Paysandú, Miércoles 09 de Septiembre de 2015
Opinion | 07 Sep Cuando este martes se recuerde el Día Internacional de la Alfabetización, se reiterará –seguramente-- que Uruguay mantiene una de las tasas de analfabetismo más bajas del mundo, con una disminución constante de las brechas existentes para una mayor accesibilidad educativa.
Sin embargo, esto no ocurre a nivel global. De hecho, el tema elegido por Naciones Unidas para este año es “La Alfabetización y sociedades sostenibles”, ante el claro convencimiento de que las acciones de alfabetización llevan implícitas un conjunto de valores y actitudes que van más allá de las ampliaciones de los conocimientos académicos.
Paralelamente han surgido herramientas que conforman las nuevas tecnologías y conllevan sus propios procesos alfabetizadores e incluso contienen “uno de los aceleradores más poderosos del desarrollo sostenible”, en tanto “el futuro empieza con el alfabeto”, sostiene la última declaratoria de la Unesco.
Pero mientras se celebre un evento de dos días en París (8 y 9 de setiembre) y se lleve adelante la ceremonia de entrega de los Premios Internacionales de Alfabetización correspondiente a este año; habrá 781 millones de analfabetos en edad adulta en el mundo, o un 16% de la población, y de ese total el 64% son mujeres (500 millones). Asimismo, hay 126 millones de jóvenes de 15 a 24 años, de los cuales 77 millones (61%) son mujeres analfabetas.
Las brechas se agigantan a medida que las comparaciones saltan por los continentes: en Níger hay un 85% de la población analfabeta, mientras que en Europa se ubica por debajo del 10% del total.
Uno de los más influyentes pedagogos del siglo XX, Paulo Freire, sostuvo que la alfabetización es “la habilidad de leer el mundo, de continuar aprendiendo” hasta apoderarse de un espíritu crítico y reflexivo que permita la interpretación de sus realidades sociales, políticas o económicas del individuo y será un proceso que se extenderá durante su propia existencia para lograr un mejor desarrollo humano.
Es así que las acciones alfabetizadoras deberán quedar por encima de las estadísticas, las cuales servirán para comparar los diversos entornos. En realidad, el alcance verdadero de la alfabetización se encuentra implícito en el reto impostergable de inculcar una razón clara para ello, pero bastará con observar los sucesos mundiales de los últimos tiempos y convencernos de lo ocurrido hasta ahora.
No solamente América Latina, sino el planeta, ingresó al siglo XXI con problemas no resueltos del siglo XIX y ese vuelto se paga con creces. Al menos hasta que no creamos que “la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, como dijo Nelson Mandela.
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