciones financieras se muestran reticentes en cuanto al riesgo de afrontar emprendimientos de gran envergadura.
El secretario de Estado guardó distancia de proyectos lanzados por el expresidente José Mujica, como el añejo proyecto del puerto de aguas profundas en Rocha, en una región que en la última década se vio favorecida por los altos precios de la materia prima y que registró ingresos excepcionales, aún teniendo en cuenta el déficit en infraestructura para cargas de gran volumen.
Sobre el final del período de su administración, Mujica incluyó el puerto de aguas profundas de Rocha como una de las iniciativas a corto plazo, apuntando a contar con un instrumento logístico de proyección regional, en el marco de un país de servicios que haría uso de su ubicación estratégica como puerta de entrada y salida entre las dos mayores economías del subcontinente: Brasil y Argentina.
El mandatario no ocultó desde un primer momento que la suerte de ese emprendimiento, que demandará una inversión muy importante y de imposible financiación por el Uruguay en solitario, dependería del apoyo de los dos vecinos a efectos de su concreción y uso. Pero primero Argentina y luego Brasil desoyeron la convocatoria de apoyo del expresidente, y hoy estamos en fojas cero nuevamente, junto con una desaceleración económica que aparece a primera vista como un obstáculo para este tipo de emprendimientos.
Otro aspecto responde a las limitaciones del puerto de Montevideo, que se han agudizado en los últimos años por una serie de factores que incluyen la necesidad de mayor amplitud y profundidad ante el aumento sostenido de la envergadura de los buques de ultramar.
No debe perderse de vista que estamos en el Cono Sur latinoamericano, donde contamos con vecinos que son poco confiables y que la mirada regional no es su fuerte, sino que velan por sus propios intereses y sectores por encima del Mercosur. Ello explica que un proyecto de aguas profundas haya sido recibido en teoría bien por Brasil y con indiferencia por Argentina, que en cambio ha optado por hacer su propio canal en el Río de la Plata, abandonando el que utilizaba junto con el puerto de Montevideo.
Hay resistencias provenientes del propio centralismo, por cuanto este reclamo histórico en realidad no se ha concretado porque colide con los intereses del puerto de Montevideo, hacia donde históricamente han convergido las rutas, las vías y prácticamente toda la infraestructura que se ha construido en el país. En este contexto, siempre es valioso traer a colación otras miradas, como la del expresidente de la Administración Nacional de Puertos (ANP) en el período 2000-2005, Julio Cóppola, quien al respecto expuso ante El Observador que “si Uruguay no hace un puerto de aguas profundas, lo hace otro”, y consideró que hay promotores interesados en invertir en una terminal de esta proyección.
“Lo más importante es que hay un motivo económico y es el abaratamiento de los fletes. Se ahorran U$S 150 millones al año”, sostuvo, y destacó que Uruguay no debe dar garantías soberanas ni dar créditos. Dijo que lo adecuado es abrir paso a que promotores privados consigan contratos de servicio para luego buscar financiación en la banca internacional. El experto asegura que un puerto de aguas profundas en América del Sur es una necesidad imperiosa que nace de la demanda mundial de servicios y que, si Uruguay no lo construye en sus costas, otros como Brasil lo harán.
Ocurre que la carga de Uruguay no llega ni a la tercera parte del mínimo imprescindible para que el puerto se justifique. “El puerto requiere de unos 50 millones de toneladas anuales y Uruguay no llega a la tercera parte. En cambio sí se interesan otros países y hay que ver de qué forma. Solo Argentina va a mover 150 millones, o sea que tiene las cargas más que suficientes para el puerto. Pero cuando uno ve que Argentina tomó la decisión de que las cargas argentinas no pasen por puertos uruguayos, no parece estar proclive con un proyecto de esta naturaleza. Así, no se descarta que haya intereses regionales en el puerto. Lo único que no creo es que deban depender de los gobiernos, sino que tiene que ser con una institucionalidad y un compromiso de las empresas y de la sociedad”, analizó.
Apuntó que Brasil cuenta con el puerto de Río Grande, que tiene aguas profundas, con 16 metros. “Lo cierto es que si Uruguay no hace esa jugada que hoy la tiene a mano y ese puerto se ubica en otra parte de la región, allí llegarán los barcos grandes, desde los puertos con barcos más chicos, incluso de Uruguay. Y en ese puerto donde se concentren las cargas habrá un negocio logístico que podría ganar Uruguay. Eso sería una pena perderlo, pero si se juegan a un puerto de aguas profundas, lo consolidan. Si no lo hacen, corren el riesgo de que se haga en otro lado”.
Pero nada indica que Brasil o Argentina estén dispuestos a distraerse de sus intereses propios para coparticipar en un emprendimiento regional por estas latitudes, pese a la visión de mediano y largo plazo que se pueda tener. La realidad es la que manda y por ahora las perspectivas no son alentadoras más allá de la importancia de este puerto en perspectiva de futuro regional, por encima de coyunturas.
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