Paysandú, Miércoles 16 de Septiembre de 2015
Opinion | 10 Sep El rechazo del plenario del Frente Amplio a la participación de nuestro país en las negociaciones por el TISA (Trade in Services Agreement) , que había iniciado ya la Administración Mujica, es un elemento que no habla bien de Uruguay en el concierto internacional, y lejos de ser una actitud de defensa de la soberanía, como señalan los promotores de la medida, puede resultar un factor más de aislamiento y de vulnerabilidad, casi un intento de negar la realidad por demostraciones quijotescas que solo nos harán estrellar contra los molinos de viento.
Corresponde ubicarse en la génesis del tema, desde que es preciso tener en cuenta que el TISA surgió más de una década después del lanzamiento de la Ronda de Doha, cuando algunos de los miembros de la OMC (Organización Mundial de Comercio), ante la imposibilidad material de acordar mejores reglas y compromisos en el área de servicios, decidieron iniciar conversaciones para avanzar en la negociación de este tema en un marco plurilateral.
La negociación de referencia comprende temas como movimiento de personas de negocios, servicios profesionales, reglamentación nacional y transparencia, transporte aéreo, marítimo y terrestre, servicios financieros, tecnologías de la información y comunicaciones (TIC), servicios de despacho competitivo, venta directa y compras públicas.
Ocurre que el proceso es el de la negociación, es decir la instancia previa a la generación de acuerdos, a los que llegado el caso, Uruguay puede decidir si adherir o no, desde que tras la instancia del secreto de las negociaciones, el tema pasa a la consideración del Parlamento de cada país, el que puede contar o no con las mayorías necesarias para suscribir el acuerdo.
Por lo tanto, el plenario del Frente Amplio aparece, más que poniendo la carreta delante de los bueyes, oponiéndose siquiera a que la delegación uruguaya por lo menos participe en lo que se está analizando, rechazando a priori todo lo que se haga o deje de hacerse en este ámbito.
A esta altura, a fuer de las circunstancias, todo indica que estamos nuevamente ante una postura de neto cuño ideológico por el plenario del Frente Amplio, donde por su estructura tan especial en la que se premia la militancia, están sobrerrepresentados los grupos radicales minoritarios en votos, militantes y sesentistas, y tienen menor representación respecto a la expresión electoral los grupos más moderados, incluyendo los que apoyan directamente al presidente Tabaré Vázquez.
Es decir que el plenario de la coalición ha seguido con su postura del mundo dividido entre buenos y malos, con los regímenes de la izquierda del socialismo real por un lado y los demás por el otro, con estos últimos como expresión demoníaca o sus servidores.
Bueno, pese a las décadas que han transcurrido, y que precisamente los países del socialismo real han caído y desaparecido en cascada por su inviabilidad, se mantiene este bastión de voluntarismo e irrealidad nada menos que en el propio partido de gobierno, lo que no le hace nada bien al Frente Amplio pero tampoco al país, que al fin de cuentas queda prisionero de posturas extremistas, y se hipoteca el futuro.
Peor aún: si bien el plenario frenteamplista se ha expresado de esta forma, nada obliga al gobierno a seguir estos pasos, y en más de una oportunidad el mandatario ha dejado de lado la opinión de su fuerza política y actuado en base a sus convicciones, como ocurriera en el tema de la Ley de Reproducción Asistida, por la que se admite el aborto bajo determinadas condiciones, y que fue vetada por la sola convicción del entonces presidente.
Pero Vázquez, lamentablemente, y el ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori, optaron por acatar el “mandato” del plenario --tal vez para no generar rispideces que pudieran traducirse en oposición de legisladores de los otros grupos de la coalición en la consideración del Presupuesto Quinquenal--, y otra vez nos quedaremos mirando cómo pasa el tren, sin hacer nada, como ocurriera con el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos.
De acuerdo a opiniones de especialistas, firmar el TISA o por lo menos permanecer en la negociación nos hubiera permitido tener mejor perfil para eventualmente desde el Mercosur o bilateralmente negociar un acuerdo con la Unión Europea, por ejemplo.
Asimismo, podríamos tener oportunidad de dialogar con economías claves con las que Uruguay no tiene un acuerdo en materia de servicios y podría haber sido el TISA un buen marco para iniciar convenios más profundos, así como en disciplinas nuevas y de amplia cobertura sectorial, incluyendo temas de particular interés para Uruguay como la entrada temporal de personas de negocios y servicios profesionales. Uruguay eventualmente podría haber sido protagonista del desarrollo de nuevas reglas para el comercio de servicios durante las próximas décadas, por tratarse de un acuerdo que pretende multilateralizarse en el futuro.
Y como bien señalan directivos de la Cámara Nacional de Comercio y Servicios del Uruguay (CNCS) sobre la decisión del gobierno de Tabaré Vázquez de suspender las negociaciones de nuestro país sobre el TISA, todo indica que la posición fue adoptada “en base a información no veraz y/o incorrecta”, dando lugar a una medida que va contra el interés general del país, afectando su credibilidad internacional y las posibilidades de desarrollo, ya que en el sector servicios de exportación se encuentran actividades que mejor empleo generan y mayor remuneración tienen.
Ello conspira además para perder posibilidad de crecimiento y desarrollo, y en particular generar empleo altamente calificado. En su intento por defender la conveniencia del TISA, la cancillería destacó que los servicios crecen en todo el mundo y los consideraba fundamentales para impulsar los empleos de alta calidad y el crecimiento en Uruguay.
Pero, una visión ideológica fundamentalista otra vez nos está dejando colgados del pincel, mientras el resto del mundo nos mira desde la escalera.
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