Paysandú, Domingo 06 de Septiembre de 2015
Opinion | 30 Ago Las alternativas que se registran en China desde hace meses, y que más allá de los precios y demanda de las materias primas influyen en países emergentes, como es el caso de los latinoamericanos, han pasado ahora a afectar las bolsas mundiales y contribuido a potenciar una incertidumbre que se arrastra ya desde el año anterior.
A principios de este año, el escenario regional –como consecuencia de varios factores, pero con notoria incidencia del elemento chino– había dado paso a interrogantes que están lejos de disiparse, al punto que en marzo el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) había advertido que América Latina enfrenta un “laberinto” y requerirá ajustes de diversa índole, de acuerdo a la situación en cada país.
Según el organismo financiero internacional, América Latina y el Caribe “se enfrentan a varios años de crecimiento relativamente lento y a algún riesgo macroeconómico potencialmente grave”, además de advertir que “la mayoría” de los países de la región necesitará “un ajuste fiscal”. El documento, presentado en la 56ª Asamblea Anual de Gobernadores del organismo, describió la situación como “un laberinto complicado por un conjunto de obstáculos económicos globales” que “debe superar con éxito para encontrar una salida apropiada y concretar perspectivas económicas más sólidas”.
En el escenario base proyectado por el BID para 2015, el Producto Bruto Interno (PBI) de América Latina y el Caribe crecerá 2,7% en promedio en el período 2015-2017, en tanto en América del Sur el crecimiento sería de 3,8% en general y entre los exportadores de otras materias primas distintas al petróleo y los metales (como Uruguay) la expansión económica sería de 3,1%.
Sin embargo, señaló que si se da un escenario de “recuperación retrasada” –lo que supone un shock negativo en las tasas de crecimiento para Europa, Japón y China en relación al escenario base–, América Latina y el Caribe crecerían apenas 1% en promedio entre 2015 y 2017, con América del Sur expandiéndose al 2,9% y los países exportadores de materias primas diferentes al petróleo y los metales haciéndolo al 2%.
Lamentablemente, las noticias que se han sucedido para la región no son promisorias, pero tampoco son de catástrofe, aunque debe tenerse presente que la bonanza de la década fue desaprovechada en varios aspectos por atender urgencias, y en lo que refiere a la macroeconomía, uno de los principales obstáculos es “la posición fiscal”, ya que “los balances fiscales estructurales y reales se han debilitado”.
“Esto se ha debido en gran parte a un gasto fiscal creciente en ámbitos inflexibles”, aseguró el BID. “La región ha sido testigo de un período prolongado de expansión fiscal, impulsada en parte por la respuesta a la crisis financiera global y, quizá en algunos países, por costos financieros más bajos e ingresos más altos por materias primas. En los países que han alcanzado o se encuentran cerca del PBI potencial y con déficits fiscales estructurales relativamente grandes, es evidente que ha llegado la hora de introducir ajustes y, de hecho, algunos países ya han empezado a hacerlo”, mientras que “aquellos con brechas del producto negativas pero donde la deuda es relativamente alta y sigue aumentando, también es procedente un ajuste fiscal”, añadió.
Para el BID, “la mayoría de los países de la región requiere un ajuste fiscal. La composición precisa de dicho ajuste dependerá de un conjunto de características de cada país. En numerosos países con altos ingresos tributarios, aumentar los impuestos que tienden a distorsionar los incentivos económicos podría ser contraproducente, y solo la disminución del gasto puede tener éxito para reducir la deuda”. Además, indicó que “hay espacio para mejorar la eficiencia del gasto público, lo cual incluye definir mejor las metas”.
El organismo ubicó a Uruguay entre los “países con una brecha del producto positiva y un déficit fiscal estructural”. Así, Uruguay y Paraguay “están creciendo por encima de su potencial y la política fiscal es expansiva, lo que implica un peligro de sobrecalentamiento”, afirmó el BID. “Una política adecuada para estos casos sería moverse hacia una política fiscal más restrictiva”, agregó.
El punto es que si bien el gobierno ha asumido esta necesidad para ajustar los parámetros que se han salido de límites en la economía –inflación incluida–, hay un margen de maniobra que está muy acotado, porque el dólar tiene un factor de arrastre sobre la inflación doméstica que limita severamente que pueda utilizarse para dotar de mayor competitividad al sector exportador y el que compite con productos de importación. Al mismo tiempo, tenemos un país caro, que determina que al bajar los precios de materias primas como los granos se reduzca sensiblemente la rentabilidad de los productores.
Y volviendo al ámbito regional, otro elemento a tener en cuenta es la previsible subida de las tasas de interés en Estados Unidos, “que se verá acompañada por una política monetaria expansionista convencional y no convencional en Europa”. En tanto otro obstáculo refiere a que “los balances” de las empresas son “más débiles” y a eso se suma “el aumento de la emisión de bonos y las crecientes amortizaciones en dólares de Estados Unidos”, destacó el BID. Y en cuanto a potenciales repercusiones en la política monetaria, la capacidad de las economías más grandes de la región para utilizar la depreciación del tipo de cambio con el fin de reaccionar a los shocks negativos está afectada, por cuanto en varios países la inflación ha superado las metas –en Uruguay la suba de precios está fuera del rango oficial desde 2011– y solo queda algo separado el caso de Brasil, donde su economía ha logrado despegarse en buena medida –por lo menos en principio lo que refiere a la inflación inicial– del tipo de cambio, en un proceso notoriamente distinto al de Uruguay.
El gobierno debe hilar muy fino para compatibilizar parámetros que son sometidos a dura prueba en una coyuntura distinta a la que se tenía con el viento de cola, y con una demanda creciente por más recursos desde gremios de funcionarios públicos, que pretenden situarse al margen de todo lo que pase y vivir como si estuviéramos siempre en la bonanza que ya estamos añorando.
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